CAPÍTULO 46

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✧✧Bienvenida a mi Infierno✧✧

Herodes

Sigo mirando el teléfono que me permite observar a la mujer que yace acostada en la cama de mi cuarto de juegos en Montreal; Sitio que uso especialmente para desquitarme o simplemente castigar comportamientos como los que ha tenido últimamente olvidando todo lo que le he advertido.

Las palabras no sirvieron, por ello no me quedo de otra que tomar medidas drásticas y demostrarle un poco de lo que soy capaz cuando me desobedecen.

Soy posesivo y egoísta con lo que me pertenece, ella es mía desde la primera vez que se lo metí, hora se tiene que aferrar a la idea de que nadie más la puede tocar y menos con su consentimiento porque la que lo pagará caro será, aún más si no se da a respetar.

Jayden es capaz de todo por tener a la mujer que le hinche la polla y la pelirroja ya está en su lista de opciones. «Esto es un problema» los Blackwood estamos acostumbrados a tener lo que queramos y que sea mi guardaespaldas no le asegura mucho pero tal vez si...

—Nos vemos en la mansión, tengo cosas que hacer y no puedes venir conmigo— le digo a Megan cuando bajamos del jet.

—Entiendo, me parece bien, pediré que preparen una buena cena para los dos.— sonriente se acerca y dejo que me bese la mejilla antes de encaminarse al auto— No te tardes mucho.

Subo al auto, parte del escuadrón se regresa a la mansión y los que quedan, aseguran el perímetro. Estos tres días en Londres no fueron de mi agrado, detesto visitar a los que se hacen llamar mis padres, pero tenía que ir si quería dejar en claro muchas cosas y organizar planes futuros. El lunes tengo que viajar a Toronto, después organizar lo que tiene que hacer parte del escuadrón.

Mario se comunica conmigo, poniéndome al tanto de las nuevas armas que necesita que pruebe, sin embargo, todavía no pienso viajar a Kiev, ahora solo tengo una cosa que hacer, no voy a perder el tiempo.

Aseguran el perímetro y bajo adentrándome en el edificio, el ascensor se abre y camino hasta el departamento, la puerta cede, me quito el saco y lo dejo en el sofá de la sala al igual que el reloj.

Subo las escaleras mientras reviso el teléfono, entro al mini bar, me sirvo un trago que saboreo, yéndome a la habitación, el pomo cede y abro recibiendo el impacto de esos ojos grises que tanto me ponen a arder las articulaciones.

El cansancio lo denotan las ojeras que tiene debajo de los ojos. Tiembla ligeramente y mantiene la boca abierta intentando respirar bien, su expresión corporal me dice que en lo que me acerque puede intentar cobrarse el haberla dejado aquí encerrada.

Me acerco despacio, sus ojos no pierden el movimiento de mi mano cuando sorbo un trago, aligerando la resequedad en mi garganta por culpa de los cigarrillos.

—¿Tienes sed? ¿Hambre? ¿Sueño?— tomo asiento en la cama.

No responde y sé que mentalmente debe estar pensando como matarme dolorosamente, y curiosamente, eso me excita.

—Te ves fatal. La soledad no te sienta bien. —reparo su pierna; las vendas están ligeramente manchadas de sangre— ¿Te quedaron ganas de seguir actuando como la ramera que no eres? —no dice nada— Debería dejarte aquí por el día de hoy.

Me relamo los labios, reparando el entorno y recordando que hace tiempo no venía y mucho menos castigaba así de sutil.

—Agua —pronuncia con voz ronca y casi forzada

—¿Agua? —suelto una carcajada— Conmigo no mereces nada, ni siquiera un trago de agua, Adler.

—Agua —repite con amargura.

APOCALIPSISDonde viven las historias. Descúbrelo ahora