Animales || Ohmnanon

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Doblo en la esquina de la casa de Chimon porque voy a verlo, concentrado en los mensajes que está mandándome Ohm.

Está preocupado por Jimmy, y yo intento comprender todo lo que ha pasado.

Cuando Ohm mencionó que iba a escogerme, no había entendido que sería así de literal.

Ahora lo sé.

No era lo que él quería, de todos modos.

Doy un paso adelante y me detengo de golpe, al sentir que he chocado con el cuerpo de alguien más.

—Perdón —digo levantando la mirada.

Mi cuerpo se paraliza al oírlo rugir y sé que medio pueblo ya lo ha escuchado también.

El rugido de un león puede escucharse hasta a varios kilómetros de distancia.

—Pe-Perdón —repito al verlo transformarse y agacho la cabeza.

—Quítate —dice pasando por mi lado.

Mis manos temblando levantan el teléfono, y volteo a verlo desde atrás, aún nervioso.

No suele salir a caminar, al menos dentro de esta zona.

Él normalmente rodea las montañas, porque se encarga de cuidar este lugar.

Cuando una manada de leones forma una sociedad, la civilización nos alcanza y podemos vivir tranquilos.

Pero fuera de los límites de su control, es diferente.

Una persona mala que nace con el ADN de una mariposa no puede hacer mucho más daño del que su forma humana le permite, pero eso cambia cuando su forma animal es peligrosa.

Existen grupos de depredadores, que no tienen la intención de relacionarse con el resto.

El león líder mantiene la armonía de su territorio, y necesita una manada, porque no son físicamente los animales más fuertes, por eso se esfuerzan preparándose en los entrenamientos.

El papá de Ohm es un asesino experimentado, que elimina las amenazas que nos rodean.

Su dinastía de sangre pura, solo puede relacionarse con otras monarquías.

Es la manera en que un mundo lleno de animales racionales, puede convivir en paz.

El rey le hereda las responsabilidades a su primogénito, y el primer hijo de este recibe la sucesión.

Es una cadena, y Ohm está indirectamente fuera de ella.

Suspiro tocando la puerta de Chimon al llegar a su piso y él me abre, dándome espacio para entrar.

No necesito preguntarle, es obvio que no está bien.

Puedo notar en sus ojos que ha estado llorando.

Su capucha lo cubre un poco y no me mira a la cara.

—¿Te puedo ayudar? —le pregunto acercándome y él suspira, apoyándose en la pared.

Hay algunos papeles desordenados en la mesa, y creo que no ha comido aún.

—Sí, por favor.

—¿Quieres contarme primero lo que sucede?

Mueve su cabeza negativamente y yo comprendo.

—Está bien —digo preocupado.

—No quiero estar solo —susurra mirándome por fin, y veo sus lágrimas caer— es que voy a abortar.