Cap. 11 - Sombras encendidas

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Estaba empapado y la lluvia no arreciaba. Desde que abandonó la plaza del frontispicio todo aparentaba estar inundado por el agua, a pesar de que esta solo le cubriera los tobillos. Los pergaminos de las plegarias caían aquí y allá por el constante bombardeo de agua y sus tintes teñían los charcos hasta que se perdían por los desagües. Debido a la conmoción que sufría la bastida desde hacía una hora nadie se preocupó de retirar las plegarias.

Enis maldijo su negra suerte mientras escurría las mangas de la camisa. Al igual que les pasaba a los gatos, a los ninyeti no les sentaba bien mojarse.

Le costó mucho salir del edificio. Ignoraba si habían sido diez minutos o más el tiempo que vagó entre aquellos corredores interminables, pero al final tropezó con una puerta trasera de salida y abandonó el Templo sin que nadie reparara en él, pues no quedaban ni monjes ni guardia. Una vez fuera esperaba que todo cambiase y el aire fresco le hiciera ver las cosas de otro color más alegre. Había olvidado que el mal tiempo ennegrecía el rojo magenta de los tejados de Saramastra y que ningún haz de luz lograba arrebatarle su reino a las nubes.

No obstante, no todo allí abajo era gris y oscuro. Al suroeste de la plaza se veían luces y fuegos que ningún aguacero parecía enturbiar. Los gritos se podían escuchar desde muy lejos.

-Dicen que apareció de repente, durante el rezo de las tres... -le dijo un tendero podling a un guardia centauro mientras recogía el puesto apresuradamente.

-¿El Sky-Hell otra vez? ¿No lo habían cercado en los Arcos Convergentes?

Enis pasó a su lado en ese momento. No valía la pena poner en sobre aviso a la guardia. Ya había comprobado que era incapaz de decir nada a nadie sobre la presencia de aquella gente en el Templo. Sin embargo no pudo evitar detener el paso al oír...

-¡No, hombre, no! ¡La han visto a "ella"!

-¿Qué "ella"? –se cruzó el otro de brazos sin entender.

-¡Por todos los Nelwyn! ¿Es que no has oído los repiques de allá arriba? Han abierto el pináculo de la cúpula y ha sonado la campana.

-¿La Superior? –interrogó el guardia -Aquella que anuncia a la...

-¡Sí, señor mío! –rio el podling.

-Un error, sin duda... ¡O una broma!

-Una campanada sería un error. Tres o cuatro una jugarreta... ¡Pero ya llevan doce de los trece tañidos!

La incredulidad y emoción de ambos tenderos era palpable. Se especulaba incluso con la impensable posibilidad de que los monjes hubieran hallado realmente una Heredera dentro del Templo. Justo en ese momento tocó la decimotercera y última campanada.

-¡Trece! ¡Han dado las trece campanadas! –chillaron el tendero y el guardia.

Pronto acabaron de recoger sus cosas, pero en lugar de marcharse decidieron reunirse con el resto de curiosos que llegaban de nuevo en oleadas a la plaza.

Y él no sabía qué opinar de aquello. Eran tantas las cosas que habían pasado que el anuncio de la Heredera no le sorprendía demasiado. Tampoco era algo tan increíble. No sabía nada de campanas o pináculos, pero los errantes llevaban oyendo noticias de falsas Herederas desde que la última se hubo marchado. No era de extrañar que en medio de todo aquel jaleo los monjes se hubiesen dejado llevar por su fervor religioso y hubiesen creído a la primera fanática con delirios de grandeza.

Se sentía más impulsado a buscar a Hala y las caravanas. Ahora que había dejado atrás el peligro, solo restaba encontrarles, si es que lograba orientarse. De improviso, y como un fogonazo dentro de su cabeza, cayó en la cuenta y supo de qué le era tan familiar aquel rostro.

El Laberinto 1 - AdvenimientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora