61| Amén.

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Reginald no mencionó ni una sola palabra, Timothée me observaba en completo silencio y de repente el ambiente se puso tenso.

Un nudo se me formó en el pecho y unas ganas incontenibles de escapar me invadieron de repente.

Las manos me temblaban y la mirada de aquellos ojos verdes no podían salir de mi mente.

En cuestión de segundos empecé a replantearme todo lo que había vivido durante los últimos meses, sólo bastó un chasquido para que todo se fuera al carajo.

─Necesito salir. ─expresé con la voz temblorosa.

Nadie dijo nada y procedieron a ignorar mis palabras por completo.

─Detengan el auto. ─pedí llevándome la mano al pecho para intentar calmar la velocidad de mi ritmo cardiaco. 

Pensé que en cualquier momento me desmayaría así que liberé un grito.

─¡Detengan el puto coche! ─dije a todo pulmón.

El conductor puso el pie sobre el freno, las ruedas del vehículo rechinaron y el carro se detuvo de golpe haciéndonos sacudir brevemente por unos instantes.

─Sydney, ¿Qué estás haciendo? ─me cuestionó Tim.

Mi respiración estaba lo suficientemente agitada como para empezar a hacerme sudar.

─Necesito...─tartamudeé. 

Tensioné la mandíbula.

─Necesito obtener respuestas. ─solté.

En un ágil movimiento me subí a horcajadas sobre Tim.

─¿A dónde vas? ─frunció el ceño confundido.

Me quité los guantes y los arrojé a un lado.

─Es un boomerang, es un jodido boomerang. ─expresé quitándome la chaqueta del traje y sacando la servilleta que me había entregado Diego.

─¿De qué demonios estás hablando? ─demandó saber el ojiazul mientras me veía fijamente sentada de piernas abiertas sobre él.

Una sonrisa se formó en mis labios.

─Es un boomerang, y por más lejos que lo tire siempre encontrará la maldita forma de regresar a mi. ─solté de golpe.

Deslicé mi mano, abrí la puerta del auto y descendí del mismo.

Tim me tomó de la muñeca con firmeza y arrugó el entrecejo.

─¡¿A dónde vas?! ─preguntó.

Antes de que pudiera responder Reginald me arrebató la palabra.

─Si han saltado hasta los 60's es porque probablemente el día final ha llegado. ─se detuvo─. Encuéntralos a todos, estoy seguro de que te entrené muy bien, sabes perfectamente lo que debes hacer. ─añadió con seriedad ajustándose el monóculo. 

Un frío me recorrió el cuerpo.

Timothée lo observó sin entender un carajo. 

Tragué saliva y regresé mi atención al ojiazul.

─Te veré en casa, no me esperes despierto. ─mencioné entregándole mi pistola.

Y sin decir más me di media vuelta, me quité los tacones y procedí a correr por la calle intentando llegar a la otra avenida para tomar un taxi.

─¡Sydney! ─escuchaba la voz de Tim gritar a mis espaldas. 

No me detuve ni por un instante y en cuanto logré ver el primer coche amarillo me llevé los dedos a la boca y silbé como camionero.

EL MISTERIO DE QUEBEC © » 1M8.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora