Cap. 15 - Guen shii Keiser

15 2 0
                                    

La chica se encontraba tumbada sobre una antigua mesa de piedra al aire libre, recibiendo agradecida los cálidos rayos del sol. Era un descanso tras soportar las torrenciales lluvias que se hacían más comunes según se acercaban a la cadena montañosa que despuntaba en el nordeste.

A pesar de las supuestas señales que transportaba el viento, en los días siguientes no pasó nada. Urick no volvió a discutir ni a dar muestras de inquietud, lo que significaba que Caleb no había encontrado nada sospechoso en el flujo de magia que recorría los muros laberínticos.

Respiró aliviada por ello. Después de su primera pelea con los duendes prefirió alejar de su mente el resto de potenciales peligros. De hecho, gracias a la Incardinación, era difícil tomarse en serio las preocupaciones de Urick. No existían razones para temer nada. Habían progresado muchísimo, más de lo que el mismo Caleb esperaba. Prueba de ello era que todos supieron hacer frente a los Hôrz con éxito. Ningún duende volvería a amedrentarles como pasó en el desván de su casa. Ahora podían defenderse. Ahora se daba cuenta, más que nunca, de lo poderosos que se habían vuelto.

Observó a sus compañeros, más allá de la hendidura de la roca por la que se había colado para estar a solas un rato. Una brisa repentina le quitó el calor de las manos y tuvo que metérselas en los bolsillos de los pantalones. Pronto tendría que regresar para terminar las lecciones del día. Realizar hechizos podía ser duro, pero al menos era igual al ejercicio y no se pasaba frío al generar calor en el cuerpo.

No obstante, antes de levantarse, su mano encontró algo en el fondo de su bolsillo izquierdo que le llamó la atención. Lo sacó y vio que se trataba de un papelito arrugado que llevaba mucho tiempo escondido entre los pliegues del bolsillo. Lo abrió y descubrió con asombro que se trataba de la extraña anotación que halló en el libro de su abuela y del cual había leído las palabras que invocaron a los duendes en su casa.

Se llevó una gran sorpresa. Se había olvidado por completo del papelito.

Allí estaban todavía las letras jeroglíficas junto a la elipse. A esas alturas Eva sabía que la elipse no podía tratarse más que de un plano muy simple de Arkanta y el laberinto. Pero ni siquiera ahora, que conocía los rudimentos de la escritura rúnica, era capaz de leer aquello. No era que no pudiera leer las letras, ya que las runas eran las mismas de siempre, pero las palabras que formaban no tenían significado para ella.

Aun así, una curiosidad repentina nació de su misterio y empezó a susurrarlas, como quien recita las palabras de una lengua perdida.

-Hartur geel om Kartaella, Demión il koros.

No pasó nada.

Entonces cayó en la cuenta de un error de novata y se dio contra la cabeza por tonta. Los hechizos no sacaban su fuerza de las palabras, sino de la voluntad y la energía del mago. Las palabras arcanas solo constituían el instrumento que daba forma a esa energía.

Sosteniendo frente a sí el papel, se concentró de nuevo en acumular magia, pero esta vez tampoco ocurrió nada especial. Estaba claro que pronunciar las palabras de un hechizo y manipular la energía del cuerpo no bastaban si no se conocía la finalidad del conjuro.

Probablemente ni siquiera se tratara de magia, sino de algún salmo de los Analectas o clave del laberinto. Su abuela escribió en su juventud muchas poesías, cuentos y obras teatrales. No era de extrañar que se hubiese traído de Arkanta un repertorio de refranes y leyendas desconocidas en la Tierra. Seguro que incluso guardó algunos bajo esa forma de escritura para no olvidarlos y para que nadie pudiera leerlos por accidente. El que fueran palabras incomprensibles, aún teniendo el dialán traductor de Gaár, solo significaba que el idioma había tenido tiempo de cambiar durante los veinte mil años transcurridos desde la marcha de Sarah.

El Laberinto 1 - AdvenimientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora