capítulo 27

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Capítulo 27
Alessandro Gambi.
Mi esposa, mi mujer.



Llegar a Ereván fue como atravesar un infierno interminable. No vine solo, me escoltaban miles de hombres, todos dispuestos a dar su vida por mí,l. Pedí ayuda a las otras casas de la mafia italiana, algo que jamás pensé que tendría que hacer. La salida de Irlanda no fue lo sencillo que había planeado. Kane y su gente complicaron todo, forzándome a luchar por cada paso.
Siento la herida en mi brazo quemar con cada movimiento, el dolor se convierte en un recordatorio constante de lo cerca que estuve de perderlo todo. Pero no hay tiempo para detenerse, no puedo permitirme ser débil. Debo volver a mi escondite, aunque sé que mi estancia allí será breve. Tengo planes, y en el centro de todos ellos está Athenea.
El apartamento está bajo estricta vigilancia. Cámaras y micrófonos por todas partes, miles de hombres resguardándome. Todo el esfuerzo y la tensión de los últimos días me pasan factura y al entrar apenas puedo mantenerme en pie. Camino hasta el sofá y me dejo caer pesadamente. El cansancio es abrumador, pero no puedo relajarme aún.
De repente, mis oídos captan el sonido rítmico y firme de unos tacones que se acercan. Desvío mi mirada hacia el origen del sonido y allí está ella. Athenea. Se detiene a cierta distancia, y aunque su presencia es un alivio, también noto algo extraño en su postura, una tensión que no solía estar allí.
──He vuelto esposa. ──susurro.
Ella me detalla en la distancia, se queda en silencio, algo está pasando por su mente y por su cuerpo, se escuchan ruidos detrás de ella que llaman mi atención, intento levantarme para ver que esta pasando detrás de Athenea sale Renzo, Athenea llama a la niñera, y le entrega a Renzo. Esa es su tensión…
Se encamina hacia mi y me detalla de pies a cabeza.
──¿Qué pasó?
──Bueno, me hirieron, preciosa. ──intento quitarme el abrigo pero ella me ayuda, sigo con mi mirada sus movimientos. ──. Con cuidado. ──siseo, y lo hace.
Desvía su mirada hacia el pasillo.
──No vienen, no te preocupes. ──eleva su mirada hacia mi y asiente en silencio.
──¿Qué fue?
──Un disparo.
──¿De quien? ──inquiere, la herida sangra Federico entra y Athenea lo observa, y se levanta.
──De Marlo Kane, casi lo mato. Hijo de puta viejo. Quiero ir a nuestra habitación. ──Federico me ayuda a levantarme, Athenea se hace hacia atrás. ──. ¿Pasa algo preciosa?
Suspira.
──Esto me tiene fuera de lugar. ¿Un médico lo vio? ──pregunta hacia Federico que niega. ──. Busca uno…
Athenea se pone a mi lado, y me ayuda a caminar.
──Federico te di una orden. ──sentencia.
──Hazle caso a mi esposa, Federico. Obedece.
Este asiente y se aleja, sonrío hacia Athenea quien tiene la mirada hacia el frente, me guía hasta nuestra habitación perfectamente arreglada, me dejó caer en la cama, noto las pastillas en su mesa de noche y el teléfono.
──¿Marlo Kane? Puedes explicarme.
──Fui a Irlanda por Marlo Kane, todo salio mal. Ahora mismo solo quiero ducharme. Hace dos días que no como algo realmente bueno, y quiero quitarme esta mierda. ──gruño intentando quitarme la camisa.
Athenea se queda parada viéndome.
──Haré que te preparen algo de comer. ──se gira para salir de la habitación.
──¿Athenea? ¿Por qué te siento molesta? ──pregunto notando la tensión en su cuerpo, en su tono de voz y hasta en su mirada.
La conozco.
──¿Por qué no me dijiste que irías a Irlanda? ¿No confías en mi? ──me sorprenden sus preguntas. ──. Está guerra es de los dos, no es solo tuya, Alessandro.
Se impone de una manera que me hace sonreír. 
──¿Estás molesta porque no te lleve?
──Estoy molesta por tu desconfianza. En un rato vuelvo. ──musita y sale de la habitación.
Me acerqué con cuidado hacia la mesa de noche, mi brazo rozando suavemente la superficie. Mis movimientos eran meticulosos; no quería dejar ningún rastro. Cogí el frasco de pastillas de Athenea, lo destapé y conté las cápsulas una por una. Sabía perfectamente cuántas quedaban antes de salir de casa. Si realmente se las había tomado, todo debería coincidir.
Al finalizar el recuento, dejé todo exactamente como estaba antes. Suspiré aliviado, el frasco volvía a su posición original sin cambios notables. Mi mirada se dirigió al teléfono de Athenea. Al desbloquearlo, comprobé el registro de llamadas: solo estaban las mías y algunas que ella intentó hacerme. Nada fuera de lo habitual, pero mi mente seguía inquieta.
Unos pasos lejanos rompieron el silencio. Con un agudo dolor en mi hombro, regresé todo a su lugar y cerré los ojos unos segundos para recuperar el aliento. Apenas lo logré, Athenea entró en la habitación. Sin preámbulos, sus palabras fueron directas
──La comida la traerán en un rato.
Mi mirada se encontró con la suya. Tomé su mano con delicadeza y la observé detenidamente.
──No te lo dije porque no quería que te preocuparas —murmure.
La tensión en su cuerpo se hizo palpable.
──No me tomas en cuenta. No soy una esposa trofeo.
Me puse de pie, su expresión cambió, dando un paso hacia atrás, como si no me reconociera.
──Jamás te he visto así.
Intenté mantener la compostura, recordando todo lo que ella sabía sobre mi vida y mi negocio.
──Por algo sabes todo lo de mi negocio ──dije, mi voz firme pese a la situación.
Athenea ladeó su rostro, sus ojos buscando algo más allá de mis palabras.

