CAPÍTULO 55

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✧✧Iguales✧✧

Venus

Una semana y media después.
Sigo tomando los analgésicos para la desgarrada que me hizo el Alpha, es que casi me traspasa con su gran miembro, por poco me llega al estómago si no es que a un pulmón.
«Deberías llamarte "exagerada"». ¡Cállense!

Ya puedo caminar bien, ya por esa parte estoy lista, el sangrado cesó y ni siquiera lo que pasó me elimina las ganas que se han ido acumulando desde ese día ya que el odioso antipático no ha vuelto a tocarme. Casi no me mira y tampoco no lo veo en la casa en donde seguimos.

Suele irse al gimnasio del jardín, la casa es grande, supongo que es suya.

Recién acaba mi última revisión con el doctor y las noticias me energizan, el brazo no ha sanado completamente, pero va progresando y al menos ya puedo moverlo y no se desangra.

Los hematomas han desaparecido gracias a una costosa pero excelente pomada que me compró el pelinegro que entra a la habitación vestido con jogger y zapatos deportivos, sudado, agitado y sin camisa, pero si con una toalla alrededor del cuello.

—Alístate y empaca tus cosas que nos vamos.

—¿A dónde?

—A comenzar tu entrenamiento. Ya bastante tiempo hemos perdido y no pienso seguirlo haciendo— se da la vuelta y sale, estrellando la puerta.

Siempre en modo cara de culo y genio de persona inaguantable.
Suspiro, tomando una bocanada de aire, no sé qué pretende, pero no creo que sea nada bueno, al menos estos días fueron un tipo de descanso y me siento más recompuesta.

Hago mi equipaje mientras disfruto del jugo que me trajeron hace un rato. Me ato el cabello en una coleta, acomodo mis vaqueros de licra y la camisa de tirantes que muestra un poco de mi abdomen, dejo la chaqueta a la vista mientras guardo el teléfono en el bolso. No tengo brazalete, aún no me traen uno nuevo y cuando salgo me apresuro a buscar a Dan.

—Te veo mejor— me dice reparando el cabestrillo de mi brazo.

—Me siento mejor. Necesito un nuevo brazalete, ¿Mario no me dejó uno?

Niega. Le pregunto por el escuadrón y me dice que están en Kiev.

—Nos vamos, moviliza a todos...

—No estás trabajando, Adler. Deja de pensar que sí— me interrumpe el Alpha, viene bajando las escaleras.

Dan mueve a todos y me quedo mirando al hombre que pasa de largo, saliendo.

Ruedo los ojos y salgo también, subimos a los autos y son minutos de camino al aeropuerto. Aterrizamos en Kyushu una de las islas de Japón.

Los autos ya están aquí y subo sola a la camioneta que conduce el pelinegro con solo mi compañía. Quiero ver por dónde vamos y admirar la arquitectura de las casas, calles.. aunque tenga que ignorar el calor que se toma mi cuello por tan solo tenerlo cerca.

Fueron días en los que casi no hablamos, no lo vi o lo tuve así de cerca de no ser porque me vigilaba cuando llegaba el doctor y cuando se aseguraba de que me tomara las pastillas, tal vez habría olvidado el olor de su loción, aunque eso es imposible, ya se grabó en mi nariz y en mi memoria.

«Detesto que sea un tipo de adicción u obsesión».

Pero tenerlo cerca me hace sentir con menos estrés y sin tener que estar pensando lo que debe estar haciendo en vez de estar así.

Pero quién lo diría, yo con él, haciendo cosas que se escapan de nuestras manos. Sobre todo, yo que estoy fornicando con un billonario, sexy y apuesto hombre que gana miles de millones a la semana. Un afrodisíaco que muchas quisieran probar, pero heme aquí mirando por el rabillo del ojo lo estimulante que me resulta verlo acariciarse el mentón mientras conduce.

El resto del camino es más silencioso, aparca en frente de lo que parece una finca entre colinas, desde aquí se puede ver el lago de la parte trasera de la casa, el cual quisiera probar.

Bajamos, no dejo que nadie toque mi equipaje, yo misma lo bajo y me apresuro a entrar, una señora nos da la bienvenida y la decoración me hace sentir como en un castillo de la realeza. Casi todo es color rojo, pastel o dorado, los muebles se ven muy cómodos, en las paredes yacen muchas obras al igual que las estatuas en las esquinas que me hacen sentirme observada en otro mundo.

—Bienvenido, señor Herodes. Qué bueno tenerlo de regreso —un señor mayor, calvo, vistiendo una yukata y apoyado en un bastón nos recibe en la gran sala hablando su idioma, no estoy muy familiarizada con el pero sé algo.

—Tarde pero aquí estoy, necesito que preparen todo, no perderé más tiempo— dictamina el pelinegro.
Me mata tanto que sepa tantos idiomas, es sexy.

—Entendido, ¿Y esta hermosa joven?— indaga el señor, mirándome y sonrío porque se ve amable.

—Venus— me inclino mostrando respeto y optando sus tradiciones.

—Oh, nombre de una de las diosas griegas, bienvenida, mi nombre es Katashi, ella es Yuriko— presenta a la mujer que se me acerca inclinándose — Cualquier cosa que necesites no dudes en buscarnos.

—Para servirle —me dice la mujer, es de estatura media, cabello semi canoso, pero se ve con menos de 40 años— La cena está servida, cuando quieran pueden comer.

Mi jefe asiente, Dan sube su equipaje y dejo que Yuriko me guíe a mi habitación. No habla mucho, se ve agradable y sonríe cada que me mira como si fuera la primera vez que reciben visita o alguien viene con él.

—Un milagro recibir a Herodes con una chica —comenta cuando llegamos a la puerta, la abre y entro
—No me sorprende, no le gusta la cercanía y por lo visto siempre viene, ¿O me equivoco?

Abre las persianas de la ventana, los rayos de la luna, reflejándose en el vidrio que abre dejando que el aire fresco entre.

La cama es grande, abre una puerta mostrándome el baño que también alberga un armario pequeño. Nada lujoso o moderno, todo tradicional y muy típico de su cultura.

—Viene desde que es un adolescente, cada año lo hace..—me cuenta, dejo el bolso sobre la cama y ella rebusca en el armario sacando un kimono gris con rosado al igual que un bolso de los que son ideales para acampar— Pensábamos que no vendría este, pero nos alegró su llamada.

Quisiera preguntar más, pero sé que en su cultura son reservados, no invaden el espacio personal así nada más.

Guarda algunas cosas en el bolso y lo deja sobre el sofá de al lado de la mesita de noche.

—Cuando él diga que deben irse tienes que llevarte esto, nada más.

No sé a qué se refiere. Asiento porque su expresión corporal me dice que le agradé y mi presencia la hace feliz. Se va y me meto en el baño por un momento, me empapo el rostro con agua y me miro en el espejo revisando la mínima marca que queda del hematoma que tenía, aplico la pomada, me saco el cabestrillo del brazo, limpio la herida que casi no se siente y coloco vendas nuevas al tiempo que tocan la puerta.

—¡Adelante!

—La esperan para cenar— me avisa Yuriko.

Salgo con ella, solo me quité la chaqueta, sigo con la misma ropa. Me ducharé para dormir.

El comedor es amplio, la mesa de madera gruesa y el mantel con dibujos que me llaman la atención, pero el pelinegro me mira, Katashi también y tomo asiento al lado de la mujer que pide que me traigan mi plato.

Nadie ha probado bocado y lo hacen después que mi plato queda en frente de mí.

Miro las distintas variedades que prepararon, todas son comidas típicas y uno que otro plato gourmet estilo restaurante. Por suerte me gusta la comida japonesa.

Ambos hombres platican sobre las bandas delincuentes que quieren tomar la isla y sobre que no está de acuerdo por lo que el pelinegro no ahonda mucho el tema, solo recalca que ya está solucionando eso y nadie invadirá nada.

—Tu noticia me tranquiliza. Hace unos días hubo disturbios en un bar, me enteré por Yuriko que tuvo que salir por algunas cosas personales y al regresar me lo contó— le informa.

—Pierde cuidado. Me estoy ocupando antojo — asevera.

Como en silencio, inevitablemente mis ojos se posan sobre él y en la manera que frunce el ceño cuando algo no le agrada, como ahora que se da cuenta de mi mirada y termina levantándose.

—Iré a descansar, ya saben qué hacer.

Se va, me quedo con los asiáticos que me miran extraño, pero no me incomoda porque no es de una manera despectiva.

—No creí que vivirá para ver a Herodes venir en compañía de alguien, y que precisamente fuese una mujer, este lugar es sagrado para él. Deberías sentirte halaga.—me dice el señor.

—Es especial —agrega Yuriko, sonriéndome.

—No creo que porque me haya traído sea una señal de ser "especial".— me atrevo a decir.

—Quién sabe.

—Según sé; será para entrenar. Y yo no creo que me falte otra cosa por aprender.

Ambos sueltan una risita suave, sin nada de burla o sarcasmo, pero si divertida.

—La sabiduría se adquiere aprendiendo en exceso, cuando sabemos algo no podemos asegurar que es suficiente.—comenta Katashi y su manera pausada y tranquila me desespera un poco pero es relajante.

—¿Qué aprendió aquí que deba saber también yo?— indago.

—No estoy en posición de contestarte aún, y tú no estás lista para oír la respuesta, mañana puedes preguntarme de nuevo si te queda dudas— se levanta— Tengan buena noche, y descansen.

Se va, dejándome con Yuriko quien empieza a recoger los platos, de inmediato me levanto a ayudarla, no parece que tengan empleadas, estaría mal si la dejo ocuparse sola. La casa es enorme y seguramente ella se encarga del aseo.

—Sin duda alguna si tuviera que elegir en donde vivir —dejo los platos en la mesa de la cocina — Sería aquí; se respira no más que tranquilidad, siento que mi alma se siente tan... Ni siquiera sé cómo explicarlo.

—Entiendo esa sensación, esas fueron una de las cosas por las que prefiero vivir aquí y no en la ciudad. Pero ya después platicaremos, debes descansar, yo me ocuparé de esto...

—Pero...

—Gracias por la ayuda, señorita, pero le recomiendo descansar.

Refutar no dará resultado.

Me despido y me voy a mi habitación, paso el frente de la de mi jefe y me detengo por un momento no sé ni por qué, pero el aire se atasca en mi garganta y las ganas vuelven como una esfera que se sigue llenando del aire caliente que se esparce cuando estalla, recorriendo cada parte de mi cuerpo moviendo mis articulaciones haciendo reaccionar mi brazo el cual hace el amago de levantarse hasta que mi mano se posa en el pomo y mi cabeza estalla recordándome que estoy exagerando y por eso me voy.

Me meto al baño, quitándome la ropa, dejando que la ducha me relaje, pero me termino tocando y gimiendo hasta correrme quedando igual que hace unos minutos «Estoy adicta o probablemente ninfómana».

El sueño llega al igual que las ganas de descansar y por ello con todo y albornoz me lanzo en la cama, cierro los ojos buscando viajar a ese mundo que es solo mío pero que a veces me muestra cosas que no entiendo y le veo avanzando por la carretera, en frente veo la misma cabaña y la edificación que parece un hospital, pero no sé.

Estoy desorientada, aturdida y mis pies siguen absorbiendo el frio que desprende el asfalto. La calle es oscura, ambos lados se ven lejanos y sin idea de lo que hago sigo avanzando hasta que me detiene el sonido de unos toques en madera...
Abro los ojos sumiéndome en la oscuridad de la habitación en donde solo alumbra la lámpara de la mesita de al lado la cual ilumina unas piernas, alzo la mirada y pudiera irme contra él y decirle que me folle, pero mi cuerpo está tan relajado que no me provoca levantarme.

—Hora de despertar.

—¿Qué hora es?— siento que no dormí ni 6 horas.

—Las 4 AM.

Espera...¿Qué?

—¿Las 4?. Déjame dormir entonces— me quejo, enterrando la cara en la almohada.

No dice nada, por un momento creo que se fue y... Tiran de mis pies dejando mis piernas fuera de la cama y mi descontento por los cielos.

—¡¿Qué rayos haces?!

Me arranca la sábana.

—Vístete —deja sobre la cama un par de botas y un uniforme idéntico al que usamos en la fortaleza — Hora de entrenar, deja la pereza.

—Me debes estar jodiendo... son las 4 de la mañana, Herodes, déjame dormir.

—Aquí se hace lo que yo diga, te dije que el castigo sería esto, así que muévete, te daré 10 minutos para alistarte, si no sales vendré por ti y te sacaré a las malas —busca la puerta, abro la boca para hablar, pero se va y pataleo como niña chiquita que quiere seguir durmiendo pero que debe levantarse para hacer quien sabe qué.

Con la mayor flojera del mundo me levanto, arrastro los pies hasta el baño, me doy una ducha con agua fría intentando quitarme el sueño y no lo consigo. Como puedo, me peino y visto, me pongo un cabestrillo nuevo, la puerta se abre cuando me estoy acomodando el pantalón y no me da tiempo de nada, entra embravecido y me toma, subiéndome a su hombro, coge mi bolso y me saca como si no tuviera tiempo.

Le digo que me baje, pero es tan intenso que no vuelvo a pedírselo, avanza un par de minutos, nadie nos sigue, la oscuridad de la noche nos envuelve y atraviesa una cerca que nos manda al oscuro bosque en donde se adentra caminando como si fuera normal venir y hacer esto a estas horas.

No sé qué es más horrible, si el frío o el trayecto que veo cuando me baja «Debe ser una broma».

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