Capítulo 10

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La playa estaba desierta, claro, era de esperarse siendo tan temprano.

Gotas de sangre caían por mi brazo herido hasta la arena mientras caminábamos en silencio. Sobre nosotros una figura casi invisible rondaba en círculos, observándonos atentamente.

– ¿Por qué lo hiciste?– fueron las primeras palabras de Aemond en diez minutos de paz–. Fue estúpido de tu parte.

Yo respiré hondo antes de desplomarme en la arena de rodillas. Él de inmediato se arrodilló frente a mí y me agarró por los hombros, al ver la mueca de dolor aflojó su agarre sobre el izquierdo.

– He hecho más estúpideces en las últimas horas de lo que hice en todo el año anterior– contesté girando hacia mi bota derecha y sacando una de mis confiables dagas–. Si quieres una respuesta clara vas a tener que ser más específico.

– ¿Por qué me empujaste en aquella calle?

Ahhhh, a eso se refería.

– ¿Por qué te salvé la vida haciendo las veces de tu escudo humano personal?– repetí con una débil sonrisa.

Él rodó el ojo y yo me zafé de su agarre para quitarme la capa y bajarme la manchada blusa por el hombro herido.

– Necesito que saques la flecha.

– Debes ir con un maestre.

– No confío en las habilidades de curación de tu pueblo– manifesté con simpleza–. Hazlo y ya.

Puse la daga entre mis dos palmas y cerré los ojos antes de empezar a susurrar.

Luz que vence Oscuridad. Sol que ilumina la tierra. Fuego que corre por mis venas. Vida que es lo único que conozco...

– Daryana, un experto tiene que hacer esto– insistió–. ¿Qué mierda estás diciendo?

– No te importa– murmuré sintiendo el calor aumentar en mis manos–. Sácala ahora, pero trata de no disfrutarlo demasi... AHHHHHHH.

Todo lo que hubo fue dolor recorriendo cada parte de mi ser, quemándome desde adentro.

Grité y apreté los ojos con fuerza.

– Cállate, vas a llamar la atención.

Madre. Padre. Que el calor de su afecto me de fuerzas en este momento.

Raleigh volvió a rugir y los instantes siguientes se hicieron borrosos por el increíble dolor. Sabía que mi cabeza estaba enterrada en el cuello de Aemond porque había colapsado hacia adelante, pero me permití disfrutar esos segundos de alivio en los que mi cuerpo todavía temblaba por el gran esfuerzo.

– Ya acabó, tranquila– escuché vagamente en lo que volvía a abrir los ojos.

Levanté la cabeza y con la poca fuerza que me quedaba me puse la hoja de la daga al rojo vivo sobre la sangrante herida. El calor, en ese preciso momento, fue lo mejor que pude sentir en toda mi vida. Lo que hice fue cerrar la herida con lo único que sabía que no podía lastimarme.

Aemond ni siquiera podía ocultar su horror ante lo que veía.

– ¿Qué... has hecho?

– Mi familia ha practicado hechicería con fuego por generaciones– le dije, orgullosa–. Yo todavía estoy aprendiendo... pero sé un truco o dos.

– Eres una bruja– afirmó, todavía sorprendido.

Bruja tu madre.

– Mi familia prefiere el término hechiceros, pero puedes llamarlo como gustes.

Blacksun | House Of The Dragon (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora