Cap. 5 - Saramastra

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Las distintas Carriadas confluían cada vez con mayor frecuencia y en numerosos lugares. Aquel era el nacimiento de lo que más al oeste se convertiría en la gran Ruta Occidental que conectaba Geêl-Nirnette con las demás provincias del interior.

Para facilitar el tráfico masivo de carros y caravanas las autoridades de Saramastra emprendían tareas para desatascar en las principales vías. Pronto los caminos de la Riada, Calzada Ancha y el Paso del Peregrino se atestaron de errantes y nómadas. Los comercios, en consecuencia, pululaban a los márgenes de las carreteras o bien puestos y tiendecillas colgadas de las paredes más altas y robustas. También había plazas destinadas a los inmigrantes que no obtuvieron licencia o lugar en la ciudad santa por el nivel de saturación de los mercados. Los comercios y negocios autóctonos obviamente gozaban de preferencia indefinida, incluso los que iban de capa caída.

El asunto era distinto para los de fuera. Las licencias eran concedidas con un periodo de tiempo muy corto, por lo que debían darse prisa en vender sus mercancías antes de que caducara el visado. Muchas veces, nada más ser concedido el permiso, no daba tiempo a encontrar un lugar apropiado y el plazo expiraba mucho antes de haber abierto las tiendas. Había incluso casos en los que los nómadas más despistados no lograban superar la Calzada Sacra por la afluencia de ciudadanos y en consecuencia el tiempo se les agotaba sin haber tenido ocasión desempaquetar sus productos.

Ese era el panorama que se les presentaba tanto al convoy de Hala como al resto de tribus que les rodeaban en medio del Paso del Peregrino. Las caravanas Kentrot y Untra encabezaban la marcha, guiadas por Hala y Nere respectivamente. Ambas llevaban atados por detrás a la mayoría de zancudos que saltaban y daban brincos ante la aglomeración de gente. En tercer lugar, iba el carromato de los leónceros, vigilando que ningunas manos indebidas echaran mano de las riendas de alguna de las monturas que les precedían delante. A pesar de que los zancudos pertenecieran a los ninyeti, estos los compartían tanto con los leónceros, que habían llegado también a tenerles un gran apego, como con los podlings que sabían cómo mimar a los animales más grandes.

Por detrás de los leónceros circulaba Ontra, arrastrada por un vigoroso Carnoc y guiado por Enis y Faör sentados en la misma silla del jinete. El chico ninyeti había vuelto a estar huraño todo el día siguiente a la celebración del atolón. Enterarse de la presencia de humanos en Geêl-Nirnette no le había sentado demasiado bien. Solo su abuelo y la compañía de Carol y Fido consiguieron distraerle con juegos y entretenimientos de toda clase.

Por detrás de ellos estaban Celdrom, la otra fauna (Rachel) y la Nuarec (Susan) sentadas a los laterales del puente de juncos y la taikini Teja, de pie, sobre el pasillo central que recorría la espalda del carnyc.

-Allí despuntan las torres vigía –anunció Enis a los de atrás.

Celdrom y Eva alzaron la vista mientras las faunas hacían lo que podían por inclinarse en la dirección que señaló el joven ninyeti. Efectivamente, sobre los muros circundantes se empezaba a distinguir las torres de vigilancia de Saramastra. Detrás de ellas aguardaban construcciones, torres, atalayas y una cúpula coronando la urbe. Incluso desde la distancia se podía adivinar lo grande que era la bastida. Más lejos todavía, por debajo de la visión del castillo, el horizonte presentaba diversos tonos de verde, señal de la proximidad del Bosque Lóbrego, cercando el este y nordeste de Geêl-Nirnette. Faör ya les había explicado de pasada la historia del bosque. Junto a su vecino más siniestro, el Bosque Lúgubre, ambas arboledas habían sido en la antigüedad el bosque más extenso de Arkanta. Pero debido a la mítica guerra entre Ogros y Trolls que lo habían habitado en épocas remotas, el bosque quedó devastado y partido en dos. El espacio que los separaba actualmente era el Paso de Brena, que se tenía por el otrora campo de batalla donde animales y plantas habrían sufrido la mayor parte de los ataques que ambos bandos se habían infringido el uno al otro. Por suerte, según dijo Carol al haber estudiado largo y tendido los Analectas, las dos razas de gigantes se habían extinguido eones atrás, dejando tras de sí dos mares verdes que poca gente se atrevía a penetrar. Se sabía desde antiguo que las hadas, al ser expulsadas por Jareth de sus territorios de Annwyn, se habían refugiado en algún lugar del oeste y aquellos dos bosques tenían muchas papeletas para ser dicho refugio. Su presencia allí no inquietaba ni a los errantes que pasaban cerca ni a los habitantes de Saramastra, habituados a vivir en el linde de ambos bosques.

El Laberinto 1 - AdvenimientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora