Cap. 11 - Entrenamiento básico

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Tres días después ya se encontraban lejos de los dominios de Saroc y a dos jornadas de abandonar Jaël por la ruta nordeste, donde el laberinto se tornaba más verde y exuberante. El aire era más puro y limpio a medida que los muros de piedra o ladrillo dejaban su lugar a las paredes de setos. Bajo sus pies el suelo enlosado se transformó en tierra y de esta tierra a un césped verdoso. Pero tanto los setos como la hierba mostraban una armónica simetría. No era como si un podador con tijeras hubiese pasado recientemente por allí... era más bien como si las mismas plantas supieran cómo crecer sin salirse de su lugar ni alterar la estética de los pasillos.

Las calles ya no se parecían a calles sino a parcelas de un cuco jardín inglés. En otras palabras, imperaban mucho los espacios abiertos y las formas geométricas o decorativas como las que encontraron en los Confines del laberinto... solo que moldeadas y armoniosas con el entorno. Se encontraron también ocasionales fuentes y pozos escondidos en habitáculos, junto con abundantes adornos florales que embellecían el paisaje. Las vistas al horizonte fueron también posibles gracias a la gran cantidad de colinas y desniveles en el terreno y a varios tramos de muros donde las plantas se reducían hasta la altura de sus cinturas, por lo que podían ver fácilmente los caminos vecinos y pasar de unos a otros de un buen salto.

Todo ello, unido al buen tiempo, alegró la marcha de esta nueva etapa del viaje. Pero no por esto debían bajar la guardia. Carol se detuvo varias veces para oler algunas rosas que no se encontraban en la Tierra. Cuando unos ejemplares de rosa carnívora le dieron un mordisco en la nariz se le terminó la curiosidad.

-¿Es que aquí nada puede ser lo que aparenta ser? –gimió dolorida –Urick, podrías avisar...

-Lo siento –le dijo el enano a su lado –Lo mío no son los hierbajos.

Tener a dos nuevos viajeros que los acompañaran era halagüeño, hasta cierto punto. Al cambiar Urick tan rápido de la vida sedentaria a la nómada, casi siempre hacía pausas para encantar dialanes que sobrellevaran las incomodidades de la travesía. Las alforjas y bolsillos sin fondo fueron una novedad muy práctica. Y en cuanto a Möll, solo se le veía cuando paraban a descansar brevemente para picotear un poco de comida. El resto del tiempo les acompañaba excavando bajo sus pies, dónde decía sentirse más cómodo que al aire libre.

La primera parada importante a la luz del día que hicieron fue en un claro con una pequeña charca donde descendían a refrescarse varios pájaros. Al llegar Caleb, creyó avistar por un segundo algunas náyades entre las ondulantes curvas del agua. Como se trataban de criaturas extremadamente tímidas y cautas fuera de sus territorios, no era de extrañar que hubiesen desaparecido nada más verles. Sin embargo, la sola mención de las hadas despertó aún más la curiosidad de las chicas, hasta tal punto que convencieron al guía de que descansaran allí unas horas por si volvían aparecer.

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-Si veis alguna de esas polillas molestas, aplaudid todo lo que podáis –les aconsejó Urick quién no compartía el mismo entusiasmo que las chicas terrestres.

El Laberinto 1 - AdvenimientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora