𝕻𝖗𝖔𝖒𝖎𝖘𝖊𝖘 ☆𝕯𝖆𝖛𝖊 𝕸𝖚𝖘𝖙𝖆𝖎𝖓𝖊☆

cincuenta

MADELINE

La noche anterior vi a Diana y a Dave besarse en el callejón después de que le banda había terminado de tocar, yo iba con Liam y Jerry a la parada de autobuses.

Me sentí extraña, casi defraudada, ¿cómo estarlo si Dave y yo habíamos quedado en ser amigos y no más? Él podía hacer lo que quisera al igual que yo.

Pero, ¿por qué estaba furiosa?

¿Por qué  sentía que lo odiaba cuando en realidad lo amaba?

Es que parecía que con Diana él tenía un futuro, como si fuesen tal para cual. ¿Por qué Dave no intentó insistir un poco más para arreglar las cosas conmigo?

Eran tantas preguntas, pero sabía bien que yo había sugerido nuestra conveniente amistad porque parecía ser lo único real y exclusivo que él y yo podíamos tener.

Al final de cuentas, sabía que un corazón roto se repararía con el tiempo. Pensar eso me consolaba a ratos, pero mi verdad era otra. Mi verdad era Dave.

Dave y su cabello pelirrojo casi dorado.

Dave y sus ojos brutales.

Dave y sus labios de tabaco y alcohol.

Dave y su furia enardecida.

Estaba furiosa, furiosa de que no podía tener más de él, furiosa porque sabía que jamás podría alcanzarlo, furiosa con él, con Diana, pero aún más furiosa conmigo misma: Por desearlo tanto, por querer aguantarlo tanto, por necesitarlo.

Quería arrancarme la piel, la odiaba. No dejaba de preguntarme si había sido mi apariencia la que no pudo ser suficiente para Dave como para que solo pudiese quererme a mi, como para solo querer poner sus manos sobre mi y sobre nadie más.

Era ese tipo de día en el que me cuestionaba mi verdad, buscando una verdad absoluta para tener la respuesta de la vida. Pero al final de día, nunca la obtenía.

En días así decidía arreglarme más que otros días para no detestarme tanto.

El corset de látex ajustado hacía que mis pechos se vieran más firmes. Los leggins negros eran incómodos pero me gustaban cuando me miraba al espejo.

Cuando Jerry me vio entrar al estudio, me hizo quitar mi botas de plataforma porque dijo que no quería que me cayera de la escalera metálica.

—Mierda, si fuera hetero ahora mismo te estaría llevando al almacén, Madeline —me dijo mientras yo estaba sobre la escalera y ajustaba unos reflectores altos.

—¿Al almacén? —pregunté confundida.

—Ahí no hay cámaras, nena. Podríamos hacer lo que se nos antoje allá abajo.

Solté una carcajada.

—Jerry, eso fue jodidamente heterosexual.

—Lo sé —arrugó el entrecejo y negó con la cabeza.

—Por cierto, ayer no pregunté y tal vez no sea lo más prudente hacerlo, pero...

—Aún así preguntarás —comencé a bajar de las escaleras.

—Liam y yo vimos cómo ese pelirrojo, aquel guitarrista, te arrastró hasta la parte trasera del bar, ¿qué fue eso?