──¿Realmente lo sé todo?
──¿Qué es lo que está pasando, Athenea?
──Me dejaste aquí, mientras te fuiste a una guerra que es de ambos. Llegaste herido, y estuviste dos días sin comunicación alguna. Quiero y exijo saber que está pasando… que haces y que harás. ¿Soy tu esposa, no? Tu mujer… ──su mirada es severa.
Estoy por responderle cuando la puerta es tocada. Se expande un silencio helado entre ambos.
──Busco quitarle a Red Kane todo lo que le importa, su padre, su fortuna y sus negocios. ──susurro, la puerta vuelve a se tocada.
──Pase. ──musita Athenea.
Federico ingresa.
──Un doctor viene en camino, ya revise todo lo que me pidió antes. Todo está en orden.
──Perfecto, Federico. Retírate. ──digo sin quitar los ojos de Athenea.  La puerta se cerró. ──. Bueno por lo que veo en casa estuvo todo en orden.
──Lo estuvo. ¿Acaso lo dudaste?
──Un poco preciosa pero tú siempre me sorprendes.
Sin decir más, me dirigí al baño, mis pasos resonando suaves y decididos contra el suelo de la habitación. Antes de entrar, lancé una mirada rápida al vestidor, asegurándome de que todo estaba en su lugar. La caja fuerte permanecía cerrada, tal y como la había dejado, una señal de que al menos en ese aspecto, todo estaba bajo control.
──¿Preciosa? ──llamé a Athenea desde la puerta del baño, mi voz suave pero firme.
Athenea apareció en el umbral unos segundos después, su expresión una mezcla de curiosidad y cuestionamiento. Mis ojos recorrieron su figura con una mirada cargada de deseo, notando cómo la luz del pasillo dibujaba contornos en su piel.
──Quiero ducharme contigo ──dije finalmente, mi voz profunda y sugestiva.
Sus ojos se encontraron con los míos, llenos de sorpresa. Sin decir una palabra más, cerré la distancia entre nosotros y tomé su mano con firmeza, guiándola hacia el interior del baño. El vapor del agua caliente ya comenzaba a llenar la estancia, creando una atmósfera íntima.
──Te extrañe como no tienes idea, Athena.
Musito mirándola a los ojos. Para ser sincero pensé que no volvería a verlo y esa mierda me afectó con creces, me tiene adicto a ella y estoy seguro que lo sabe.
Traga grueso.
──¿Qué quieres saber? Dímelo y te lo diré preciosa.
──¿Cuál es el siguiente paso? ¿Qué vamos a hacer ahora?
Sonrío, me encanta su interés.
──Tu saldrás a la luz… y serás mi esposa ante el puto mundo, Athenea como corresponde, como se debe, y juntos vamos a destruir a Red. Juntos.

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