Cap. 6 - Un vistazo al atardecer

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El primer día en la trigésima planta de la Casa de las Amaquildas, ni Celdrom ni Urick pudieron hacer nada por sacarles de allí. Los ocho chicos y chicas no habían esperado encontrar aquel nivel de lujo y pensaban aprovecharlo al máximo, por lo menos hasta que los callos, ampollas y calambres de los pies desaparecieran.

Todo allí les hacía sentir haber llegado a un paraíso, o aún mejor, volver a estar en la Tierra. Una vez entendieron el sistema de comunicación mediante los boliches de colores, no hubo límites a sus deseos, caprichos y atenciones. Toda la carta estaba a su entera disposición. Una ninfa siempre subía en persona el carrito y lo entregaba al chico que tuviera más cerca, dedicándole al irse un travieso guiño o el sensual gesto de un beso. Y si apetecía algo que no estuviese en el menú, se removía cielo y tierra para proporcionarlo, incluso recurriendo a la competencia de otros albergues. Llevó un tiempo encontrarlas, pero finalmente Nick pudo deleitarse con toda la variedad de granuras existentes en la ciudad. A menudo lo veían degustando platos frente al dialán transmisor de imágenes y sonidos que informaba de las últimas noticias, un ingenio muy parecido a la televisión que fue toda una sorpresa hallar para ellos. Claro que el alcance y el contenido de dichas noticias se limitaba a Saramastra o, como mucho, a Geêl-Nirnette. Además, al ser un dialán tan costoso de fabricar su uso era exclusivo solo de los más pudientes.

También se renovó por completo el vestuario de todo el grupo debido al destrozo de las ropas que traían consigo. Si se lo hubieran pedido, Hala les habría proporcionado atuendos decentes, pero Celdrom no quiso importunar más a la Urralga con cuestiones "tan triviales".

-¿Ya te has olvidado de la caricia de Rachel en Saroc? -le advirtió Nick a Celdrom -Si te oye hablar así no lo cuentas.

Celdrom se hizo cargo y mandó al gerente varias tallas, prescindiendo de llamar a un sastre de fuera para que les tomaran medidas (ya que se habría acabado anotando las de los disfraces ilusorios en lugar de los cuerpos reales).

Cuando sentían ganas de salir, algunos se dedicaban a explorar por su cuenta las demás plantas y salas comunes del edificio. En casi todas esas excursiones eran interceptados por algún sirviente, ofreciéndoles los demás servicios de la Casa que parecían más propios de un spa que de una fonda. Masajes de horas de duración, acupuntura con agujas el doble de largas que las que usaban en la Tierra, baños públicos de agua, vapor, barro, cremas y sales medicinales... e incluso existían baños de incienso que Nick y Virginia procuraron evitar por su recién descubierta alergia a las hierbas allí quemadas.

Carol, Eva y Urick visitaron mucho las salas de teatro dónde se reunían los huéspedes para ver a actores de renombre representando viejas historias acaecidas en Geêl-Nirnette, mientras que en las esquinas figuraban pequeñas naves dónde los titiriteros entretenían a los hijos de los clientes con graciosas anécdotas y cuentos populares. Brian y Jason, por su parte, frecuentaron más las pistas de los gimnasios de los sótanos, donde consumados luchadores y miembros de la guardia de la ciudad entrenaban al límite sus cuerpos y perfeccionaban sus artes de lucha cuerpo a cuerpo.

Fue en uno de estos gimnasios donde vieron a un grupo de faunos asistiendo a un combate entre un joven sátiro y un robusto minotauro. El chico sin duda no tenía edad suficiente para considerarlo un adulto. Vestía el uniforme de lucha de la guardia, pero lucía una serie de insignias de honor y un recatado peinado que nada tenía que ver con el sobrio corte de los faunos. Los dos se enfrentaban a mano descubierta, intentando sacar al otro de la línea de combate que consistía en un ring circular, muy semejante a las pistas de sumo.

El Laberinto 1 - AdvenimientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora