Capítulo 3

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Ya era más de media noche cuando Aegon y yo regresamos al castillo. Estábamos mareados y risueños, caminando con torpeza hacia el torreón principal cuando dos figuras nos interceptaron.

– Aegon.

– ¡Madre!– exclamó el aludido con los brazos abiertos y una sonrisa tonta en el rostro. Avanzó hacia ella, pero se tropezó con un escalón y se fue de bruces, a lo que yo me cubrí la boca para no reírme.

– ¿Dónde estaban? Los esperábamos para la cena.

– Alteza, el príncipe se ofreció a acompañarme a comprar algunas cosas a la ciudad y en el camino nos encontramos con una licorería y...

– Nos la bebimos– finalizó con la voz amortiguada.

– Levántate.

Aegon obedeció con lentitud, parecía que al más mínimo movimiento volvería a caerse. Y yo no estaba muy lejos de acompañarlo, estaba tan mal que le veía ambos ojos a Aemond.

– Aemond, escolta a lady Daryana a su habitación.

– No es nece... alteza, ¿le han dicho que tiene un cabello espectacular?

Creo que estaba mezclando mis tres idiomas al hablar porque la reina Alicent, con el brazo de Aegon sobre sus hombros, me miró con horror.

– Por todos los dioses, ¿qué fue lo que tomaron?

– ¡Chirrinchi!– gritó Aegon a lo que ambos estallamos en carcajadas.

Me doblé de la risa y por poco me voy de frente también de no haber sido por el brazo de Aemond.

– Creí que tu hermano era un aburrido, pero él de verdad sabe cómo divertirse.

Aemond me condujo a las escaleras y una vez en ellas me agarró del cuello y me estrelló contra la pared. Abrí los ojos ante la sorpresa y él empezó a apretar.

– Llevas doce horas en este lugar y ya pareces haber colocado todo de cabeza con tus ojos raros y tu mal acento. ¿Crees que eres importante?– el mareo y la falta de aire no me perimitieron recordar alguna forma de defenderme de su agarre–. Me humillas en mi propio hogar y vas y vuelves como si todo te perteneciera. Tal vez seas una Blacksun o tal vez seas una puta mentirosa salida de algún callejón de mierda con suerte de haber encontrado un dragón, pero aquí entre nosotros la verdad es que no eres... nada.

Dejé de tratar de atacar su cara y lo agarré de las muñecas haciendo uso de toda mi fuerza de voluntad para mirarlo entre la agonía.

A lo lejos se escuchó un rugido que casi pareció un trueno.

El calor de mis palmas fue debilitando poco a poco su agarre y mientras el pánico lo invadía mi cordura regresaba. Mis ojos lloraban y tardé unos segundos en recuperar el aire antes de hablar.

– Puede que no sea nada, pero yo sé cosas, Aemond– le dije mientras apartaba con brusquedad sus manos de mí y lo quemaba incluso a través del cuero de sus mangas–. Mi familia sabe hacer cosas que la tuya ni siquiera imagina. ¿Crees que los dragones lo son todo? ¿Crees que sabes lo que es el poder?

Su boca se abrió pero no emitió ningún ruido.

– Esto es poder– gruñí jalándolo lentamente hacia abajo–, tener la capacidad de ponerte de rodillas solo con mi tacto. Puede que ustedes controlen a lo que le prenden fuego, pero lo que los hace especiales llega hasta ahí. Sin ellos no son nada, en cambio mírame a mí...

– ¿Qué eres?– preguntó con una mueca de dolor.

– Por el momento tu mayor pesadilla– contesté antes de soltarlo–. Tócame otra vez y te saco el otro ojo.

Blacksun | House Of The Dragon (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora