Me dejaron plantado en una cita. De la oscuridad salió la Muerte que venía por mí. Le lloré que por favor me dejara vivir, pues aún no había conocido el amor.
Dijo que no debía darme más tiempo. Antes de morir, comencé a improvisarle un poema mientras le hacía una rosa con una servilleta de papel.
La muerte, apenada, me dio un día más de vida para que hiciera mi última voluntad. Le pedí entonces que se quedara conmigo. Siempre tomados de las manos: bailamos vals, caminamos por la playa de San Blas, comimos en un restaurante, horneamos un pastel, y subimos el Cerro de San Juan. Lloré abrazándola muy fuerte largo rato, mientras veía el atardecer de mi último día.
Estoy listo, le dije, y ella respondió:
—No quiero que esto termine.