Mientras veía sumergirse el sol lentamente en el mar, pensaba en lo rápido que había pasado aquel verano, aquel mes de agosto. Solía pensar que el verano era solo ese mes que pasábamos en la playa. Agosto era la mayoría de las veces un paréntesis en el que era completamente feliz, porque no había preocupaciones y yo era tal y como quería ser, no la persona que sobrevivía a los días de clase o la que vivía una vida perfecta en una urbanización cerrada, donde todos interpretaban un papel.
Mi vida era un desastre por tantos motivos que no sabía por dónde empezar. Si fuera una novela habría hecho falta uno de esos volúmenes como los que se escribían en el siglo XIX para contarla, pero estábamos en el XXI. Así que estaba decidida a resumirlo lo más brevemente que pudiera.
Yo era una chica normal y corriente. Me encantaría poder decir algo así de mí misma, o que era de esas que pasaban desapercibidas, sin embargo no era el caso. Habría estado bien ser una de esas niñas invisibles de las que los profesores nunca se aprenden el nombre y a las que sus compañeros ignoran. Invisible hasta el punto de que pasados unos años, cuando te los vuelves a encontrar te dicen en tu cara que no se acuerdan de ti, que no les suenas de nada. Ya entonces sabía que eso era pedir demasiado.
Me dedicaba a sobrellevar los días como podía. Vivía en una ciudad preciosa, que apenas disfrutaba porque mi casa estaba en una urbanización de lujo en las afueras. Mis padres eran algo más que excéntricos. No estaban mal, sin embargo no eran perfectos, como no lo somos ninguno de nosotros. Con mis imperfecciones podría escribirse un libro, no era guapa, tampoco era brillante, sacaba buenas notas, eso sí, porque me dejaba las pestañas en los libros. Tampoco tenía nada mejor que hacer a diferencia de mis compañeros. Así que me pasaba la vida con la cabeza metida en mis libros.
Desde hacía tiempo me gustaba un chico y él no sabía ni que yo existía. Tres veranos atrás ocurrió algo que pudo cambiarlo todo, pero ambos hicimos como si no hubiera sucedido. Nunca hablamos del tema y eso tenía que seguir siendo así por la cuenta que me traía, porque para mí había sucedido y era importante, más de lo que yo estaba dispuesta a reconocer, para él probablemente no. El único chico que sabía que yo existía habría sido preferible que no se diera cuenta de mi presencia. Me había cambiado hasta el nombre. Así había pasado de llamarme Lucía, como tantas otras niñas y como muchas de ellas por la canción de los setenta, a ser conocida simplemente con el mote que él me había puesto, de eso era mejor no acordarse.
Nunca he sido una romántica, no como lo entiende la mayoría de la gente. No era de esas chicas que pintaban corazones en los márgenes de los cuadernos, ni de las que pensaban a todas horas en los amores de las novelas y lloraban a moco tendido cuando las películas acababan bien y los amantes se besaban en los últimos segundos mientras subía la música y luego levitaban durante todo el día.
Siempre he sido una romántica como las que aparecían en los libros de texto y como las que explicaban los profesores de literatura. Siempre me ha gustado ver el atardecer sola, ese momento no lo compartía con nadie. Solo lloraba cuando nadie me veía y cuando la película acababa como tenía que acabar, es decir, cuando los protagonistas entendían que había que seguir adelante, porque seguir adelante nos mantiene vivos.
En ese momento, mientras veía el atardecer, pensaba en lo diferente que había sido ese a otros veranos y en lo distinto que sería del siguiente. Agosto había sido ese año un anticipo de lo que sería el próximo curso, aunque yo todavía no podía hacerme una idea de lo que me esperaba.
El verano no había servido de nada. Estaba hecha un lío y tenía la esperanza de que se resolviese solo, aunque eso no pasaría. Llevábamos tres semanas en la playa, cuando mi padre soltó la bomba. Él hacía este tipo de cosas constantemente, lo mismo buscaba un viaje sin cancelación que decidía cambiar de coche. Cosas que seguro no había consultado, pero que en el fondo no eran demasiado malas.
En la playa siempre era todo igual. Era como si el mismo verano se repitiese año tras año, por lo menos en lo que respectaba a los mayores. La mejor amiga de mi madre Marisa, con quien compartía el despacho de abogados que montó mi abuelo, tenía una casa en nuestra urbanización y su hija Ángela y yo siempre estábamos juntas, guardería, colegio, instituto, y nuestras hermanas pequeñas igual. Así que era estupendo, a veces comíamos o cenábamos juntos en algún bar o en el patio de una de las casas.
Lo mismo ocurría con un amigo de mi padre, compañero suyo de la facultad, que tenía su plaza de profesor de informática allí desde hacía unos diez años. El primer día que quedamos para cenar con ellos estuvieron hablando mucho rato sobre Pablo, su hijo, no le di importancia. Tenía que estar orgulloso de él, así que no era raro que la conversación girase en torno a él.
Estábamos acabando de cenar ese 23 de agosto cuando mi padre empezó a hablar.
—He estado pensando que Pablo podría venirse a casa después del verano. Puede matricularse en segundo de bachillerato en vuestro instituto —dijo mirándonos a María y a mí—. Así no perderá la beca o lo que sea que le hayan dado en el conservatorio.
Abrí la boca para hablar, pero no salió ningún sonido. La verdad era que mi padre no tenía ni idea de lo que Pablo había hecho, ni de lo que iba a hacer. Él era así de impulsivo, lo había sido siempre, era algo irremediable.
—No hay problema —cuando mamá decía eso podía palparse el conflicto. Ella siempre veía la pega aunque no la hubiera.
—¿No hay problema? —preguntó papá sorprendido.
—No veo porqué. —Esto era el fin del mundo, si mi madre decía eso ya podías rezar lo que supieras porque la cosa estaba mal, peor que mal, el acabose.
Papá siguió dando explicaciones sobre residencias de estudiantes y dinero. Como si tuviera que justificarse o convencer a mamá. Me levanté de la mesa para llevar el plato a la cocina y coger el postre, pero eso era solo porque en la mesa estaba prohibido el móvil. Lo que quería en realidad era enviarle un mensaje a Ángela.
¿Has acabado de cenar? Emergencia
La madre de Ángela no era tan estricta como la mía y seguramente debía de tener el móvil en el bolsillo trasero del pantalón.
Ángela: Puedo estar en 15 minutos
Salgo en 10
Ángela: ¿Qué pasa Lucía?
Un desastre
Ángela: Dime algo más...
Helado
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En algunos capítulos trataré temas complicados bullying, negging, relaciones tóxicas, presión de grupo, padres autoritarios y muchos otros. La literatura tiene que hablar de cosas que nos importan a tod@s.
La canción de la que hablo es esta:
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Deep Blue ©
RomanceLucía desea que el verano antes de empezar el último año de instituto le sirva para decidir que estudiar y comenzar a planificar su participación en el blog literario que organiza su profesora. Sin embargo su padre decide acoger durante el curso a...