Cap. 13 - ¡La magia existe!

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Aún sin saber a donde les depararía aquel rumbo incierto, las dos hermanas continuaron su andadura en dirección norte. Al poco tiempo ya no se encontrarían con más accidentes geográficos. Tal y como vaticinó Karmeruk, los próximos días viajarían por una extensión llana del terreno, sin la necesidad de subir más escaleras ni cruzar peligrosas cornisas.

En cuanto a la suerte de Nick, Virginia y Erick, su viaje no les había conducido a una parte muy agradable del laberinto.

Llevaban tres días marchando a paso de tortuga debido a la carga que suponía llevar a Erick al hombro. Pero, ya fuera por el cambiante paisaje o por lo rápido que se sucedían los días, los tres sintieron que ya hacía mucho que debían haberse acercado lo bastante al castillo.

Lamentablemente ya ni siquiera podían estar seguros de esto. Al poco de penetrar en una zona húmeda y pantanosa, una espesa bruma se les echó encima, como si la hubiesen preparado de antemano para ellos. Aunque podían ver con claridad las calles que recorrían, era tarea imposible adivinar dónde se encontraba la inefable fortaleza que había sido su única guía de orientación.

Nick, ajustándose la gorra por detrás, miraba constantemente por encima de los muros cuando el terreno así lo permitía. Se había empeñado en la idea de que se detuvieran a esperar a que la niebla se disipase por miedo a que se perdieran aún más. Pero Virginia y Erick se negaron en rotundo a permanecer quietos más de lo necesario pues, a excepción de la ocasional brisa que serpenteaba siempre por las calles, no había ningún viento que arrastrase la neblina y dejara iluminar el sol. De modo que no había esperanzas de que la visibilidad mejorara en un futuro muy próximo.

Virginia, aunque animada por el arrojo de Nick e intentando ella misma mostrar valor, no podía evitar observar inquieta el aspecto tétrico con el que se había cubierto ahora el laberinto. Volvía a tener sensaciones extrañas de que algo o alguien les seguía los pasos y se ocultaba en los recodos que dejaban atrás.

Se giraba en redondo en cada esquina y cada calle para comprobar que se hallaban vacías, a pesar de haber jurado que segundos antes algo acechaba a sus espaldas.

Como la mitad del tiempo cargaba con Erick, no pudo evitar que este acabase dándose cuenta de sus temores.

-¿Pero qué te pasa? ¿Qué miras tanto? –la interrogó la enésima vez que se volvieron.

-Nada, no es nada –fue todo lo que dijo. Se reprendió a sí misma por sus tontas impresiones.

Sin embargo, un último pensamiento la acució e inquietó todavía más. No se hubiera necesitado de mucha pericia para seguirles la pista en aquel lugar, ya que el suelo estaba encharcado y el barro guardaba fácilmente sus huellas.

Erick, al margen del coraje de Nick y las sospechas infundadas de Virginia, miraba la niebla, olía la humedad y escuchaba a los distantes cuervos graznar. No hacía más que pensar que se había convertido de repente en un fardo para sus dos compañeros con el que debían cargar. Le habían, eso sí, vendado la herida y hecho un apaño de torniquete en el pie, usando para ello palos y ramas. Pudieron atarlo fuerte gracias a los cordones de los zapatos que llevaban. Las ramas las consiguieron de los setos verdes en medio de los cuales habían despertado días atrás.

La vegetación casi desapareció. Reemplazaban su lugar los típicos bustos de piedra y unos muros de adobe que, aunque bien asentados, tenían un aspecto frágil y capaz de deshacerse en cuando cayera un chaparrón. Solo las enredaderas que nacían en la cima de las tapias y el musgo al nivel del fangoso suelo daban algún testimonio de vida. Eso y unos seres babosos pegados a las paredes, ramificados en extremidades que terminaban en ojos saltones que los miraban muy curiosos. El nombre de esos seres era milojos y, al verlos, Virginia se colocó detrás de Nick automáticamente. Cuando se topaban con uno de estos milojos no paraban de caminar hasta perderlos de vista. Pero a veces no tenían más remedio que detenerse.

El Laberinto 1 - AdvenimientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora