Lo conocí en la catedral de Tepic, yo estaba sentado pensando qué otro trabajo buscar. No me habían aceptado en ninguno. El hombre se sentó junto a mí y quiso hacerme platica, pero la verdad no quise continuarla. Arrugó la cara, y dijo:
—Le falta música a tu vida —y me extendió su desgastada guitarra.
Lo miré con confusión.
—Neta —la dejó sobre mis piernas y se fue corriendo mientras se reía.
Esa guitarra la llevé a afinar en la tienda de Abigail, con quien mecasé, y juntos, abrimos la escuela de música.