Cap. 20 - Cita en las ruinas

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Mucho después de que las primeras luces del alba iluminaran los grises y pétreos tejados de Beshel los dos grupos de chicos y chicas fueron despertados por la campanilla que hacían sonar desde el piso de abajo. Caleb ya se había levantado y bajado al salón, donde conversó tendidamente con el tabernero y varios de sus ayudantes.

Cuando todos bajaron le encontraron terminando el primero de diez desayunos ya preparados y colocados linealmente en la barra.

-¿Cómo ha ido? –preguntó Eva, adivinando que Caleb ya se habría ocupado del asunto del intermediario.

-He hablado con algunos sirvientes del albergue y no tienen problema en ejercer de mensajeros. Eso sí, han consentido por una pequeña comisión.

-¡Pero serán ratas agarradas! –soltó Nick más que indignado –Aquí en cuanto tienen oportunidad se te echan al cuello los muy buitres...

-No te faltará razón, pero haz el favor de moderar el tono –le recomendó Caleb –No olvides que somos todavía huéspedes de estas gentes. Y el tabernero tiene un oído muy agudo. Mejor será que no le des motivos para que te lance a ti también por los aires.

Nick se acordó de la exhibición de fuerza que presenció la noche anterior por parte del forzudo tabernero y miró de reojo al otro extremo del salón, donde se encontraba limpiando con un trapo sucio el resto de mesas. No habría podido jurarlo, pero le pareció que hasta hacía un momento había estado totalmente quieto, como escuchando la conversación que mantenían. Tragó saliva y no volvió a elevar la voz por encima del ronroneo de un gato.

-En realidad no nos costará demasiado –continuó Caleb –No piden mucho. Solo las ropas que trajisteis de vuestro mundo. Les han parecido muy exóticas a pesar de lo estropeadas que están. Y antes de que repliquéis nada, sabed que en el fondo os hacen un favor –les dijo con una mano levantada –No podíais seguir viajando por el laberinto y sus bastidas con unas vestimentas tan llamativas. Mejor será darles este uso que guardarlas. Les he dado un par de pantalones como anticipo y ahora estoy esperando a que me llegue la respuesta de Cocles.

-¿Qué mensaje le están llevando?

-Básicamente que estamos dispuestos a negociar, dentro de lo razonable, pero que no espere de ninguna de las maneras recuperar las perfectas. No hay que darle pie para que se haga ilusiones respecto a ese punto. Cuanto antes lo aclaremos todo y se marche, tanto mejor... Por cierto, ¿dónde está Rachel?

-Es cierto... ¿No ha bajado con vosotras? –preguntó Brian.

-Se le han quedado pegadas las sábanas –entornó Carol los ojos -Como dijiste que no nos tendríamos que ir hasta que trajeran los equipos no ha querido levantarse. Creo que piensa que no volverá a dormir sobre algo blando hasta la siguiente bastida.

-No tiene por qué preocuparse por eso –sonrió Caleb, divertido –Es cierto que durante la mayor parte del viaje dormiremos al raso, pero una vez que obtengamos nuestros equipos las noches os serán más llevaderas.

-¿Habéis comprado también sacos de dormir? –saltó Virginia, ilusionada, como si fueran a ir de acampada.

-¿Sacos de qué...? –inquirió Caleb, ahora desconcertado -¿En vuestro mundo dormís en sacos como los Baura en sus capullos?

A Virginia se le borró la sonrisa de la cara y ni tuvo valor ni curiosidad suficiente para preguntar lo que eran los Baura. Le dio la sensación de que eran criaturas que lamentaría conocer en el futuro.

Todos se pasaron los siguientes minutos desayunando platos parecidos a los de la cena. Por lo visto, a pesar de que los alimentos arkandos seguían siendo una novedad para ellos, Beshel no parecía presumir en su haber de una gran variedad gastronómica. Caleb les comentó que era costumbre del oeste del laberinto servir lo mismo de cena y desayuno. Una especie de creencia popular que consistía en preservar la salud, pues el estómago de cualquiera, fuera cual fuera el pueblo o raza al que se perteneciese, es tremendamente delicado al verse tantas horas en vertical por el día y horizontal por la noche. Si se mantenía un desayuno y cena regular, se evitaba que las tripas se liaran en la digestión e hicieran un nudo. Tal nivel de superstición e ignorancia entre aquellas gentes asustó a más de uno. Carol, en cambio, veía interesantísimo todo cuanto concernía a sus variopintos "extraterrestres" y pedía a Caleb cada vez mayor número de datos y noticias a pesar de que las gachas de corteza dulce se le estaban enfriando.

El Laberinto 1 - AdvenimientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora