Cap. 17 - Las palabras que nunca debieron decirse

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La mañana fue pesada y el mal tiempo no ayudó. Parecía que conforme se aproximaban a los primeros picos, más difícil era mover los pies uno delante del otro. La visión negra de las montañas era apabullante, igual a la de un monstruo adormilado al que se procura no despertar de su sueño.

Aun así, el grupo continuó con su penosa andadura, soportando el cansancio acumulado. Dejaron el camino recto que habían seguido hasta entonces, doblando por callejuelas estrechas y colinas quebradas. Según se aproximaban a las faldas de las montañas quedaban expuestos los dos picos más altos del oeste del laberinto: allá estaba Kalafarán, "el Infranqueable", como lo llamaban los taikinis en la lengua ancestral, y junto a él le seguía en altura la temible cumbre de Hezen-Barg, "la Inmisericorde" cuyos desprendimientos de tierra y roca podían ser escuchados a decenas de jadmias de distancia.

Ante obstáculos tan inmensos, el viento del norte amainó y sopló desde el este. El aire trajo consigo un aroma desagradable.

-Nuestros perseguidores se dan mucha prisa –apreció Urick, adivinando el tufo a duende –Si pasamos por el valle sin que nos vean, será por el canto de un ixtol.

La zona próxima a las primeras elevaciones era cada vez más accidentada y silvestre. Muros y tapias volvían a hundirse en el suelo al extinguirse el poder del laberinto cerca de los grandes accidentes naturales. Una espesa bruma reposaba sobre el paisaje de fondo.

Tras dejar atrás más de la mitad del camino que les quedaba, el grupo llegó a lo alto de una loma baja, coronada de jóvenes robenescos y densos arbustos. Los troncos, verdes o grisáceos, ayudaban a confundirse con sus ropas y pasar desapercibidos en la distancia.

-Allí –señaló con el dedo el enano.

El viento, cada vez más fuerte del este, disipó la neblina del horizonte, dejó al descubierto el paso de un río entre los montes. Destacaba por el intenso color blanco de su cauce. Las paredes y construcciones laberínticas terminaban muy cerca del vado, descubriendo un extenso terreno baldío dónde moría toda vegetación.

-Ese es el valle del Skesse, por donde tendremos que ascender. Sé que las cantimploras están casi vacías, pero ni se os ocurra acercaros al río. Todas las aguas que salen de ahí arriba son venenosas. Hasta los afluentes poseen un sabor malsano. Es otra de las maldiciones de Carlis var-Canion. Dependeremos únicamente del agua de lluvia mientras atravesemos la cordillera.

No se vio a la jadmia ni rastro de duendes, por lo que tenían el camino despejado. Si bien, todavía mediaban cinco jadmias para penetrar en la hondonada. Les llevó tres horas más de pesada caminata cubrir ese trayecto. Tres días antes y con las píldoras habrían podido superar esa distancia en solo una.

Según caminaban veían cambios notorios en el paisaje. El terreno era aún más amplio y abierto que las inmediaciones de Saroc o los grandes setos de Arlis. No fue una experiencia ni mucho menos agradable. Al haberse habituado por fin a los espacios cercados, ver una extensa zona despejada, casi totalmente libre de paredes, les infundía la sensación de estar expuestos. El panorama se presentaba feo y poco acogedor. Debido al agua del río, nada había crecido allí desde hacía siglos. Era un suelo estéril. La erosión y la falta de plantas que sujetasen con sus raíces la tierra habían originado alrededor de la orilla numerosos cenagales, tramos de peñascos desnudos y charcas que despedían un olor húmedo y penetrante.

Atravesaron uno de estos lodazales a la entrada del valle. El agua lechosa y blancuzca daba un aspecto fantasmagórico a la orilla del río.

Con ánimo de investigar, Erick se agachó en un momento determinado para mojar un dedo en el agua y probarla.

-¡¿Qué haces?! ¿Estás loco? –exclamó Brian, quien guardaba la retaguardia.

El Laberinto 1 - AdvenimientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora