La casa de los Rogers estaba muy tranquila aquella noche, los dos niños dormían con tranquilidad en la habitación o eso creían los padres.
—¿Escuchas lo mismo que yo, cariño?—preguntó Natasha, alzando la cabeza del espacio en el pecho de Steve.
—Me parece que no hicimos un buen trabajo para que se durmieran.
La espía rodó los ojos.
—Es tu culpa, Steve—se levantó divertida—¿Para qué les has contado esa historia?
Ambos avanzaron por su hogar hasta encontrar la habitación de los pequeños, quienes saltaban en las camas, riendo.
—¡CAPITÁN! ¡TENEMOS INTUSOS!—gritaba Irina, lanzándole una almohada—¡NECESITA SU ESCUDO!
—¡DOMANOFF, ATÁS DE MI!—gritó James, riendo a carcajadas.
—¿Así que Romanoff y Rogers?—preguntó Natasha, haciendo que los dos niños saltaran hacia atrás.
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Steve cruzó la habitación en dos pasos, sosteniendo a los dos niños antes de que se cayeran de las camas. Irina empezó a reír a carcajadas cuando su padre le hizo cosquillas, James intentaba escapar de aquel ataque pero Natasha lo alcanzó rápidamente.
—¡MAMI, DEJA! ¡MAMI!
—¡PAPI! ¡AYUDA!
—¿No deberían estar dormidos?—preguntó Natasha, jugando con sus hijos—¡Así que este es el momento de la Venganza!
—¡MAMI! ¡PAPI! ¡MAMI!
Reían sin control, pataleando y jugando con sus padres. Natasha parpadeó, cruzando una mirada con Steve; su pequeña familia tenía apenas cuatro años pero para ella significaba el mundo entero. Su momento de diversión fue interrumpido cuando uno de los teléfonos sonó.
—¡NO VAYAS, PAPI! ¡NO QUIEDO!—protestó James.
Steve lo subió sobre sus hombros, con una sonrisa.
—Acompáñame entonces, campeón.
Natasha aprovechó ese momento para recostarse en la cama junto Irina y revolver sus rizos pelirrojos. La niña se acurrucó en el pecho de su madre, suspirando. Ambas estaban a punto de quedarse dormidas cuando Steve regresó.
—¿Qué ocurrió?
Solo con verlo, la espía pudo darse cuenta que no traía buenas noticias. Sintió un agujero en el estómago, levantándose con la niña en brazos.