capítulo 8

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Capítulo 8
Athenea Jones.


Al observarme en el espejo, mi mirada inevitablemente se desliza hacia la marca que Alessandro dejó en mi brazo. Una mancha violácea, casi un recordatorio tangible de cosas que preferiría olvidar. Frunzo ligeramente el ceño, pero pronto aparto la vista, decidiendo no dejar que eso determine el resto de mi día.
Salgo del baño, atravesando el pasillo hasta llegar a la habitación de los niños. La puerta se cierra suavemente detrás de mí, y ahí están: Renzo está disperso jugando con sus figuras de acción, mientras Enzo parece concentrado intentando descifrar las palabras de un cuento que sostiene con sus pequeñas manos. Me acerco a Enzo primero, quien al verme, extiende el libro hacia mí con una sonrisa. Está en italiano.
Tomo el libro y, por un momento, cerrando los ojos intento traer a la mente las lecciones que Alessandro me enseñó. Las palabras empiezan a fluir, tal vez no con la fluidez de un nativo, pero sí con suficiente confianza como para tejer la historia para Enzo. Renzo, curioso, abandona sus juguetes y se acerca a nosotros. Comienzo a leer en voz alta, tratando de hacer las voces de los personajes, viendo cómo sus rostros se iluminan con cada palabra.
Poco a poco, con cada página, siento cómo la tensión en mis hombros se disuelve en esta pequeña burbuja de normalidad y paz. Al terminar el cuento, Renzo y Enzo ya están acurrucados a mi lado, la cabeza de cada uno descansando en mis hombros. Renzo, con esa percepción sorprendente que tienen los niños, nota el hematoma en mi brazo y pasa su mano por él en una caricia ligera.
—¿Tío se enojó?—pregunta con una mezcla de preocupación y curiosidad.
Los observo a ambos, esos pequeños seres que dependen tanto de mí, y sonrío con una ternura que me fortalece.
—No te preocupes por ello. Estoy bien. Siempre lo he estado.
──Nosotros vamos a protegerte de quien sea. ──murmura Enzo.
Suavemente, dejo un beso en la frente de cada uno, la simple acción llenándome de una resolución calmada. Apago la luz de la habitación y añado con una voz suave pero juguetona.

—Mañana seguimos jugando, recuerden que deben ser expertos escondiéndose. ¿Ok?
Ambos me devuelven la sonrisa, asintiendo en la penumbra iluminada solo por la luz del pasillo.
Salgo de la habitación, cerrando la puerta tras de mí. A lo lejos, oigo la voz de Alessandro hablando por teléfono. Su tono es firme, tal vez tenso, pero elijo ignorarlo. No esta noche. Esta noche, el mundo exterior puede esperar.
Caminando hacia el estudio, un lugar que se ha convertido en mi refugio personal para los momentos en que necesito espacio, me siento decidida a sumergirme en la lectura de algún libro. Aquí, entre estas cuatro paredes llenas de palabras e historias, puedo encontrar un tipo de paz, al menos por un rato.
Al entrar en el estudio, mis ojos se posan de inmediato en una caja de armas que descansa en la esquina. Había planeado perderme entre las páginas de un libro esta noche, pero algo sobre esa caja me atrae de manera irremediable. Me acerco, la mirada fija en el contenido metálico que reluce bajo la luz tenue.
En lugar de un libro, tomo una de las armas. Al sostenerla, no siento temor ni angustia; al contrario, hay una sensación de familiaridad que envuelve mis sentidos. El peso del arma en mi mano parece justo, adecuado. Mis dedos, casi por inercia, encuentran su posición alrededor del mango y el gatillo.
Llevo el arma al escritorio y la coloco sobre la superficie con un cuidado meticuloso. La observo, permitiendo que las emociones y pensamientos fluyan libremente.
—Soy la mujer de la mafia, así que esta es mi vida—susurro para mí misma, una aceptación no de derrota, sino de realidad, de un rol que me ha sido designado y que he elegido asumir con todas sus cargas. Necesito recordar quién soy y que hago.
Con agilidad, comienzo a desarmar el arma. Mis manos se mueven con destreza, cada pieza siendo retirada con precisión quirúrgica.
Este momento no es solo sobre el arma o sobre el poder que representa. Es sobre control, sobre entender y manipular cada componente de mi vida, tan cuidadosamente como manejo las piezas del arma ante mí. En este silencio, con la única compañía de mis pensamientos y el metal frío, reconozco que, a pesar de todo, hay una fortaleza en aceptar quién soy y el mundo en el que me muevo.
La puerta se abre, Alessandro ingresa sin camisa y solo con su pantalón, observa el arma que yace en el escritorio desarmada. Lleva algo en su mano que no logro descifrar.
──Poco a poco vas volviendo a mi, Preciosa. ──pasea sus dedos por cada pieza. ──. ¿Lo recordaste?
Niego.
No he recordado nada.
──No. Solo lo hice. ──su mirada se desvía a mi brazo. Rodea el escritorio y toma mi mano.
──Lo siento, preciosa. Pensé que podía pasarles algo y me dejé llevar.
──¿Es así nuestra relación? ¿Tú me golpeas? ──inquiero. Alessandro parece ofendido, y niega rápidamente.
──No somos así. Lo siento, preciosa. La mercancía, y tú te fuiste. ──se arrodilla, y deja el papel que lleva en sus manos en mis piernas. ──. Dijiste que querías aire…
Toma el papel y noto que es una invitación.
──Una orquesta sinfónica se presentará en Tenerife, es un evento formal  pero sé  que te gustará.
──¿Y los niños? ──inquiero.
──Se quedarán con la seguridad y alguien del servicio. ──musita, su mano empieza a subir por mi muslo. ──. De verdad, lo siento.
Su mano sigue subiendo, mi cuerpo reacciona a su toque delicado, sus dedos se adentran en mi, me aferro a la silla.
──Te necesito, Athenea. ──murmura buscando mis labios con desespero. Su mano se hunde en mi cabello. ──. ¿Tú me necesitas?
Me quedo observando sus ojos y asiento. Si, si lo necesito. Es lo único que tengo de un pasado que no recuerdo.



****



Un hombre se acerca a una pequeña, sus manos tiemblan de una anticipación repugnante. Siento asco, un profundo desagrado que se entrelaza con el terror y el odio. Mi cuerpo se tensa, cada músculo petrificado por el miedo que se apodera de mí. Luego, la oscuridad se rompe, y la realidad me golpea con la misma fuerza que mi pecho bombea sangre a través de mi acelerado corazón.
Despierto agitada, la atmósfera cargada con el eco de mi propio miedo. A mi lado, Alessandro también emerge del abismo del sueño, alertado por mi terror, intenta tocarme pero la repulsión me invade. En un acto reflejo, impulsado por el pánico incontrolable que me embarga, lo golpeo con todas mis fuerzas. Escapo de las sábanas que parecen enredarme y corro hacia el baño. Con cada paso, el temor de la niña en mi pesadilla me sigue, clavándose en cada fibra de mi ser.
Mi espalda encuentra la puerta del baño y me deslizo hacia el suelo, los sollozos rompen la barrera de mi serenidad habitual. Afuera, los golpes en la puerta son como disparos que resuenan en la pequeña habitación, Alessandro clama por mi nombre, su voz teñida de una preocupación teñida de desesperación. Cedo ante su llamado, abriendo la puerta lentamente. El impacto de ver su labio sangrante me envuelve en un nuevo tornado de emociones. Imagino lo peor, un preludio a más violencia, mi mente tejida en los hilos oscuros de mi pesadilla.
Pero él se acerca, inspecciona mi estado más con preocupación que con ira.
──Fue una pesadilla. ──susurra, intentando anclar mi realidad.
Sin embargo, las palabras se forman pesadas y oscuras en mi lengua.
──¿Y si no son pesadillas? ¿Y si es mi pasado? ──Él niega con la cabeza.
Me guía suavemente hacia la ducha; sus manos, aunque firmes, son cuidadosas mientras me ayuda a desvestirme. Repite el proceso consigo mismo y me acompaña bajo el agua que empieza a correr.
──Olvídate de eso, eres mía, tu vida es aquí y ahora, preciosa. Conmigo. ──El agua cae sobre nosotros, y aunque intenta lavar las sombras de mi mente, sé que algunas manchas no desaparecen con facilidad. Pero por ahora, elijo creer en sus palabras.
Sus manos se pasean por mi espalda.
──Tu vida es conmigo. Soy tu todo, Athenea y tú eres mi esposa, mi mujer.
Elevo mi rostro.
──Tuya. ──sujeta mi rostro declarando con ello que soy suya y me besa, recarga mi espalda en los azulejos y me invade con su cuerpo.

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