capítulo 10

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Capítulo 10
Athenea Jones.


Desciendo lentamente al jardín, mis pies descalzos casi acariciando cada brizna de césped fresco bajo mis pasos. El aire lleva consigo un aroma salino, el mar no está lejos, su presencia es casi una constante en este lugar remoto, un recordatorio perpetuo de la vastedad que me rodea.
Avanzo, paso a paso, hacia un rincón tranquilo del jardín. Es mi santuario particular, mi espacio reconectar con lo que fue y lo que pudo haber sido. Allí, en medio del verdor que se extiende como un lecho de naturaleza, se erige una pequeña lápida, modesta pero significativa, rodeada de un césped bien cuidado.
Con un ramo de flores en las manos; margaritas, porque siempre pensé que simbolizaban la inocencia y la pureza me inclino para colocarlas delicadamente frente a la lápida. Cada flor se suma a un mosaico de deseos no cumplidos.
Me siento lentamente junto a ella, el césped fresco acaricia mis piernas. Una presión intensa se acumula en mi pecho, el tipo que precede al llanto, pero me resisto, no ahora. Acaricio gentilmente la superficie del césped, como si pudiera alcanzar y tocar el pasado, un pesado que no recuerdo. Las palabras se me escapan en un susurro cargado de dolor.
──No recuerdo si te sentí, pero tu ausencia me duele.
Cierro los puños, la hierba se enreda entre mis dedos. Me invade un recuerdo, nítido y doloroso, de aquel día en el hospital. Alessandro estaba a mi lado, su voz un susurro tembloroso mientras me contaba la pérdida. El bebé que nunca llegaríamos a conocer. Recordar esas palabras es como abrir una vez más una herida que nunca ha cicatrizado completamente, el vacío que dejó es inmenso, un abismo oscuro en mi ser.
Levanto la mirada al cielo, las nubes danzan lento, indiferentes a mi dolor.
──Te voy a vengar, me voy a vengar por ti y por mí. ──prometo con una firmeza que me sorprende. En mi corazón, la promesa no es solo un deseo de justicia, es un clamor por paz, un grito que busca llenar el silencio que dejó su ausencia. ──. Te perdí a ti, y perdí mi vida por culpa de ese maldito. ──gruño molesta.
Permanezco allí unos minutos más, dejando que mis emociones fluyan libremente ahora, permitiéndome sentir cada partícula de dolor, cada onza de rabia. Luego, con la firmeza de quien sabe que aún hay batallas por luchar, me levanto. La brisa marina acaricia mi rostro, secando las lágrimas, recordándome que aunque la pérdida es grande, la resolución de seguir adelante es aún mayor.
Cada paso de regreso a la casa es un paso hacia un futuro incierto, pero no indefenso. Con cada movimiento reafirmo mi promesa, fortaleciendo mi resolución de enfrentar lo que venga, por mí y por la memoria de lo que nunca pudo ser. Mi venganza no es sólo retribución; es una búsqueda de redención, un camino hacia la recuperación de mi propia vida.
Al volver a la mansión, subo las escaleras con una mezcla de resignación y determinación. La puerta de la habitación está entreabierta, como si invitase a descubrir los secretos que guarda dentro. Al empujarla completamente, mis ojos caen inmediatamente sobre la cama, donde un vestido negro estilizado y sobrio reposa, su tela capturando los últimos rayos de sol que se cuelan por la ventana.
Junto al vestido, una pequeña caja de terciopelo rojo contrasta vivamente contra el negro de la tela. Con dedos ligeramente temblorosos, levanto la tapa, y un collar de diamantes resplandece ante mí, capturando la esencia de la luz y fragmentándola en mil reflejos brillantes. Es una pieza que grita elegancia y poder, pero a la vez lleva un eco de las cadenas que siento se cierran cada vez más alrededor de mi vida.
Justo cuando estoy absorbiendo la belleza y las implicaciones del collar, la puerta se abre suavemente y Alessandro entra. Está impecablemente vestido con un traje de tres piezas que le sienta como una segunda piel, la personificación de un poder tranquilo y calculado. Su mirada se posa en el collar y luego en mí, una media sonrisa adornando su rostro.
──¿Te gusta?──pregunta, con un tono que sugiere que ya conoce la respuesta.
Trago saliva, eligiendo mis palabras con cuidado mientras asiento.
──Es bellísimo.  ──respondo, mi voz ligeramente ahogada por la opresión en mi pecho.
De repente, de un gesto suave y practicado, extrae una pequeña caja del bolsillo de su pantalón y me la presenta. Al abrirla, revela un anillo donde tres alianzas entrelazadas, cada una incrustada con delicados diamantes, centellean con promesa y amenaza a partes iguales. Sin esperar un comentario, toma mi mano izquierda y desliza el anillo sobre mi dedo anular, sus ojos nunca abandonando los míos.
──Para mi mujer, lo mejor. ──dice con un tono de finalidad, como si con esas palabras borrara cualquier posible discusión o desacuerdo previo.

Por un momento, el peso del diamante parece más pesado de lo que su tamaño sugeriría, cargado con las expectativas y los roles que se supone debo cumplir. A pesar de ello, encuentro una sonrisa para ofrecerle, una máscara perfecta de gratitud y complicidad.
──Gracias, Alessandro. ──digo, manteniendo la voz firme y clara.
Él asiente con satisfacción, como si cerráramos un trato más de los muchos que sin duda han forjado su imperio.
En mi corazón, sin embargo, las palabras de venganza y el recuerdo de la lápida en el jardín siguen ardiendo con un fuego que no se extingue con diamantes ni promesas vacías.
──¿Cuándo vamos a empezar? ──inquiero.
──Pronto. Más pronto de lo que crees… te necesito enfocada. ¿ok?
──Lo estoy.
──Llevarás un arma en tu bolso. ──Asiento. ──. Y no te separes de mi, preciosa.
──No lo haré.
──Perfecto. Te espero abajo.
Después de aceptar el anillo de Alessandro, sentí una mezcla de emociones mientras me preparaba para el viaje a Tenerife. El evento de la noche era un concierto en el auditorio, una ocasión que requería un arreglo meticuloso y elegante. Me acerqué al espejo grande del tocador y comencé a maquillarme con precisión. Opté por un look sobrio pero sofisticado, resaltando mis ojos, que reflejarían toda la emotividad que intentaba ocultar detrás de mi expresión serena.
Una vez maquillada, tomé el collar de diamantes. Al cerrar el broche alrededor de mi cuello, no pude evitar sentir que cada diamante pesaba más al recordar sus palabras y las promesas implícitas que venían con estos regalos. Luego, observé el anillo entrelazado en mi dedo; era imposible negar su belleza.
Antes de salir de la habitación, di una última mirada hacia donde los niños estaban comiendo. Me acerqué a ellos, recibiendo sus sonrisas inocentes y comentarios sobre lo bella que estaba.
──Gracias, mis amores. Pórtense bien. ──dije, con un amor genuino que fluyó libre y fácil. Ellos asintieron, llenos de la alegría y la despreocupación de la infancia.
Finalmente, salí de la habitación para encontrarme con Alessandro, quien ya me esperaba abajo. Su mirada recorrió mi figura de manera apreciativa, una mirada cargada de deseo y orgullo propietario. Extendió su mano hacia mí, un gesto que habíamos repetido en incontables ocasiones.
Al tomar su mano, me sentí envuelta en la dualidad de mi situación: por un lado, la mujer afortunada que acapararía las miradas y los susurros de admiración, y por otro, la prisionera de un mundo dorado pero rígido.
──Seré la envidia de todos esta noche.
Alessandro sonrió,  juntos nos dirigimos hacia el vehículo que nos llevaría al aeropuerto. Cada paso que daba hacia la salida de la mansión, cada movimiento mientras me dirigía al concierto, estaba medido, y asegurado. Se notaba que la seguridad había sido redoblada, y que todo estaba perfectamente planeado.
──Demasiada seguridad. ──susurro.
──Nunca está de más. No sabemos cuándo puede aparecer… ──musita viendo mis anillos. ──. Recuerda que eres mía. Y que haré lo que sea para protegerte.
Sus palabras resonaban en mi mente.
Suya.



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