58| Tres Polvos.

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Le di un breve empujón y me puse de pies luego de alejarme de sus labios.

Mi respiración estaba agitada y pensé que el corazón se me saldría del pecho.

─Yo...─tartamudeé─. No puedo hacer esto, lo siento. ─solté tragando saliva con fuerza.

Tim suspiró y se posó frente a mi.

─Quizás yo pueda ayudarte a alivianar tus penas. ─expresó con la mirada inundada en lujuria─. Dicen que los orgasmos curan el estrés y probablemente un par de polvos nos caigan bien a ambos. ─añadió.

Me quedé muda ante sus palabras hasta que pude verlo pegar su cuerpo al mío.

El ojiazul empezó a subir suavemente la tela de mi vestido y posteriormente insertó su mano en mis bragas.

No puse ninguna clase de resistencia, sólo lo dejé que me tocara.

Pude sentir sus dedos acariciando mi sexo con tanta delicadeza que se me erizó la piel.

Tensioné la mandíbula para evitar liberar el gemido que tenía atorado en la boca. 

Mientras lo observaba con seriedad levanté mi pierna suavemente para darle un mejor acceso a mi vagina.

─Pídeme que siga. ─se detuvo─. O te juro que me iré a mi habitación y fingiré que nada de esto ha pasado. ─adjuntó mientras me hablaba con voz ronca. 

Tomé aire con fuerza por la nariz, saqué su mano de mi ropa interior y sin decir más le desplomé una bofetada

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Tomé aire con fuerza por la nariz, saqué su mano de mi ropa interior y sin decir más le desplomé una bofetada.

El sonido retumbó en el lugar con firmeza rompiendo las masas de aire.

─No sé que clase de mujer crees que soy, Timothée. ─corté─. Pero quizás te cueste un poco de trabajo entender que la era del hombre ha terminado. ─adjunté.

Tragué saliva con fuerza y lo miré fijamente.

─De rodillas. ─ordené.

Tim no puso ninguna clase de resistencia y aún completamente atónito ante lo que terminaba de pasar procedió a obedecer sin problemas.

─Vi que te gustan los caballos, igual que a mi. ─expresé con seriedad─. La única diferencia es que a ti te gustan las yeguas finas y yo estoy obsesionada con los malditos sementales. ─adjunté. 

Sus ojos brillaban bajo la escasa luz de la luna que se colaba a través de las ventanas. 

─Y está bien, lo confieso. ─dije llevándome las manos a la espalda para empezar a quitarme el vestido─. Soy muy buena montando, no tienes idea de cuánto. ─anexé.

El hombre me observaba en completo silencio y me admiraba como si estuviera contemplando al mismísimo Jesucristo frente a sus propios ojos.

El hombre me observaba en completo silencio y me admiraba como si estuviera contemplando al mismísimo Jesucristo frente a sus propios ojos

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EL MISTERIO DE QUEBEC © » 1M8.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora