56| British.

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Las horas volaron en segundos y estuve casi toda la madrugada conversando con Tim.

Debo admitir que era un sujeto bastante agradable, tanto que ni siquiera me di cuenta del momento en que comenzamos a reír.

Había dejado de llover y por suerte todo se sentía en calma.

─Y bien, ¿Vas a decirme cómo fue que aprendiste a disparar tan bien y todas esas cosas? ─me cuestionó de repente.

Tomé aire con fuerza por la nariz y lo dejé escapar lentamente a través de mi boca.

─Mis hermanos y yo fuimos adoptados al nacer, nuestro padre era algo estricto y decía que nuestra responsabilidad era capacitarnos para salvar al...─me detuve y recordé que no debía hablar de ciertas cosas─. Para cambiar el mundo y valernos por nosotros mismos sin ayuda de los demás. ─corregí con rapidez.

 Me puse de pies y caminé hasta quedar de frente a la chimenea.

─Así que nos entrenó por años hasta convertirnos en máquinas de supervivencia. ─continué─. Ya sabes, clases de idiomas, habilidad de combate y todas esas cosas. ─anexé.

Pude verlo acercarse a una mesita, abrir una de las gavetas y sacar de esta una caja de cigarros y un encendedor.

El ojiazul abrió la tapilla, sacó uno y me extendió otro el cual acepté de inmediato, luego encendió el mechero y de un mismo fuego prendimos los dos cigarrillos.

Le di una larga calada mientras observaba a Tim fijamente.

─¿Y dónde aprendiste Medicina? ─siguió.

─En la universidad, por supuesto. ─contesté.

Pude verlo reír. 

─¿En qué universidad? ─demandó saber.

Chupé nuevamente el filtro del cigarro.

─Harvard. ─respondí para después soltar una bocanada de humo.

El sujeto me observaba en completo silencio sin dejar de fumar.

Sus ojos azules brillaban con firmeza bajo la escasa luz que iluminaba el lugar.

Sus ojos azules brillaban con firmeza bajo la escasa luz que iluminaba el lugar

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─Nunca había escuchado hablar de ti. ─mencionó─. ¿De dónde saliste, Sydney Hargreeves? ─continuó.

Sonreí suavemente.

─Digamos que me desplomé del cielo. ─tomé una pausa─. Soy un ángel caído, como Lucifer. ─agregué.

Él me miró de pies a cabeza mientras detallaba mi cuerpo lentamente.

─¿Cómo fue que terminaste en ese callejón? ─preguntó.

─No lo tengo muy claro todavía, sólo aparecí allí y para mi mala suerte no encontré rastro de mi familia por ninguna parte. ─expliqué─. Hasta que llegaste tú, obviamente. ─reí. 

EL MISTERIO DE QUEBEC © » 1M8.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora