69. Los Ángeles.

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Demian.

Después de haber dormido no más de cinco horas, me desperté con toda la energía del mundo, como si las últimas horas no hubieran sido una tortura y todo estuviera bien con el mundo.

Me levanté de la cama sin que la alarma de mi teléfono sonara y me dirigí al baño para darme una fría y merecida ducha. Evite mirarme en el espejo, sabía que debía de tener una lamentable y horrible imagen. Luego de haber hecho mis necesidades en el escusado, salí del baño con una toalla enredada en la cintura.

Me dirigí al armario y tomé una muda de ropa cómoda con la que viajar el resto de camino hasta Los Ángeles, una sudadera, un jean corto y unas zapatillas viejas fueran la elección perfecta para estar en la carretera en un viaje que duraría por lo menos cuatro horas.

Tomé mis maletas y bajé por las escaleras hasta la planta principal de la casa para tomar un desayuno y preparar algunos bocadillos para el viaje, en la cocina me encontré a mi madre apoyada contra el mueble y sosteniendo un vaso con algún tipo de jugo dentro de él, ella estaba hablando con otra persona que desde el sitio en el que estaba no alcanzaba a ver.

—¿Qué ingredientes le agregas para que tome esa textura? —¿desde cuando mi madre pedía consejos sobre cocina?, era demasiado raro que lo hiciera.

—¿Con quién hablas? —pregunté mientras ingresaba a la cocina.

Mi madre se quedó en silencio, igual que la otra persona. ¿Qué estaba pasando? La situación me estaba pareciendo demasiada rara, ¿por qué guardar silencio cuando yo ingresé en la cocina? Seguí caminando hasta que llegué junto a ella y al otro lado de la cocina, frente a la estufa estaba él, con un delantal alrededor de la cintura y cocinando lo que parecía ser el desayuno para toda la familia.

—Buenos días mi niño —saludó mi madre—. Kaleb me estaba enseñando a hacer unos huevos deliciosos.

—Buenos días madre —la saludé con un beso en la mejilla— ¿Cómo amaneces? —le pregunté mientras que con un gesto de la mano saludé a Kaleb.

—Yo muy bien, gracias —respondió ella— un poco triste porque te vas a ir hoy.

—Debo de hacerlo madre —dije, acariciando su cabello— me espera trabajo en Los Ángeles.

—Lo sé, pero saber eso no evita que me invada la tristeza hijo —dijo ella con melancolía—. Debes de volver a venir a casa cuando termines el trabajo en la ciudad y también en vacaciones.

—Claro que sí mamá.

Ella se acercó y me dio un beso en la mejilla, me tomó de la mano y me llevó hasta una de las sillas que había junto a la barra, e hizo que me sentara en ella.

Kaleb me miraba desde el otro lado de la cocina, en sus ojos había curiosidad y un poco de diversión, lo saludé con un movimiento de cabeza y él respondió con una sonrisa deslumbrante.

Sobre la estufa de la cocina había varios sartenes con diferentes ingredientes preparándose, Kaleb usaba una cuchara de madera para ir revolviendo cada uno de ellos, lo hacía con gran profesionalismo, en realidad parecía un chef profesional y el olor que desprendían de las ollas hacía que mi estomago hiciera ruidos muy poco halagadores, esperaba que ni mi mamá y él no los estuvieran escuchando, no quería pasar vergüenza en este momento y estresarme para tener que conducir todo el camino hasta Los Ángeles.

—¿Tienes hambre? —preguntó él, mientras bajaba del fuego uno de las sartenes.

—Claro que sí —respondí.

—Debes de esperar un momento, ya todo casi está listo.

La verdad lo que estaba cocinando se veía tan suculento que ya quería probar su comida, bueno también quiero probar algo más de él, pero eso no lo podía decir en voz alta, ni siquiera quería reconocerlo para mí mismo.

Me and My Broken Heart.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora