Cap. 6 - El Portero del Poniente

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Se ha abusado mucho de la frase "Si no lo veo, no lo creo". Pero para Eva y sus compañeros, que ahora avistaban aquel lugar, aún viéndolo, no lo creían.

El misterioso hombre debía ser un ilusionista de fama mundial (aunque su cara no les sonara de nada) que les estaba gastando una broma pesada por televisión. También podría tratarse de un espejismo, tan comunes como son en los desiertos. ¿Pero cómo rayos habían ido a parar del oscuro desván de la casa de Eva a un desierto en medio de la nada?

Por lo pronto un sol naciente, que debía salir siete horas más tarde, despuntaba sobre la meseta iluminando a un Jareth muy divertido y a los rostros incrédulos de los demás.

-Que no os engañen vuestros ojos. Es un lugar más extenso de lo que parece a simple vista. Mi laberinto es una obra maestra que, confío, pronto podréis apreciar más de cerca.

Erick lo miró y le dirigió la palabra por primera vez, algo inseguro.

-Pe... perdone... ¿A qué laberinto se refiere usted...?

El rey de todos los duendes se giró hacia Erick y lo miró detenidamente, como si lo evaluara para una prueba de supervivencia. Casi le demostró tanta atención como a Eva, aunque nadie lo notó.

-Mi laberinto, joven. El que estáis viendo delante vuestra y que tendréis que recorrer para llegar a su centro.

Y era verdad. La colosal estructura de muros, torres, jardines y recovecos no era más que un formidable laberinto. El más grande y extenso que hubieran podido imaginar.

Nada más verlo, Eva rememoró los numerosos laberintos descritos en los relatos de su abuela. Pero jamás había soñado, ni en sus más alocadas fantasías, que pudiera existir uno tan vasto y complejo. El castillo, que se alzaba por encima de aquel espectáculo, parecía pequeño, no obstante lo intuyó al mismo tiempo terrible e igual de grandioso que el propio laberinto. En línea recta juzgó que podría encontrarse a unos diez o quince kilómetros. Sin embargo, algo había en la distancia que lo hacía parecer infinitamente más lejos y tan inalcanzable como una estrella.

-¿Sigues queriendo ir a buscarla? –le susurró la melodiosa voz del rey que la devolvió a la realidad.

Antes de responderle se percató del claro mensaje que le dirigían esos ojos.

"No esperes lograrlo. Esto te supera. Es demasiado para ti sola. Regresa y olvídala. Regresa antes de que sea tarde para ti y tus amigos"

Lo interpretó con tanta claridad como si lo hubiera escuchado dentro de su cabeza. Enseguida se olvidó del lugar en el que estaba y volvió a retomar la conversación con el rey.

-¿Por qué nos haces esto? Solo quiero que me devuelvas a Zowie. A ti no te hace falta una niña chillona... Si me la devuelves... ¡No volveré a molestaros, ni a ti, ni a tus duendes!

-Ya es un poco tarde para pensar en eso, ¿no crees? Una vez pides ayuda a los duendes, no hay vuelta atrás.

-¡Romperé y quemaré el libro del que saqué las palabras, si eso es lo que quieres!

-Ah, sí. Y a propósito de ese librito...

Y, como un hábil prestidigitador, sacó de la nada, con un sutil movimiento de manos, un objeto rectangular y rojizo con el título "Labyrinth" impreso en letras doradas.

-Creo que lo guardaré conmigo un tiempo. Podría darte demasiadas ideas.

-Por favor, quédatelo... ¡Quédatelo a cambio de Zowie! –le ofreció sin dudarlo, esperanzada de que el rey aceptara el intercambio.

El Laberinto 1 - AdvenimientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora