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Acaricio mi vientre, Ruggero termina de trenzar mi cabello y yo dejo de ver a Jared jugar en el patio con Amelia.

—¿Te sientes mejor, princesita mía?

Asiento dejando que se siente a mi lado, estoy cansada ahora mismo. Me duelen los pies, demasiado.

Y es que estoy acostumbrada a que duelan pero no me gusta que duelan.

¿Y si digo que ya quiero dar a luz y obligo a que me los saquen?

Si, es una estupenda idea.

Ya llegué a las cuarenta semanas, ya tienen que salir. Mamá ya no quiere hacerse cargo de estas dos princesas glotonas y molestosas.

Si, son niñas.

Y he de admitir que nunca había visto a Ruggero llorar tanto. Sí que se emocionó.

Después de todo, siempre deseó tener una niña. Pero en serio siempre.

Y para su fortuna, tuvo dos.

O bueno, vamos a tener.

Aún no escogemos los nombres, es una tarea difícil porque queremos que sea especial. Pero sin duda, haremos una excelente elección, de eso no tengo duda.

—Gianna y Stella.

Dejo de mirar a los niños para centrar mi atención en Ruggero.

—¿Y esas quienes son? —me comienzo a enojar. Se ríe.

—Nuestras princesas.

—¿Entonces no se van a llamar Mulán y Cenicienta?

Hago un puchero, él se ríe besando mi mano.

—Van a ser nuestras princesitas, mi amor. Pero no sé pueden llamar así.

—¿Cómo que no? Cenicienta Elizabeth Pasquarelli Sevilla suena genial. —sorbo mi nariz y su risa se intensifica.

No es gracioso. Realmente quería que mis hijas se llamen así.

—Señora mamá de Jared.

Le sonrió a Amelia mientras ella se acerca y se sienta en la mesa bebiendo un poco de agua. Jared se sube a las piernas de Ruggero.

Demás está decir que desde que nuestras pequeñas están cerca de nacer, Jared se ha vuelto muy unido a ambos. Creo que comienza a sentir que le vamos a dejar de lado.

Pero definitivamente no va a pasar.

Mi príncipe va a ser mi príncipe siempre.

—El otro día, entré a la habitación de papá y su novia. —nos cuenta la pequeña.— Y tenían una almohada detrás de la cama... ¿Por qué ustedes no la tienen? ¿Para qué sirve?

Ruggero escupe su jugo, Jared se ríe y yo evado la mirada de la niña.

Por Dios, cómo va a preguntar esas cosas.

—Deberías preguntarle a tu papi. —musito y ella suspira.

—Ya le pregunté. Y dijo que son cosas de adultos. ¿Por qué todo tiene que ser de los adultos? Son unos aburridos.

—¡Se quedan con todo lo genial! —protesta mi hijo.— No es justo.

—Créanme, no hay un adulto sobre la tierra que no desee volver a ser un niño. —asegura Ruggero.— Ser niño es lo más genial del mundo.

—Es cierto, todos queremos ser niños.

Ellos se miran entre sí como pensando en si creernos o no, Ruggero se ríe mientras tomo mi vaso de jugo y bebo un poco. Tengo otra contracción ahora mismo.

TÚ, YO Y LA HISTORIA QUE NUNCA SE CONTÓ.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora