el callejon diagon

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-Perdón -dijo Harry-. Pero ¿qué es tan curioso?


El señor Ollivander fijó en Harry su mirada pálida.


-Recuerdo cada varita que he vendido, Harry Potter. Cada una de las

varitas. Y resulta que la cola de fénix de donde salió la pluma que está en tu

varita dio otra pluma, sólo una más. Y realmente es muy curioso que estuvieras

destinado a esa varita, cuando fue su hermana la que te hizo esa cicatriz.


Harry tragó, sin poder hablar.


-Sí, veintiocho centímetros. Ajá. Realmente curioso cómo suceden estas

cosas. La varita escoge al mago, recuérdalo... Creo que debemos esperar

grandes cosas de ti, Harry Potter... Después de todo, El-que-no-debe-ser- nombrado hizo grandes cosas... Terribles, sí, pero grandiosas.

Harry se estremeció. No estaba seguro de que el señor Ollivander le


gustara mucho. Pagó siete galeones de oro por su varita y el señor Ollivander

los acompañó hasta la puerta de su tienda.


Al atardecer, con el sol muy bajo en el cielo, Harry y Hagrig emprendieron su

camino otra vez por el callejón Diagon, a través de la pared, y de nuevo por el

Caldero Chorreante, ya vacío. Harry no habló mientras salían a la calle y ni siquiera notó la cantidad de gente que se quedaba con la boca abierta al verlos en el metro, cargados con una serie de paquetes de formas raras y con la

lechuza dormida en el regazo de Harry. Subieron por la escalera mecánica y

entraron en la estación de Paddington. Harry acababa de darse cuenta de


dónde estaban cuando Hagrid le golpeó el hombro.


-Tenemos tiempo para que comas algo antes de que salga el tren -dijo.

Le compró una hamburguesa a Harry y se sentaron a comer en unas sillas


de plástico. Harry miró a su alrededor. De alguna manera, todo le parecía muy

extraño.


-¿Estás bien, Harry? Te veo muy silencioso -dijo Hagrid. Harry no


estaba seguro de poder explicarlo. Había tenido el mejor cumpleaños de su

vida y, sin embargo, masticó su hamburguesa, intentando encontrar las

palabras.


-Todos creen que soy especial -dijo finalmente-. Toda esa gente del

Caldero Chorreante, el profesor Quirrell, el señor Ollivander... Pero yo no sé

nada sobre magia. ¿Cómo pueden esperar grandes cosas? Soy famoso y ni

siquiera puedo recordar por qué soy famoso. No sé qué sucedió cuando Vol...


Perdón, quiero decir, la noche en que mis padres murieron.


Hagrid se inclinó sobre la mesa. Detrás de la barba enmarañada y las

espesas cejas había una sonrisa muy bondadosa.


-No te preocupes, Harry. Aprenderás muy rápido. Todos son principiantes

cuando empiezan en Hogwarts. Vas a estar muy bien. Sencillamente sé tú

mismo. Sé que es difícil. Has estado lejos y eso siempre es duro. Pero vas a


pasarlo muy bien en Hogwarts, yo lo pasé y, en realidad, todavía lo paso.

Hagrid ayudó a Harry a subir al tren que lo llevaría hasta la casa de los Dursley y luego le entregó un sobre.

-Tu billete para Hogwarts -dijo-. El uno de septiembre, en Kings Cross. Está todo en el billete. Cualquier problema con los Dursley y me envías una

carta con tu lechuza, ella sabrá encontrarme... Te veré pronto, Harry.


El tren arrancó de la estación. Harry deseaba ver a Hagrid hasta que se perdiera de vista. Se levantó del asiento y apretó la nariz contra la ventanilla,

pero parpadeó y Hagrid ya no estaba.

(Tn) en hogwarts, 1T, la piedra filosofalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora