Capítulo LXI: Mentiras

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Manjiro había descubierto pronto que Kenchin era bueno para cuidar de Emma. En cambio, él no tenía demasiada paciencia ni abnegación; aunque era bueno con sus manos y estaba construyendo cuanto podía para facilitar la movilización de su hermana por la casa. Aunque cuando Kenchin no estaba, se esforzaba por preparar la comida, siguiendo las instrucciones de su hermana cuando ella misma no podía hacerlo.

Mantenerse ocupado lo distraía de la ansiedad que le generaba que su novia no se hubiera comunicado con él aún. Apenas le había enviado un correo a Emma para decirle que había llegado a su casa y que su mamá le había limitado el uso del teléfono. La medida a Manjiro le parecía excesiva y ridícula, pero debía ser paciente.

Por otro lado, empezaba a atar cabos sobre muchos aspectos de su novia. Sobre todo, después de hablar con Takemicchi sobre sus viajes en el tiempo y, aunque él no lo quiso confirmar, solo eso explicaba muchas de las actitudes de su novia. O solo era él que quería buscar respuestas donde no las había. Pero si lo veía desde ese punto, ahora comprendía por qué ella lo había buscado para que hablaran después de verlo golpeando a Kiyomasa, o todas las veces que le insistió sobre temas de los cuales él no quería hablar, a pesar de que había sido liberador hacerlo con ella, o también cómo, de un momento para otro, empezó a aferrarse a él como si temiera que se esfumara. Había cambiado a lo largo de la relación y él se había enamorado cada vez más de ella por eso. Quizás que viajara en el tiempo también tenía que ver algo con el accidente de Emma.

Suspiró y se frotó las sienes. Ahora que había disuelto ToMan, descubría que tenía más tiempo libre del que jamás hubiera imaginado, así que se la pasaba haciéndole ajustes a Babbu y corriendo al teléfono cada vez que sonaba. Lo sorprendía que su vida se hubiera reducido a eso —y a estudiar un poquito más— y que no se estuviera mortificando por ello.

En ese momento estaba en su habitación, organizando las piezas de repuesto que tenía en una repisa, y halló los guantes que su novia le había regalado. Se arrepentía de no haberle pedido alguna prenda de ropa con su olor para recordarla. Quizás la señora Matsuda no había lavado las sábanas aún...

Agitó la cabeza.

¡No! Estaba teniendo ideas extrañas y un poco despreciables porque la extrañaba, pero debía controlarse. Lo llamaría pronto. Estaba seguro.

Regresó la mirada a la pila de libros del colegio y a las hojas desperdigadas de los deberes que tenía atrasados. Quería estudiar solo un poco más por su novia, porque no quería que se avergonzara de él, aunque sabía que los fuertes de ambos eran distintos y ella jamás lo menospreciaría por eso... Aun así, quería impresionarla cuando se volvieran a ver. Y lo cierto era que, a lo largo de los años, no había desarrollado algún otro pasatiempo que no estuviera relacionado con pandillas.

Se puso a revisar las hojas repletas de ejercicios de matemáticas y física, de inglés, de ciencias naturales, ensayos de historia y literatura... Le empezó a doler la cabeza, pero quizás podía empezar por los que tenía que entregar pronto, aunque no estaba seguro de cuáles eran, y luego hacer los que ya se había pasado del plazo.

Era un buen plan, aunque se distrajo cuando, mientras hojeaba las últimas páginas, vio algo escrito en los papeles.

"¡Tienes que estudiar!"

"¡Manjiro, tú puedes!"

"Confío en ti"

"Eres el mejor"

"¡Mira todo ese potencial!"

"Me gustas"

"Te quiero"

"Espero que en el futuro estemos juntos"

Los mensajes estaban escritos con lápiz para que los borrara cuando usara las hojas, pero no podía hacerlo. Su novia había intentado animarlo con nimiedades como esas y no podía creer que estuviera tan enamorado para aceptar que sí, que le había subido los ánimos y que esos mensajes lo ayudarían a sobrellevar la escuela.

Destino fortuito || Manjiro Sano x ReaderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora