Capítulo 61

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¡Muy buenas tardes! Y antes de que acabe febrero, les traigo una actualización. Disfruten de la intriga y los pedoskis del pasado quue siguen acechando :v

P.D. Siéntanse orgullosas, cuando acaben de leer este capítulo ya habrán leído 700 páginas.

Amnesia

No era su brillo labial ni su cabello ondulado lo que le impedían apartar sus ojos del reflejo fidedigno de su espejo de mano. Lo que la cautivó rodeaba su cuello con un fino hilo de plata que confluía en una lágrima colgante de topacio azul. Acariciaba la superficie suave y fresca de aquella piedra preciosa como si buscara grabar su silueta angosta y curvada. Y sonreía espontáneamente al evocar el memorable día que le fue entregada en una pequeña caja blanca adornada de un tupido moño rosa pastel.

En su corazón bullía la emoción, la alegría y el adictivo veneno del enamoramiento. Sus manos anhelaban rozar y estrechar las contrarias para sentir su piel, para contagiarse de su inconfundible fragancia. Si tan sólo aquel día de marzo se repitiera podría encontrarse en esos hermosos y profundos ojos azules.

Si pudiera reclamar nuevamente aquellos labios como suyos...

—Vaya. Te ha encantado su regalo más de lo que imaginé.

Se sobresaltó. Fue inevitable. El sigilo con el que ella entró a su cuarto era de temer tanto como las intenciones que avisaban sus inocentes palabras.

—Sabes que me fascina el color azul —dijo con sus manos engalanando su pelo—. Los accesorios también me gustan mucho.

—Qué raro. Yo pensaba que el azul aguamarina era tu color favorito —aclaró con una sonrisilla.

—Quizás escuchaste mal. No sería la primera vez que tus oídos están defectuosos.

Se negaba a ser vista por su amiga. No quería que descubriera sus mejillas sonrosadas por la vergüenza y lo que el chico de sus remembranzas provocaba en su vulnerable corazón.

—¡Te atrapé, Sora!

Quiso escapar, pero esas rápidas y habilidosas manos se anidaron a sus costados. Reía e intentaba alejarse de quien sabía que las cosquillas eran una de sus grandes debilidades. Y aunque ya no le dolía el estómago de tantas carcajadas, perdió contra ella.

Ahora su rostro se encontraba un poco más abochornado que antes.

—¡Eres tan adorable cuando estás apenada!

—¡Claro que no! Tonta, Shika.

—Si sigues exaltándote tanto arruinarás tu atuendo para este día —avisó cínica—. Igual podrías llegar toda mugrosa usando tu uniforme deportivo y él seguiría pensando que te ves increíble.

—Obviamente no voy a llegar sucia —musitaba—. Siempre me ha gustado salir arreglada de casa. —Se giró hacia su ropero y escudriñó en su interior. Quería un sombrero que hiciera juego—. Tú también te arreglas mucho para él.

—De vez en cuando está bien vestir lindo para ellos, ¿no crees?

—También es bonita —elogió la pulsera alrededor de su muñeca derecha.

No era la belleza del oro que bañaba a aquella pulsera de tenis, sino el significado —casi mágico— que guardaban las pequeñas y sublimes esmeraldas que la construían. Eran símbolo del amor.

—Tengo un atuendo perfecto para usarla.

—Pues lo que estás usando en este momento no le combina en lo más mínimo.

—Sora, no seas envidiosa. También usaré lo que me regalaste con tanto cariño.

Shika sonreía. Sora encorvaba los labios.

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