Tokio en la madrugada por fin amainaba su actividad. A veces se veía a un par de trabajadores balanceándose por las aceras, unas cuantas patrullas policiacas haciendo sus rondas en los barrios peligrosos, una ambulancia eventual. Cuando se iba más allá, hacia los suburbios y las áreas rurales, podía escuchar el aleteo de las aves nocturnas y el canto de algún insecto que se preparaba para la primavera. El viento frío le golpeaba el rostro, como si quisiera pincharlo, para recordarle que estaba vivo. El motor ronroneaba y el calor que emanaba lo mantenía a gusto.
La mejilla izquierda todavía le palpitaba. Tenía marcados los dedos de su abuelo aún sobre la piel, escociéndole. Sin embargo, eran un recordatorio de lo cobarde que era.
No recordaba que su abuelo alguna vez le hubiera levantado la mano. En ningún momento. No era un abuelo afectuoso, pero tampoco desinteresado. Era un balance perfecto, aunque a veces le costaba hablar con él, pero le gustaba cuando se quedaban en silencio, bebiendo té mientras miraban el horizonte. Imaginaba que en esa ocasión por fin lo había hartado.
Se había negado a su invitación de ir al hospital a ver a su hermana y a su novia. Eso parecía haberlo enfurecido, o decepcionado, aún no estaba seguro, lo suficiente para propinarle una buena cachetada.
Pero no podía culparlo. No estaba seguro de lo que sentía. Solo sabía que lo aterrorizaba encontrarse con alguna de las dos y ser incapaz de verlas a los ojos. Además, cómo podía enfrentar a Emma cuando por su culpa terminaría confinada en una silla, sus oportunidades reduciéndose quién sabía a qué, su futuro mermándose de a poco. Tampoco sabía cómo podría siquiera ver a su novia, después de haber terminado lastimada en un intento de proteger a quien se suponía que él debía proteger. Cómo podía siquiera pensar en lo mucho que la extrañaba cuando se había lastimado por su culpa en tantas ocasiones.
Parpadeó cuando Babbu dejó de andar. Maldijo en voz baja, quizás ella también estaba molesta. Quizás su novia decía la verdad y Babbu y ella eran mejores amigas y en ese momento Babbu se ponía de su lado porque él estaba siendo un idiota. Se quedó varado en el malecón, impregnado con el aroma salino y la gasolina de la moto porque la manguera se había roto.
Miró las pequeñas olas rompiendo en la orilla en un eterno vaivén. Su corazón se estrujó un poco cuando recordó cómo su novia caminaba entre la espuma y gritaba cuando veía algún animal escabulléndose por la arena. Recordó que, cuando Shinichiro murió, llevó a Emma para que vieran el mar juntos, y él se bronceó tanto que Kenchin fingió no conocerlo, haciendo que Emma soltara la primera carcajada desde el fallecimiento de Shinichiro. Recordó que le gustaba tontear con sus amigos allí, se lanzaban agua, se tiraban bolas de arena, y le llenaban los calzoncillos de arena al que se descuidara. Sobre todo, recordaba los besos robados, las caricias furtivas, las manos aunadas pese a que estaban sudando y su novia se detenía cada minuto a preguntarle si no le disgustaba, porque ella podía soportarlo, a pesar de que ponía cara de asco.
También recordó que ahí vio por primera vez a Izana. Izana, un hermano solo en papeles a quien deseaba ayudar porque cada una de las miradas que habían compartido eran un grito de auxilio silencioso, pese a que muy en el fondo lo detestaba. Pero quería hacer lo correcto y extenderle una mano y, como todos los que se involucraban con él, terminó muerto. Su pecho se revolvió, inquieto, al rememorar su cuerpo cayendo en cámara lenta, la sangre rodeándolo, mientras todos se quedaban paralizados, como atrapados en un fotograma.
Eso lo llevaba a pensar inmediatamente en Kisaki, con su cuerpo doblado en ángulos extraños, aún con el brillo de sus ojos extinto escudriñándolo.
Quería gritar hasta que la garganta se le rompiera.
Quería diluirse en pedacitos y que se lo llevara el viento. Quería que Shinichiro —alguien— estuviera allí. Quería volver a hablar con su mamá, volver a creer en sus mentiras piadosas. Quería bromear de nuevo con Baji. Quería haber conocido a Izana lo suficiente para, quizás, ayudarse entre ambos.
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Destino fortuito || Manjiro Sano x Reader
Fiksi PenggemarCuando (T/N) se encontró con Manjiro, salpicado de sangre, en mitad de un callejón y él le ofreció un aventón, jamás imaginó que lograría superar sus prejuicios para poder mantener una amistad con él, generando una cadena de sucesos que aunarán el p...