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Noviembre...

Desde que Jared tiene dos añitos, la llegada de Noviembre nos entusiasma demasiado porque eso quiere decir que tan pronto pasa mi cumpleaños, ponemos el árbol de navidad.

Si, ya sé, un poco pronto.

Pero es que mi hijo y yo amamos la Navidad, es así de simple.

Y quería que este año sea distinto porque bueno, he tenido la peor segunda mitad de año de mi vida. Literalmente.

Aún maldigo el momento en el que decidí buscar a Ruggero.

Y es que, después de ese momento en el que al idiota se le hizo buena idea pegarle a mi hijo para reprenderle por algo que no hizo, me ha costado mucho trabajo hacer que Jared vuelva a confiar en él. Y muchas, en serio muchas terapias.

Ahora Jared no quiere a Ruggero.

Y la psicóloga dice que es normal que esté tan cerrado a la idea de volver a convivir con su padre. Después de todo, se siente herido de haber recibido un castigo injusto.

Y ahora siente que Ruggero no es un lugar seguro pues relaciona a su padre con gritos y golpes.

He intentado que deje de pensar así, pero cada vez que escucha el nombre de su padre se niega a moverse de dónde sea que estemos y se pone a llorar.

Me duele porque ahora las terapias han vuelto a ser dos veces a la semana. Y sigo sintiendo que es mi culpa pero bueno, algo se aprende de la situación.

Y es que, Ruggero es un idiota.

Pero como sea.

Mi cumpleaños fue hace dos días, y fue el cumpleaños más miserable de toda mi existencia.

Daniela y David me trajeron un pastel y muchos regalos pero no se sintió igual.

Mi familia no quiere saber nada de mí.

Mi hijo tiene sueños feos en los que Ruggero es el malo al parecer y todo el avance se ha ido a la mierda.

Evidentemente no estoy pasando por el mejor momento de mi vida.

Y que desastroso es eso.

—Mira, mami. Hice una esfera para el arbolito.

Me río inclinándome a su altura y tomo la esfera cuadrada y hecha de servilletas de cocina que me ofrece.

—Que hermosa esfera. —beso su frente.— ¿La quieres poner tú en el arbolito?

Asiente y yo le entrego la esfera dejando que vaya a ponerla en el árbol mientras me levanto a contestar mi teléfono cuando suena.

Contesto la llama de la terapeuta de mi hijo.

—Es una alegría poder comunicarme con usted, señora Sevilla. —me dice.— Quería informarle que ya pude hablar con el señor Pasquarelli.

—¿Ya le pudo decir que es mejor que se cambie de nombre y nacionalidad antes de que pueda encontrarlo y asesinarlo con mis propias manos?

—Karol, ya hablamos de eso.

Aprieto los labios y hago un sonido de afirmación antes de suspirar rendida.

Odio tener que hacer lo que la psicóloga dice para mantener la paz mental.

Es que yo no quiero paz, quiero ver sangre.

Ojo por ojo, diente por diente.

Es el dicho, ¿No?

—Quedamos de acuerdo en vernos mañana en mi consultorio. Tiene que llevar al niño a las nueve y media de la mañana. Y si es posible, que sus tíos Davis y Daniela estén, sería muy satisfactorio.

TÚ, YO Y LA HISTORIA QUE NUNCA SE CONTÓ.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora