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-Casas del colegio. Hay cuatro. Todos dicen que en Hufflepuff son todos

inútiles, pero...
-Seguro que yo estaré en Hufflepuff -dijo Harry desanimado.


-Es mejor Hufflepuff que Slytherin -dijo Hagrid con tono lúgubre-. Las

brujas y los magos que se volvieron malos habían estado todos en Slytherin.

Quien-tú-sabes fue uno.


-¿Vol... perdón... Quien-tú-sabes estuvo en Hogwarts?


-Hace muchos años -respondió Hagrid.


Compraron los libros de Harry en una tienda llamada Flourish y Blotts, en

donde los estantes estaban llenos de libros hasta el techo. Había unos

grandiosos forrados en piel, otros del tamaño de un sello, con tapas de seda,


otros llenos de símbolos raros y unos pocos sin nada impreso en sus páginas.


Hasta Dudley, que nunca leía nada, habría deseado tener alguno de aquellos

libros. Hagrid casi tuvo que arrastrar a Harry para que dejara Hechizos y

contrahechizos (encante a sus amigos y confunda a sus enemigos con las más


recientes venganzas: Pérdida de Cabello, Piernas de Mantequilla, Lengua

Atada y más, mucho más), del profesor Vindictus Viridian.


-Estaba tratando de averiguar cómo hechizar a Dudley


-No estoy diciendo que no sea una buena idea, pero no puedes utilizar la

magia en el mundo muggle, excepto en circunstancias muy especiales -dijo

Hagrid-. Y de todos modos, no podrías hacer ningún hechizo todavía,

necesitarás mucho más estudio antes de llegar a ese nivel.

Hagrid tampoco dejó que Harry comprara un sólido caldero de oro (en la


lista decía de peltre) pero consiguieron una bonita balanza para pesar los

ingredientes de las pociones y un telescopio plegable de cobre. Luego visitaron

la droguería, tan fascinante como para hacer olvidar el horrible hedor, una

mezcla de huevos pasados y repollo podrido. En el suelo había barriles llenos

de una sustancia viscosa y botes con hierbas. Raíces secas y polvos brillantes


llenaban las paredes, y manojos de plumas e hileras de colmillos y garras

colgaban del techo. Mientras Hagrid preguntaba al hombre que estaba detrás


del mostrador por un surtido de ingredientes básicos parapociones, Harry

examinaba cuernos de unicornio plateados, a veintiún galeones cada uno, y

minúsculos ojos negros y brillantes de escarabajos (cinco knuts la cucharada).


Fuera de la droguería, Hagrid miró otra vez la lista de Harry.
-Sólo falta la varita... Ah, sí, y todavía no te he buscado un regalo de

cumpleaños.


Harry sintió que se ruborizaba.


-No tienes que...


-Sé que no tengo que hacerlo. Te diré qué será, te compraré un animal. No un sapo, los sapos pasaron de moda hace años, se burlarán... y no me

gustan los gatos, me hacen estornudar. Te voy a regalar una lechuza. Todos


los chicos quieren tener una lechuza. Son muy útiles, llevan tu correspondencia y todo lo demás.


Veinte minutos más tarde, salieron del Emporio de la Lechuza, que era


oscuro y lleno de ojos brillantes, susurros y aleteos. Harry llevaba una gran

jaula con una hermosa lechuza blanca, medio dormida, con la cabeza debajo

de un ala.


Y no dejó de agradecer el regalo, tartamudeando como el profesor Quirrell.


-Ni lo menciones -dijo Hagrid con aspereza-. No creo que los Dursley

te hagan muchos regalos. Ahora nos queda solamente Ollivander, el único

lugar donde venden varitas, y tendrás la mejor.


Una varita mágica... Eso era lo que Harry realmente había estado


esperando.

La última tienda era estrecha y de mal aspecto. Sobre la puerta, en letras

doradas, se leía: «Ollivander: fabricantes de excelentes varitas desde el 382


a.C.». Antes de llegar se encontraron con los gemelos, los cuales les dijeron que los habían mandado por sus varitas, En el polvoriento escaparate, sobre un cojín de desteñido color púrpura,

se veía una única varita.

(Tn) en hogwarts, 1T, la piedra filosofalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora