Capítulo LXIX: Luz

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Lo había visto herido en incontables ocasiones, también había colocado hielo a sus nudillos inflamados. Lo había visto masacrar a Kiyomasa, su rostro salpicado de sangre con una sonrisa salvaje, liberadora. Le había visto el rostro y el cuello arañados, con los hematomas floreciendo sobre su piel nívea. Lo había visto llorar, desconsolado, con el rostro herido y una sutura en la cabeza. Sabía los despliegues de violencia de Manjiro, lo fácil que se le daba y lo poco que le importaba salir lastimado, al menos físicamente.

Sin embargo, lo que ahora sus ojos vislumbraban distaba mucho de lo que conocía de él. Ahora tenía una mirada desprovista de emociones, incapaz de medir la fuerza de sus puños. Era una masacre, la sangre manchaba todo el panorama, se extendía por el suelo, se impregnada en su ropa, salpicaba en su rostro. Un rostro carente de emociones, un abismo infinito, en constante expansión como un nuevo universo.

—Manjiro... —La voz le salió estrangulada y se sintió la niña de quince años demasiado aterrorizada por encontrárselo en un callejón sin salida, sus piernas pesando plomo, incapaz de moverse.

La cabeza del hombre seguía impactando con el pavimento. Los puños de Manjiro se hundían en su cara de un modo que era antinatural. No quería ponerse a pensar en cuántas partes tendría los huesos rotos, si las magulladuras de sus facciones tendrían arreglo, si la desfiguración inminente tendría reparación. Pero prefería pensar en eso en vez de las posibilidades que se presentaban frente a ella, una más oscura que la anterior. Después de todo, esas mismas manos la habían acariciado a ella con dulzura, con una delicadeza que no daba cabida a ese despliegue de violencia, y percatarse de todo el daño que también podrían ser capaces de causarle, la aterrorizó un poco y, quizás, se vio tentada a regresar sobre sus pasos.

Sin embargo, el motor de Babbu seguía rugiendo y Manjiro pareció reconocerlo, porque alzó la cabeza en su dirección. Por las manos le escurría una mezcolanza de sangre, el rostro pálido lo tenía salpicado de carmesí, y sus ojos de abismo, más insondables que nunca, mostraron un breve atisbo de pánico.

Fue ese desliz lo que la convenció de apearse de la moto y aproximarse a él con pasos cautelosos, como si tratara con un depredador herido.

—¡No te acerques!

—Manjiro...

—Ya está muerto, ya no hay marcha atrás, ya no puedes intentar salvarme.

—Aun así, hay más opciones que esto. Podríamos intentar hacer lo correcto.

—¿Para que me traiga más desdicha? Hice contigo lo correcto, y mira dónde estoy.

—¿Qué?

—Debí oponerme a estos sentimientos, debí ser una peor persona, ser desconsiderado, y así no estarías aquí. ¡No estarías jodiéndome la maldita existencia!

Manjiro se quedó petrificado cuando la chica gritó y cargó contra él. Era rápida, más de lo que había estimado, y apenas pudo reparar en el puñetazo que le propinó en la mandíbula, tan fuerte como para voltearle el rostro y empujarlo de encima del hombre. Sin darle abasto, saltó hasta él y se sentó a horcajadas sobre sus piernas, de tal modo que se le dificultara alzarla. Lo agarró del cuello de la camiseta y le dio un cabezazo.

—¡Eres un maldito cabeza dura! ¿En qué mierda piensas, Manjiro? ¿Que autodestruirte te va a llevar a algún lado? ¿O es este algún tipo de autocastigo por todo lo que te ha ocurrido? Y déjame decirte que muchas de esas cosas estaban fuera de tu control. ¡Estás siendo irracional y lastimas a las personas que nos preocupamos por ti!

Manjiro ladeó el rostro para escupir la sangre dentro de su boca por el golpe de la chica y también para organizar sus pensamientos después del cabezazo. No entendía cómo era que estaba allí. Lo avergonzaba que lo hubiera visto destrozándole el rostro a ese sujeto. Y no comprendía cómo era capaz de mirarlo a los ojos con tal franqueza, como, pese a todo lo que había fracturado su relación, aún era capaz de mirar debajo de toda su fachada.

Destino fortuito || Manjiro Sano x ReaderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora