Volví a la cafetería.
—Sí, un hombre acaba de dejárnoslas. Aquí tienes.
No tenían el llavero de alebrije. Pregunté rápidamente cómo se veía y hacia dónde había ido. Perseguí al hombre por la calle hasta alcanzarlo. Pedí que me diera el llavero, pero dijo no tenerlo. Obviamente mentía. Empezó a llover, y un chico cayó de su bicicleta entre nosotros. El hombre huyó.
Mientras soñaba, vi al hombre. Fui a confrontarlo, con amenazas. El llavero no me importaba demasiado la verdad, pero no iba a dejar que me robaran así de fácil. Prometió devolvérmelo si le ganaba en una partida de ajedrez, en el Café Aztlán. Aún no sabía que soñaba. La mañana siguiente apareció a la hora acordada.