Capítulo II: Acuarelas

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No le había mencionado a nadie sobre la chica de rasgos extranjeros a la que había ayudado. A pesar de que Kenchin era su mejor amigo, no podía contarle cada una de las cosas que cruzaban por su cabeza. De alguna forma, creía que estaría traicionando a su hermano si convertía a alguien más en su confidente, por eso embotellaba sus emociones en el vacío que había dejado su ausencia. Una parte de él sabía que eso estaba alimentando algo en su interior, pero a otra le gustaba empecinarse en sus decisiones. Quizás su faceta más obstinada era la que más le disgustaba de sí mismo.

A veces tantos pensamientos asediaban su mente que buscaba un sitio alejado de la fuerza de la tierra para contemplar el cielo, el vaivén de las nubes y sus formas algodonosas de dinosaurios, samuráis y katas. También había motocicletas, aunque Mitsuya le aseguraba que era imposible —aunque si una de sus hermanas decía que podía ver una nave nodriza piloteada por Gokú, pues él diría que sí—. Draken tampoco le creía lo de las katas. Aunque Emma sí había visto la nube con forma de dorayaki, que al principio dijo que se trataba de hotcakes. Quizás por eso había dejado de compartir sus impresiones sobre las nubes, por el bien de su estabilidad mental al notar la falta de imaginación y la ignorancia de sus amigos.

Por eso estaba en la parte más alta de un juego infantil en un parque poco frecuentado por niños. A lo lejos se escuchaba el ruido de los carros transitando en el centro de la ciudad, pero ahí se estaba bien, en un punto medio entre la realidad y sus sueños. Dejó caer los párpados porque el cielo estaba despejado y las nubes solo eran olas consecutivas en un lienzo azulado. Quizás podría dormir un rato, agradeciendo la sombra de un árbol cercano que se extendía más hacia él a medida que avanzaba la tarde.

Soñó con Shinichiro, ambos recorriendo una carretera infinita en un ocaso sin fin. Iban en la CB205T que le había heredado, y Manjiro se halló abrazándolo con fuerza mientras su hermano reía porque estaba siendo inusualmente afectuoso. Por lo general, el Shinichiro de sus sueños, precisamente en los que eran de ese tipo, ignoraba que había muerto hacía dos años y que la brecha de edad que los separaba ya no era de diez años sino de ocho. Dentro de diez, Manjiro sería dos años mayor y la idea lo aterraba. Por eso se aferraba a esas memorias ilusorias, a un recuerdo fabricado artificialmente, a saborear el tiempo que jamás podría recuperarse.

Shinichiro hablaba y él también, aunque no entendía nada. Pero no importaba, solo quería ahogarse en su aroma, en aquel que empezaba a difuminarse de su habitación intacta, en el que, a veces, Emma se acurrucaba para buscar consuelo, de la que, en otras ocasiones, él se robaba cosas para personalizar su propia habitación.

Shinichiro estornudó.

La primera vez, no le prestó atención.

La segunda vez, se cuestionó si estaba resfriado.

Y la tercera vez, el cielo de algodón de azúcar rosa y naranja inundó su visión.

Ah... Estaba soñando.

—Salud —susurró con la voz amodorrada, aún en el mundo onírico.

El grito ahogado fue lo que terminó de despertarlo. La miró, sujetándose el pecho con la respiración agitada, mientras observaba en su dirección, entrecerrando los ojos por la luz del sol ocultándose a sus espaldas. Un bocetero descansaba encima del maletín sobre sus rodillas y esgrimía un lápiz en su mano libre.

—¡(T/N)cchi! —saludó con alegría, y ella creyó que nadie había dicho su nombre con tal efusividad en Japón.

—¡Manjiro! No te vi ahí, y eso que llevo un buen rato aquí...

—No eres muy perceptiva de tus alrededores, ¿verdad? —bromeó, haciendo referencia a su primer encuentro.

—Estabas dormido allí arriba, por supuesto que no me iba a fijar —se excusó, admirando cómo Manjiro descendía con agilidad, confiando plenamente en las capacidades de su cuerpo.

Destino fortuito || Manjiro Sano x ReaderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora