De niña, mi abuela la había plantado, y cuando maduró, solo le cortó un trocito para comérselo. La zanahoria se regeneró e hizo más grande. Durante años, mi abuela y su familia siguieron comiendo trozos de la zanahoria sin acabársela. Dejando que esta se regenerara y creciera más y más, hasta tener el tamaño de un cilindro de gas de cuarenta y cinco kilos. Fue entonces, cuando una noche, la abuela vio a unos duendes robándose la zanahoria. Mi abuela los persiguió por varias casas, hasta que los duendes lograron huir dejando la zanahoria maltratada. Por eso, ahora está encerrada en este jardín.