Cap. 16 - La voz

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Sobre un tranquilo terraplén de las estribaciones meridionales de las montañas, una pequeña familia de grifos pasaba el final del día. Eran similares a los leones, salvo que tenían alas y medirían alrededor de dos metros estando sentados. Las ruinas del laberinto les daban cobijo, al igual que otros muchos escondites repartidos por su territorio.

Cuatro cachorros se disputaban entre sí el pedazo de carne roja traído por su madre tras una larga tarde de caza. Las peleas de las crías por la comida solían ser tan feroces como las de los adultos.

Los pequeños grifos llevaron el trozo de carne entre sus colmillos de un lado a otro, intentando quitárselo a sus hermanos y apropiarse de él. Los padres los miraban despreocupados, ya que toda la camada había aprendido el arte del vuelo entre los innumerables riscos de la cordillera.

Se encontraban tan concentrados en la cena que lo que ocurrió en ese momento junto al terraplén fue de gran sorpresa para toda la familia. Un sonido retumbó alrededor de cientos de jadmias, como el ruido de una tormenta a punto de desatarse. Las líneas de un tramo de muros se curvaron junto con el terreno que las sostenía, simulando una onda que, desde lo alto, simulaba ser una inmensa ola. Una corriente mágica relampagueaba, siguiendo la rompiente de la ola. No seguía un rumbo, más bien se dejaba llevar de manera azarosa, sin dirección fija. Al tropezar con la elevación donde anidaban los grifos, la corriente optó por ascender, siguiendo las últimas tapias, como un impulso eléctrico a través de un cableado que acababa frente al nido.

Del interior de una de las paredes, abruptamente interrumpidas, la corriente escupió varios cuerpos. Aterrizaron a gran velocidad, sobre el borde del precipicio que tendría docenas de metros de profundidad. Los cuerpos rodaron sin control y con tal escándalo que los padres grifos dieron un rugido de advertencia y, junto a su prole, extendieron las alas para planear lejos de allí. Por muchas garras y dientes que tuviesen, los grifos eran más expertos en retiradas preventivas cuando tenían cerca a sus crías.

En cuanto a lo que les pasó a los cuerpos de los aparecidos, fueron deslizándose por la inercia de la caída hasta la pendiente que se abría poco a poco al abismo.

-¡Que nos la pegamos! –chilló Nick, clavando Hitlem contra el suelo para frenar el impulso.

Jason, junto con Brian, echaron cuerpo a tierra, consiguiendo detenerse a pocos centímetros de dónde terminaba la pendiente. Susan y Virginia habían sido las más afortunadas al ser expulsadas relativamente lejos del precipicio y solo contaban con un par de magulladuras en las rodillas.

Quienes se llevaron la peor parte fueron los primeros en llegar, cayendo al vacío.

-¡Eva, Rachel! –las llamó Susan al verlas con el cuerpo de Urick desaparecer por el barranco. Fue demasiado rápido como para que le diera tiempo apuntar con la vara de Fathner.

A ellas les siguieron también Erick y Carol, la primera agarrándose a las raíces de una planta y el segundo asiéndose a su vez a la pierna de la chica.

-¡Dios mío, Carol, Erick! –exclamó Virginia, angustiada, llevándose las manos a la boca.

-¡No os soltéis, enseguida os subo! –gritó Susan preparando la vara -¡Jason, estáis bien vosotros!

-¡Sí, aquí podemos aguantar! –le respondió tumbado bocabajo en el suelo, en un ángulo demasiado vertical como para que fuera prudente levantarse.

-¿Y tú, Nick? –le preguntó Virginia.

-He estado mejor... –dijo el chico agarrado a Hitlem valiéndole en ello la vida –En cuanto podáis echadme una mano por aquí.

El Laberinto 1 - AdvenimientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora