Capítulo XIX: Autocontrol

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Mikey podía decir, con orgullo, que había aprendido a leer a su amiga. Había muchos matices de su personalidad que aún no dilucidaba, pero podía saber cuándo ella se sentía insegura sobre algo. Podía vislumbrarlo al fondo de sus brillantes pupilas o en la forma en que sus labios se separaban unos segundos para luego decir "no es nada".

Llevaba varios días viendo el mismo patrón cuando se encontraban por casualidad. A veces creía que la ciudad era muy pequeña o que simplemente algo los empujaba hacia el otro. Y no le desagradaba. (T/N) era buena compañía y tenía una perspectiva totalmente distinta a la de él. Por eso quería saber qué generaba tal inseguridad en ella.

Sin embargo, no pensó que, en cuanto lo viera, la chica le arrojaría la mochila a la cara mientras gritaba.

¿Pero cómo podían culparla cuando, después de regresar del colegio, encontró a Mikey saltando del alféizar de la ventana de su habitación en el segundo piso como si fuera el maldito Hombre Araña?

—¡¿Qué demonios...?!

—(T/N), ¿pasa algo? —exclamó la señora Matsuda desde la cocina.

—¡No es nada! —repuso de inmediato con la voz agudizada—. ¿Qué demonios haces aquí? Casi me matas de un infarto...

—No pensé que te asustarías tanto.

—¡¿Cómo no?! Una simplemente no espera encontrar a alguien colándose por la ventana con buenas intenciones... Porque tienes buenas intenciones, ¿no?

Manjiro rio, curioseando el sencillo escritorio y la cama de plaza y media con cajones en la parte de abajo. Se fijó en los detalles que hablaban de la personalidad de su amiga. En su portaminas de colores del atardecer, de las acuarelas empolvadas, de las fotos sin marco que empezaban a dañarse por la luz del sol y el polvo, de la sonrisa alegre que veía apretujada entre sus familiares. Todo su espacio era brillante. Se alejaba muchísimo de su mundo y temió mancillarla con los pecados que llevaba en las manos, con su apatía y sus ínfulas de superioridad.

Mikey llamó su nombre suavemente, sonriendo al ver una carta llena de escarcha y colores escrita en español, probablemente hecha por sus amigas antes de marcharse a Japón.

—¿Sí? —La chica prefirió no prestarle demasiado atención porque se trataba de Manjiro, que era un excéntrico por excelencia y se dispuso a sacar las hojas de ejercicios que tenía que resolver.

Miró la tarea extra de japonés, maldiciendo un poco a Emma por haberle propuesto pedirle ayuda a su espartana profesora de japonés para mejorar en el idioma; pero sabía que terminaría agradeciéndole.

—Hay algo que quieres decirme, ¿cierto?

—... No realmente.

—Eres pésima mintiendo.

—¡No soy pésima mintiendo!

Manjiro esgrimió una sonrisa de sabelotodo y ella cedió:

—Quizás lo soy un poquito, pero no tengo... —(T/N) suspiró al encontrarse con la mirada seria de Manjiro y se dejó caer dramáticamente sobre la cama—. Siento que no tengo derecho a decirte lo que quiero.

—¿Derecho? Eso lo veremos después.

—Manjiro, todos hablan de lo aterrador que eres cuando te molestas, y temo enfadarte, a pesar de que una parte de mí cree... —recordó al Manjiro descompuesto del futuro y agitó la cabeza—. Creo que lo necesitas.

Mikey apretó los labios y se sentó junto a ella, de modo que sus rodillas se rozaban. No quiso mencionar los vestigios de una costra que podían verse bajo el dobladillo de la falda. Por su parte, (T/N) aspiró profundo, convenciéndose una vez más de lo mucho que le gustaba el aroma de Manjiro, que a veces olía a frutos cítricos y otras veces a fresas, como el champú de Emma, y en otras ocasiones olía simplemente a él, sin más adjetivos que pudieran describirlo.

Destino fortuito || Manjiro Sano x ReaderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora