Capítulo I: Fortuito

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Las calles de Tokio cambiaban totalmente de noche. O quizás era la repentina amnesia que sufría por las luces apagadas, las tiendas vacías con las cortinas cerradas y el escaso movimiento.

En algún recodo de su mente recordaba haber pasado por ahí a plena luz del día, pero el tambor de guerra en el que se había convertido su corazón apenas le daba abasto para organizar sus ideas y afinar la memoria. Maldijo a los sujetos con los que se cruzó en la calle principal que la obligaron a tomar otra ruta porque no quería toparse con ellos, no con la mala pinta que cargaban y sus acentos marcados. Ahora estaba perdida y había dejado el celular en su casa y no tenía los ovarios de parar algunos de los carros eventuales que transitaban por la calle por temor a terminar en uno de esos programas de crímenes no resueltos que solía ver con su mamá. Al menos rogaba que su rostro no delatara que estaba a punto de mearse en los pantalones y que sus piernas pisaran lo suficientemente fuerte para dar una falsa idea de convicción en su rumbo.

Estaba en un vecindario de sobrias casas iguales flanqueando una estrecha calle unidireccional. Supuso que se trataba de algún recinto de trabajadores por cómo las luces estaban apagadas, y era esa escasez de movimiento lo que había hecho que nadie reportara los múltiples postes de luz dañados y también la falta de interés del gobierno de darse una vuelta por la lúgubre manzana. Tenía la respiración agitada por las cuestas aleatorias que tenía que trepar y miraba al suelo para no tropezar con las juntas de los bloques empedrados mal pegados. No fue hasta que alcanzó la cima de una que quiso dar marcha atrás: había llegado a un barrio de peor pinta. Las casas, antes de apariencia moderna, lucían destartaladas por las inclemencias del clima, con las ventanas remendadas con cinta adhesiva y las paredes llenas de malos grafitis.

La sangre se fue a sus pies, clavándola al suelo, cuando escuchó unos quejidos y gruñidos extraños antecedidos por golpes secos. Quiso echarse a correr, pero las piernas no le respondían mientras su corazón se disparaba y la respiración le temblaba como una frágil hoja a la inclemencia del invierno. Notó cómo titiritaba, y apenas fue capaz de mover los ojos para buscar algún hálito de esperanza entre las casas. Quizás si conseguía gritar alguien se apiadaría de su alma y evitaría que todos sus temores se materializaran frente a ella. Quizás, tal y como dijo su madre, no había sido buena idea eso de marchar a Japón tras un fútil sueño.

Fue en la miríada de arrepentimientos abatiendo su corazón que divisó una silueta emergiendo a la luz de la luna. Captó sus ojos oscuros, tan atiborrados de sentimientos que no podía identificar, pero apartó la mirada, tal vez creyendo que, si aseguraba no poder reconocer su rostro frente a la policía, el chico la dejaría ir. Y fue ahí donde reparó en las gotas de sangre que contrastaban sobre su piel pálida.

El joven se sacó una servilleta del bolsillo y se limpió como si nada, como si hubiera comprendido aquello que había llamado tanto la atención de la muchacha de rasgos extraños y estuviera frotándose los nudillos como una acto de piadosa deferencia.

En su mente repasó los pocos animes que había visto y no pudo evitar compararlo con Yusuke Urameshi, el único pandillero que recordaba y que, pese a que le gustaba mucho su personaje, no entendía la necesidad de inmiscuirse en peleas callejeras con otras escuelas. Pero eso era la realidad y era estúpido creer que el sujeto frente a ella seguía algún código que la haría salir indemne de esa situación.

Respingó cuando la suave voz, mesmerizante tras su apariencia etérea, habló:

—¿Estás perdida? Este no es buen sitio para pasear.

«Y ahora va a decir algo como: Puedo hacerte compañía y divertirnos un rato,» gimió de angustia para su interior, aunque al menos sus piernas empezaban a responder para dejar de lucir como Bambi recién nacido.

Destino fortuito || Manjiro Sano x ReaderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora