Мои маленькие омеги

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Mi pequeño omega no se levantó en toda la noche. El saber que cada parte de mi cuerpo estaba en su lugar me lo confirmó. Aún no me explico como después de dormir durante casi seis horas, pudo dormirse. Aunque no tengo el derecho suficiente para quejarme. El ver su hermoso rostro, me hacía sentir feliz. Cuando dormía parecía un ángel y eso me encantaba. Con ese pensamiento me acerqué y acaricié su rostro. Al notar como movía levemente su cabeza y abría sus dos cielos. Supe lo que se avecinaba, así que me prepare.

–¿Quién demonios eres? ¿Que quieres? ¿Dinero? Yo no tengo mucho, pero puedo darte mis ahorros.

Pregunto alejándose. Estaba mucho más asustado de lo que debería estar. Sus ojos comenzaron a llenarse de lagrimas y su cuerpo se convirtió en una gelatina. Una que no deseaba ser comida.

–Cariño cálmate– pedí. Él me comenzó a mirar raro y supe que debía explicarle.–Ahora yo soy tu alfa.

Informe.

–¡Tu no eres nada mío! Déjame ir, quiero ir a casa.

Rogó. En un intento de escape me pateo en mi zona débil. Ante el dolor no pude seguirlo y ni siquiera lo intenté. He visto a demasiadas personas asustadas en mi vida. Reconozco cada uno de sus actos como si yo los hubiera vivido. Al parecer, para él era tan tonto para dejar la puerta abierta. Y sí, es posible quitar el seguro, pero, con el nerviosismo que tiene no sabrá como hacerlo.

Como pude me recompuse y senté en la cama a esperar que se rindiera. Al no poder abrir la puerta empezó a buscar otra salida. En cuanto vio las cortinas corrió hacia ella. Lo que no sabía es que detrás de estas lo esperaba el blanco de la nieve rusa. Al verlas el miedo lo abrumó a tal punto que cayó en el suelo asustado. En ese momento me levanté y me acerqué a la puerta ante su atenta mirada. Allí desbloqueé el cerrojo mostrándole como pudo haber escapado si se hubiera calmado. Sus sollozos aumentaron y las lágrimas caían sin parar por sus mejillas ahora rojizas por el frío.

–Te va a dar hipotermia.

Dije cubriéndolo con una gruesa manta la cual fue rechazada.

–¿Dónde demonios estoy? ¡¿A dónde me trajiste Aleksander?!

Pregunto. Al notar que me recordaba sonreí. Pensé que sus nervios lo habían hecho olvidar su nombre.

–Muy lejos de Francia, eso te lo aseguró. Cariño.

Respondi sonriendo.

–¡No me llames así!

Exclamó. Toda esta situación me parecía divertida, pero si no traía algo delicioso para comer no duraría mucho. Así que ignorando sus quejas y ruegos salí de la habitación cerrándola con llave. Sabía que la intentaría abrir y para eso deje las llaves allí, para que le fuera imposible quitar el seguro. Camine por el pasillo y baje las escaleras para toparme con mi hermano menor, el único omega de la familia. Este acababa de llegar de no sé donde. Lo único que se es que se veía triste y eso no me gustaba.

–A la cocina.

Me limité a decir. Inmediatamente, entendió mis palabras y comenzó a seguirme de cerca. A pesar de que no dije nada él sabía por qué lo había llamado. Sus lágrimas caían mientras me explicaba el cómo su mejor amiga lo había engañado todo este tiempo para quedarse con nuestro hermano mayor. Ahora que ambos estaban saliendo, ella no se acercaba a él e incluso hablaba mal a sus espaldas. ¿Quién se atrevería a utilizar a mi pequeño hermano? Incluso los políticos más fuertes lo respetaban como si fuera su emperatriz y una simple chica de secundaria no lo hacía. En ese momento me ardió la sangre y pensé en miles de formas de hacerla pagar... pero... ¿Qué hay de mi hermano? ¿Quién lo hara pagar?


Peligro RusoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora