Capítulo XXXIX: Inaceptable

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Sabía que ganarían.

Si comandaba cada una de sus unidades de forma adecuada, confiando en el juicio de sus capitanes, lo lograrían. Ni siquiera la ventaja numérica era un problema porque él estaba allí: el gran Mikey, el pandillero más fuerte de Kanto. Solo de Kanto porque aún no se había medido con otras prefecturas.

Toda ToMan sabía eso. Por eso mismo lo seguirían hasta el final y Mikey lo agradecía. Sin embargo, lo intrigaba por qué los de Yokohama habían decidido atacarlos y lo preocupaba un poco el estado en el que habían acabado sus chicos porque él sabía que no eran débiles. Además, también estaba ese tal Izana que había conocido en el malecón mientras disfrutaba de su soledad, aunque se interrumpía a sí mismo preguntándose por qué no había invitado a su novia.

—Mikey.

El aludido ladeó el rostro cuando Chifuyu escaló los peldaños hacia la parte superior del templo, lucía tranquilo, pero su mirada estaba agitada. Kenchin frunció el entrecejo, pero Mikey agitó la cabeza.

—¿Ocurrió algo? Podrías haberlo dicho durante la reunión.

—Pensé que te gustaría que te lo dijera a ti directamente.

El líder curvó una ceja y escuchó lo que Chifuyu tenía que decirle. A medida que procesaba sus palabras, lividecía más y más, atenazado por el terror y la desesperación, que le causaba saber que (T/N)cchi había estado en peligro y él lejos de ella. Que pudo haberla perdido, como a su madre, a Shinichiro, a Baji. Sintió el corazón de plomo, intoxicando su sangre.

—Está bien. Yuzuha, la hermana de Hakkai, la llevó a su casa. Cuando llegó, también me mandó un mensaje... Aunque me pidió que no te lo contara, no me pareció correcto.

Kenchin por su parte, estaba atónito. Se lo había advertido a Mikey, pero jamás creyó que ocurriera tan rápido. Por supuesto, Mikey era carismático e imposible de pasar por alto, pero nunca había involucrado más de los necesario a su novia en los asuntos de ToMan. Él, en su momento, también hubiera confiado en que nadie la atacaría.

—... Está bien —murmuró Mikey—. Deberías irte.

—B-bien, hasta luego. —Chifuyu lo miró con curiosidad por su mutismo; sin embargo, respingó cuando Mikey se hizo con la llave de su moto y corrió hacia donde la tenía aparcada.

El corazón le retumbaba como un tambor de guerra, como un ariete intentando romperle las costillas. La garganta se le atenazó de un modo que le hizo escocer los ojos y le costó introducir la llave en el contacto.

Si bien lo había hablado con Kenchin, jamás lo había tomado tan en serio como en ese momento. Jamás creyó que, con la amenaza palpable de vivir en un mundo sin ella, se sentiría tan al borde del precipicio. Si perdía a alguien más, estaba seguro de que no habría vuelta atrás.

Kenchin intentó detenerlo, quizás escuchó que le decía algo de que no era bueno que condujera en ese estado. Pero Kenchin no lo entendería. Necesitaba verla, cerciorarse de que estaba bien. Asegurarse de que más nunca estuviera en peligro por culpa de él.

No supo cuánto tiempo tardó del templo a la casa de la señora Matsuda. Tuvo la cabeza lo suficientemente fría como para aparcar a Babbu adecuadamente. Atravesó el jardín principal para llegar a la ventana de la habitación de su novia. La luz y la radio estaban encendidas y la ventana estaba abierta, así que no lo dudó y tomó impulso para trepar el árbol. Su cuerpo se sentía ligero y ni siquiera lo sorprendió la facilidad con la que pudo sujetarse del alféizar.

Escuchó que la silla se caía y que unos pasos se aproximaban.

—¿Manjiro?

Nunca había pronunciado su nombre con semejante dubitación y eso hizo que el corazón se le encogiera. Aun así, se propulsó hacia la habitación y, en un movimiento fluido, hizo que sus cuerpos impactaran para abrazarla.

Destino fortuito || Manjiro Sano x ReaderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora