CAPÍTULO 11

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✧✧ Sin preocupaciones✧✧

Venus

Poco a poco, comienzo a abrir los ojos, pero las sábanas son tan suaves que no me provoca salir de la cama, solo quiero pasar el día acostado, disfrutando de varias siestas seguidas, aunque deba pedir servicio a la habitación.

Es la primera vez que despierto sin tener que estar con la pendencia de algo más que no sea relajarme y disfrutar de mi día libre.

¿Desde hace cuánto no sé lo que es estar sin hacer nada? «Hace siglos».

Abrazo la almohada que tengo debajo del rostro y aprieto con las piernas la que tengo debajo de la rodilla, creo que es una manía el dormir con una ahí, lo siento más cómodo.

La luz del sol se cuela por el ventanal que tengo en frente y por un costado puedo ver el azul del mar, y lo único que pasa por mi cabeza es irme a la playa después del medio día, aunque no sé que horas son. Con algo de suelo aún, levanto el rostro y veo en dirección hasta la mesita que tengo al lado y veo el reloj «9:15 am».

Mi estómago me exige comida gourmet que normalmente no pruebo, anoche comí enlatado y después fueron horas de vuelo hasta que llegamos y no hice otra cosa que lanzarme en la cama a dormir como una perezosa. Estaba sumamente cansada, suelo ser muy energética, pero cuando mi cuerpo llega a ese punto de cansancio, debo darle lo que me pide o estaré con el genio descompuesto y nadie querrá a esa Venus.

Literalmente, me vuelvo un ovillo en la cama, abrazando las almohadas y sábanas.

—Nos vemos al rato hermosa y deliciosa camita— susurro antes de levantarme con toda la pereza del mundo.

Mi cerebro exige abrir las ventanas y grabarme el azul del mar, y es lo que hago; ruedo las cortinas, el cristal del ventanal, dejando que la brisa marina y el sol mañanero, sean lo primero que sienta mi piel. Estiro los brazos y cierro los ojos tomando una bocana de aire.

Esto es lo mejor. Necesito vivir a la orilla del mar.

—¡Buenos días, vecina! —gritan y bajo los brazos, abriendo los ojos, en busca de la persona que veo en la habitación de al lado.

Sostiene una taza de probablemente café, tiene un mero boxer puesto, del resto está desnudo y los rayos solares hacen que se noten los tatuajes que cubren mucha de su piel.

«Ya entiendo por qué dicen que los africanos la tienen grande» comenta mi subconsciente pervertida al borde de atragantarse con la saliva y por mi parte trato de no mirar esa parte tan resaltante.

—Buenos días, Kilian —lo saludo con la mano— ¿Quién duerme en esté lado?

Señalo la habitación.

Se encoje de hombros dándole un sorbo a la taza.

—Tal vez Enola —se pasa las manos por el cabello, es de un negro oscuro, al igual que sus ojos— Me iré a vestir, muero de hambre.

—Por dos.

Entro de nuevo. Sobre el sofá de la habitación están algunas bolsas de ropa, rebusco algo cómodo encontrándome con un vestido corto de tirantes, es de color cereza, saco un par de bragas y me decido por no usar brasier, la vida es mejor sin el.

El hotel no es un solo edificio, son varias habitaciones estilo cabañas sobre una montaña no muy grande desde donde se puede ver el mar y los árboles que nos rodean. El piso es madera pulida al igual que todo lo demás y eso hace que el olor sea tan fresco y relajante para mis pulmones.

El paraíso en una habitación con vista de ensueño.

Hago uso de la ducha, me lavo el cabello con los implementos de higiene, me aplico varias cremas, exfoliantes faciales, me depilo con un envase de cera que dejaron en la cesta equipada, me lavo los dientes varias veces y me seco el cabello con el secador antes de hacerme una coleta alta.

APOCALIPSISDonde viven las historias. Descúbrelo ahora