Capítulo IV: Playa

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No había sido su idea más brillante pedir la bicicleta de la señora Matsuda prestada para después repararla siguiendo instrucciones sospechosas en Taringa, pero peor era quedarse en casa viendo las aspas del ventilador girar infinitamente. Cuando se cercioró de que podría andar en ella, no dudó en usarla para pasear los fines de semana por las cambiantes calles de Tokio. Al menos eso le aseguraba que, de hallarse perdida de nuevo, si pedaleaba lo suficientemente fuerte, algún matón no la alcanzaría. Le servía de consuelo que empezaba a expandir sus conocimientos en el sistema de calles de la prefectura y creía que conocía los barrios que no debía frecuentar.

Como era su costumbre, salió por la mañana luego del desayuno.

—Cuídate mucho, cariño. Y procura regresar temprano.

—¡Sí! ¡Ya me voy! —Se despidió con la mano mientras terminaba de calzarse sus deportivas blancas del colegio.

La señora Matsuda era una viuda cuyo único hijo era un médico de crucero que pasaba más días viajando que en casa, así que cada año abría las puertas de su hogar a un estudiante de intercambio. Al principio, cuando la sentó para recitarle todas las reglas en su nuevo hogar, (T/N) temió que la convivencia resultara estresante, pero sus peticiones eran racionales y no se quejaba de que le hubiera impuesto un toque de queda que podía romperse solo por fuerzas mayores.

La vio una última vez antes de partir, con el cabello lleno de vetas plateadas sobre negro recogido con uno de los prendedores que alegaba que su hijo siempre le llevaba de recuerdo de sus viajes. Cuando la miraba, le daba cierta impresión de personaje de fondo sacado de una película de Ghibli.

Trazó la ruta que seguiría en el mapa que por fin había aprendido a leer y que ahora yacía doblado y arrugado al fondo del bolsillo de su pantalón. Los pedales cedieron a su peso y puso marcha, tarareando alguna de las canciones que su madre colocaba por las mañanas, todas grabadas en casetes y que, por alguna extraña razón, no se podía sacar de la cabeza ese día.

Llevaba varios kilómetros recorridos, con el corazón acelerado por el ejercicio y los nervios que le provocaba tener que usar la carretera como vía porque no quería estorbar en las aceras atestadas de transeúntes. Fue en una calle poco transitada en la que frenó cuando el semáforo cambió a rojo. Se encogió cuando unos motores rugieron, emergiendo de una calle más abajo a velocidad de vértigo. (T/N) en serio pensó que se pasarían la luz, pero los tres jóvenes se detuvieron a un par de metros antes del cruce peatonal, junto a ella. Decidió mirar al frente para no llamar su atención, pero de reojo sintió cómo uno de ellos la observaba fijamente. Ladeó el rostro, esperando que eso no fuera señal de afrenta cuando se cruzó con los orbes insondables, aquellos que eran capaces de absorber la luz como un agujero negro.

—¡(T/N)cchi!

—¡Manjiro!

Los otros dos repitieron sus nombres con tono de pregunta, pero solo se encogieron de hombros.

—Veo que le tomaste el gusto a los vehículos de dos ruedas —comentó Mikey con una sonrisa.

Mi peor es nada —susurró en español, sin tener idea de cómo traducirlo, pero se apresuró a decir—. Era mi única opción. Era esto o ir a pie porque no tengo suficiente dinero para gastar en buses y trenes.

—No está nada mal. —Esgrimió una sonrisa ladina.

—Lo dice el de la scooter —comentó uno de los otros chicos de extraño cabello color lila que apenas se dilucidaba a través del casco.

Manjiro lo ignoró mientras analizaba a la chica frente a él. Contrario a la primera vez que se habían visto, lucía más segura de su rumbo y también relajada. Sintió cómo en su pecho afloró el deseo de que le fuera bien allá por donde la vida la llevara, ignorante de que sus vidas se entrelazarían estrechamente. Quizás era el conato de vaticinio lo que generaba esas emociones en su pecho, pero quería otorgárselo a esas escuetas conversaciones de nada, que implicaban tanto.

Destino fortuito || Manjiro Sano x ReaderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora