Capítulo LXIV: Retorno

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—¿Qué crees que me quede mejor? —Emma cepillaba su cabello mientras paseaba la mirada por los diferentes broches.

—Cualquiera —repuso Draken y, antes de que ella pudiera lanzarle una mirada de reproche, tomó uno—: Pero este plateado iría bien.

Emma le sonrió y dejó que él se lo colocara. Pese a todo el tiempo que había transcurrido, aún se le hacía como un sueño el hecho de que Ken pasara tanto tiempo en su habitación. Hablaban como nunca, se sumían en silencios prolongados en la comodidad de sus actividades, él a veces la ayudaba a peinarse, y siempre le dirigía esa sonrisa tenue que despertaba cientos de mariposas en su vientre. Su relación se había estrechado de tal modo que Emma no imaginaba en qué otro sitio podría estar que no fuera junto a Ken.

—No paras de sonreír. —Ken ajustó el broche plateado con detalles ambarinos.

—¿Cómo quieres que lo haga? ¡Por fin volveré a ver a mi mejor amiga! —Ella le devolvió la mirada a través del espejo—. ¿A ti no te entusiasma?

—Claro que sí. —Curvó los labios, pensativo—. Es solo que me preocupa cómo se lo vaya a tomar.

Draken tomó los asideros de la silla y la empujó con suavidad, guiando a Emma a través de los pasillos de la casa. Pese a todo, Mikey había hecho un gran trabajo moviendo los paneles y los tatamis para facilitarle la movilidad a su hermana.

Le dolía pensar en Mikey, a quien no veía desde hacía medio año. Se había prometido hablar más con él, consolarlo, estar a su lado, pero lo había apartado sin darle tiempo para reclamar. Se esfumó por mucho que intentó buscarlo. Su habitación estaba tal y como la había dejado, a excepción de las sábanas que Emma había arrugado cada vez que se acurrucaba allí, extrañándolo más que nadie.

Lo perturbaba cómo el mundo podía seguir moviéndose sin Mikey con su presencia arrolladora y su habilidad para cambiarlo. Y a veces se culpaba por seguir adelante sin él, pero si al menos iba a cumplir una promesa, sería la de cuidar a Emma. Lo cual tampoco era difícil, considerando que la amaba aún más que cuando eran adolescentes y que ella buscaba modos para sobrellevar su condición y facilitarse la vida.

De camino al aeropuerto, se reunieron con Hina, que iba ataviada en un sencillo vestido acorde con la época de primavera. Estaba tan exultante como Emma. Ambas se dijeron algo con las voces agudizadas, pero Ken no entendió nada y prefirió continuar empujando la silla. Mientras Hina había logrado entrar a una universidad femenina para estudiar pedagogía, Emma continuaba enviando solicitudes a las universidades para realizar un estudio técnico a distancia en contaduría porque quería ser capaz de llevar las cuentas de la casa. Cada vez que Draken pensaba en ello, se ruborizaba porque Emma lo veía en su futuro, cuando él ni siquiera había tenido el valor de besarla aún.

Se subieron en el metro para ir al aeropuerto y Draken prefirió permanecer callado. Habían cambiado muchas cosas en un tiempo demasiado corto. Con la mayoría de edad, todos estaban empezando a planear qué hacer con sus vidas. Hasta él lo hacía porque no quería causarle problemas a los Sano, pero era difícil eso de ser adulto y percatarse de que había muchas más responsabilidades. Pero lo que más le dolía era la impotencia de perder tanto por lo que había trabajado.

—¡Qué nervios! —dijo Hina, intercambiando sitio con Draken para llevar a Emma.

—¿Takemichi no va a venir? —cuestionó Emma.

—Dijo que iba a hacerlo una vez saliera de su trabajo, así que debería estar en camino. —Hina se encogió de hombros.

A Draken lo sorprendía lo responsable que era Takemichi, a pesar de no ser el del futuro. Se había buscado un trabajo a medio tiempo, convencido de que la universidad no era para él, pero que, si ganaba algo de experiencia, podría ser contratado en una empresa más grande.

Destino fortuito || Manjiro Sano x ReaderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora