27. Sospechas.

73 13 8
                                    

Luisa.

Domingo en la noche y mi cabeza aún duele como si estuviera un elefante estuviera bailando tap dentro de mi cerebro y en el estomago la fiesta parece no terminar, y todos mis órganos están bailando entre sí; mis ojos no soportaban la luz del día y me la había pasado toda la tarde debajo de las mantas, así, sin comer, sin moverme mucho, con las luces apagadas y sin poder tomar nada para comer.

No recuerdo la última vez en la que me había permitido tomar tanto. Quizás en uno de los cumpleaños de mi madre. Generalmente no tomo tanto licor, no me lo permito. Siempre existe el miedo de que diga algo indebido o que me delate.

Desde que había conocido a los muchachos, no había pasado un solo momento en el que me sintiera en confianza. Ellos siempre me habían brindado su amor y su comprensión en cada instante, pero esa era la misma razón por la que no podía permitirme un desliz.

Y ese sábado en casa de Demian no fue la excepción. Llevaba muchísimo tiempo que no me reía con tanta soltura, con tanta paz, que hasta yo misma me sorprendía. Era como si mi pasado se hubiera desvanecido y me hubiera convertido en la persona que desde un principio debí ser.

Después de despertar, y de obligar a Ámbar a irse y dejarme en paz, pude dormir unas cuantas horas más, pero no podía seguir allí para siempre, tenía que regresar a mi propia casa, a mi propio mundo.

Fue bello, no lo puedo negar, y me divertí como un niño en un parque de diversiones, por lo menos por unas horas lo fue.

Regresé a mi propio apartamento y me metí directamente a la cama y desde esa hora no he salido, ni siquiera para ir al baño. Estoy consciente de que debo de oler asqueroso, que mi cabello debe de estar enredado, sucio e impresentable, pero también soy consciente de que no me importa.

Estoy segura que si mi madre me viera en estas condiciones llamaría a mi psiquiatra para volverme a internar en ese horrible centro o me obligaría a aumentar las horas de terapia semanal con mi psicólogo.

Veo a un psicólogo dos veces por semana. Verlo me ayuda a mantener toda la avalancha de sentimientos, que quieren escapar de la imaginaria presa, bastante frágil, que he construido dentro de mi cabeza para mantenerlos a raya y que no me desborden.

Es obvio que mis amigos no saben nada de lo del psicólogo. Aun no me he atrevido a contarles, no porque se burlen de mí, eso me tiene sin cuidado, sino porque se preocuparían por mi e intentarán ayudarme, y a pesar de que suene demasiado egoísta, no quiero que ninguno de ellos malgaste su tiempo conmigo.

Todo mi vida he aprendido a lidiar con mis problemas yo sola, y ahora que tengo un poco de autonomía e independencia, no voy a empezar a descargar todos mis problemas mentales, en los hombros de mis mejores amigos.

Estoy cien por cien segura de que en el momento en que sea total e irremediablemente sincera con ellos, algo dentro de nuestra amistad va a cambiar y ese cambio me asusta, por qué no tendré la oportunidad de saber si es bueno o malo, hasta que ocurra. Y aun no estoy confiada de que el resultado me vaya a gustar.

Mi psicólogo me aconseja que les cuente a mis amigos parte de mi historia, qué de esa forma, mis relaciones con ellos serán más reales, tendremos más confianza y que todo mejorará para mí.

Estoy de acuerdo con él en ese razonamiento, pero en el fondo no lo veo tan claro; ellos saben que soy colombiana y que viajé a Estados Unidos por culpa de la violencia sin medida que se había desatado en mi ciudad.

Aparte de eso no saben nada más, no saben que mi padre tenía dinero, ni que fuimos extorsionados o que habíamos sufrido una horrible pérdida en uno de los ataques del cartel, y esa es la parte de mi historia que no quiero contarla así tan a la ligera.

Me and My Broken Heart.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora