𝕻𝖗𝖔𝖒𝖎𝖘𝖊𝖘 ☆𝕯𝖆𝖛𝖊 𝕸𝖚𝖘𝖙𝖆𝖎𝖓𝖊☆

cuarenta y seis

MADELINE

No dejaba de vomitar.

Era como si el alcohol de la noche pasada hubiese hecho efecto finalmente.

—La pastilla seguro te ha caído mal, ¿bebiste demasiado? —preguntó Lisa entregandome una toallita de papel para secar las manos.

—He bebido más —admití —. Seguro es la pastilla.

Limpié mi boca con el papel que ella me había dado.

Dejé caer agua sobre el lavamanos para limpiarlo.

—Lisa, es asqueroso que veas esto —la miré.

—Lo es —hizo una mueca de asco —, pero no importa —palmeó mi espalda dos veces y me sonrió.

Le regresé la sonrisa.

Tomé el cepillo de dientes que Lisa que me había regalado y lavé mis dientes. Me miré en el espejo. Me veía cansada, triste, pero de alguna u otra forma, seguía viva.

Dave había roto mi corazón, estaba destrozado, pero siempre pensé que sería peor.

Tal vez era que ya lo veía venir.

Cuando terminé de lavar mis dientes tomé una gran bocanada de aire.

—Ahora que pareces mejor —se aclaró la garganta y me miró con diversion—, ¿quién fue? —señaló mi hombro.

Giré mi cabeza un poco para mirarme en el espejo.

Había una pequeña marca sobre mi hombro. Usaba una blusa de tirantes, entonces era fácilmente visible. Era una mordida, se estaba tornado morada, pero no era grave. Me sonrojé.

—Demonios —mascullé.

—La perra de Madeline volvió, ¿no es así? —se acercó hasta mi y me tomó de los hombros. Me miró con nostalgia y yo rodé los ojos.

—No jodas, solo no quiero pensar en Dave —tragué saliva para quitar el nudo que se había formado en mi garganta —. A veces necesitas distracciones, Lisa.

—Volviste —me abrazó con fuerza.

—No seas ridícula —la aparté de mi y reí.

—¿Cómo sé sintió tener otro pene adentro, pequeña zorra? —sacudió mi cabello.

—¡Lisa! —me quejé.

—¿Qué? —comenzó a reírse— ¿Fue bueno? ¿Regular? ¿No lo suficientemente bueno como para ser recordado? No me digas que era un pobre soldado caído —hizo un puchero.

Solté una carcajada.

—Lisa, me viste ir con un extraño y no me detuviste. Pudo ser peligroso —me crucé de brazos y la miré con obviedad.

—Lo sé, y pido disculpas por eso —hizo un puchero —. Pero no pasó nada. Dime, ¿era guapo?

—Pensé que lo habías visto.

—Solo le miré la espalda, tenía buen aspecto, pero...

—Estaba bien —admití. Mordí mi labio para evitar sonreír —. Lisa, sabes que los viejos no son mi tipo —solté una risa boba —, pero...

—No puede ser —me miró con asombro.

—Estaba bueno —reí —. Aparte, era amable.

—¿Solo amable? —elevó una ceja y negó con la cabeza — Ahora te gustan los viejos. Madeline, hay reglas para eso —dijo con disgusto —, ¿cuántos años tenía?