Cap. 4 - Cánticos en llamas

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El buen tiempo acompañó al buen humor de las gentes. La tarde que siguió fue fresca y templada, perfecta para el ágape que antecedía al atolón. Adultos, ancianos y niños trabajaban sin cesar como hormigas obreras. Los recién llegados también debían colaborar, por muy extrañas que resultaran algunas de sus preguntas o formas de expresarse. Las chicas ayudaron a las mujeres a preparar los platos para no desentonar y los chicos se enfrascaron en las labores más duras como fijar los postes y pértigas para las tres carpas ninyeti, tan grandes como dos caravanas juntas. Cada carpa fue rodeada de tenderos de los que colgaron farolillos verdes y rojos que se encargó de encender Nermis. Y por debajo de las luces se juntaron las mesas y butacas, manteles, platos y fuentes de plata incrustadas de piedras preciosas.

El ágape, la cena en común, era tan importante como el mismo atolón. Se debía asistir no solo desarmado, sino también desprovisto de cualquier rastro de riqueza o lujo para así rezar a los Nelwyn con la mayor humildad. Por ello a Eva y a los otros les extrañó tanto ver lucir a aquellos humildes nómadas collares, anillos, pendientes, pulseras y pectorales repujados en oro puro; exquisitas joyas y adornos que habrían hecho palidecer al más suntuoso de los reyes terrestres. Enseguida, no obstante, recordaron lo explicado por Urick en Saroc y entendieron lo que significaba un planeta tan rico de los metales que eran escasos en la Tierra. El poco valor intrínseco que tenían allí esas joyas las convertía únicamente en objetos decorativos y estéticos. No tenían valor más allá de esto. Debido a ello, los arkandos podían llevarlas tranquilamente a las fiestas religiosas sin que por ello quebrantasen la costumbre. Prueba de ello era que muchos se habían cambiado de ropa por una vestimenta más humilde y apagada que contrastaba con los relucientes adornos.

-Qué difícil es esto... -mascullaba Rachel que tenía problemas con los encajes para los lazos y las guirnaldas que adornarían los bordes de mesas y de las carpas.

-Es un doble nudo en alzada entre las juntas y el tallo –la ayudaba una joven ninyeti llamada Tara mostrándole el proceso con varias guirnaldas –Si tensas el nudo antes de pasarlo por la siguiente se romperá. Y si lo dejas muy flojo, el peso de los demás racimos deshará el nudo.

-¿Por qué no usáis sortilegios para estas cosas? Os facilitarían un montón de tareas.

-Bueno, aún siendo de los Altos Pueblos, algunas no estamos hechas para la magia -se encogió Tara de hombros -Y, por otra parte, estas guirnaldas son muy difíciles de recoger y susceptibles de ser encantadas. Cualquier hechizo sobre ellas las marchitaría y tendríamos que recorrer grandes distancias para volver a recolectarlas en el sur.

-En otras palabras, si lo rompes lo pagas –le advirtió Carol a su hermana desde atrás mientras sostenía una pila de platos peligrosamente alta.

-¡Aplícate el consejo, bonita! ¿Tú has visto lo que llevas encima?

-¿Ese es un dicho de vuestra tierra? –inquirió Tara, muy interesada –Suena bien... y muy apropiado. Será bueno usarlo con nuestros niños.

-No le encuentro la necesidad –dijo Nere, la cocinera podling mientras sorteaba a sus hijos entre las mesas –Casi todo lo que rompen se puede reparar con un par de sortilegios de Nermis. No sé qué haríamos sin un mago con nosotras. Se ve que ese taikini tiene tanto talento como atractivo.

-¡Oh, Nere! –se ruborizó Tara con la risa floja -¿Cuándo has entendido tú de taikinis, sean guapos o feos?

-Poniendo el ojo sobre las que sí entienden –rio también la mujer.

-No lo dirás por mí. Con lo contenta que estoy de estrenar marido...

-¿Ya estás casada? –exclamó Rachel asombrada. Tara no tenía más de setenta años, aunque en Arkanta aquella era una edad semejante a los catorce años humanos.

El Laberinto 1 - AdvenimientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora