capítulo 60

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Capítulo 60
Red.



No soy alguien que se deje impresionar fácilmente. Sin embargo, mientras nuestro avión se acercaba a Varsovia, no pude evitar sentir una mezcla de alivio y tensión. El aterrizaje fue suave, y la seguridad con la que nos movíamos indicaba que todo el plan estaba saliendo bien. Al menos por ahora.
En mi mundo, se tienen aliados y enemigos. Los aliados cuando juran lealtad y respeto, lo hacen hasta la muerte; la polaca, era una de esos aliados.
Habíamos negociado con Leah durante años. Ella no solo era una estratega de primer nivel, sino que también sabía proteger a los suyos como nadie. Su red de contactos y su astucia la distinguían en un mundo donde la traición era moneda común. Pero con Leah, lo único que pedía a cambio era lealtad. Y era un trato que respetábamos ambos. Habíamos jurado proteger nuestros intereses mutuamente y nunca traicionarnos.
Por eso estábamos aquí.
Al bajar del avión, el aire fresco de Polonia nos golpeó, proporcionando un contraste vivificante al interior presurizado del jet. Athenea iba a mi lado, callada, pero sosteniendo firmemente mi mano. Pude sentir su nerviosismo a través del ligero temblor en sus dedos, pero no dije nada. Este no era el lugar ni el momento para largas conversaciones. Sonreí en mi fuero interno; saber que nos dirigíamos a un lugar tan protegido como el de Leah me daba un poco de paz.
Leah había hecho de su país una fortaleza. Nadie entraba sin su permiso. Sabía que, mientras estuviéramos aquí, estaríamos a salvo. Ronin trabajaba para ella también. Fue ella  quien lo envió para que nos ayudara. Sabía que la Interpol estaba tras nosotros y necesitábamos un lugar para escondernos mientras desviábamos su atención.
Un vehículo nos esperaba en la pista, discreto pero bien equipado. Nos subimos en silencio. Ronin se sentó al frente, concentrado como siempre, con Tony revisando el perímetro desde su lugar en el asiento del copiloto. Este no era un simple viaje; era una operación que requería precisión y cuidado en cada paso.

El trayecto hacia el castillo fue relativamente breve. A través de las ventanillas del coche, podía ver los paisajes de Varsovia pasar rápidamente. Edificios antiguos, calles empedradas, y la imponente presencia del lugar nos daban una idea de la historia y el poder de este sitio. Athenea seguía en silencio, sus ojos llenos de una mezcla de temor y esperanza. Yo apretaba su mano, tratando de transmitirle que todo estaría bien.
Al acercarnos, el castillo apareció en la distancia, majestuoso y sin duda un símbolo de poder. Sabía que solo serían unos días hasta que pudiéramos volver a Irlanda, pero esos días eran cruciales. El castillo, con sus torres y altos muros, se alzaba ante nosotros como un refugio impenetrable.
Ronin y Tony debían encargarse de asegurar nuestra seguridad. No dejábamos cabos sueltos, eso era lo que nos mantenía vivos. Cada paso que dábamos estaba calculado. Sabía que podíamos confiar en ellos para gestionar cualquier contingencia que surgiera. Finalmente, llegamos a la entrada del castillo. Guardias armados nos recibieron, y aunque no mostraron emoción alguna, su presencia era un recordatorio de que estábamos en terreno controlado. Mientras nos escoltaban al interior, sentí que, por primera vez en días, podía bajar la guardia aunque fuera solo un poco.
El eco de nuestro pasos se escuchaban en la distancia. Leah ya estaba aquí, se acercó a mi me extendió un teléfono, y en la mesa de la entrada estaba un maletín con armas dispuesto para nosotros.
──La gente que está aquí es de confianza. ──dice. ──. Están bajo tus órdenes ahora. Imagino que Ronin no tardara mucho es asegurar Irlanda. Pero mientras, siéntanse en casa.  ──asiento. ──Por cierto. ──se dirige a Athenea. ──. La sorpresa, el jardín está allá. ──señala. ──. ¿Vamos?
Athenea asiente en silencio y sigue a Leah, más atrás voy yo. El personal abre las puertas y se pueden escuchar voces y risas en la distancia, una niña de unos 10 años  castaña corretea con Enzo y Renzo haciendo que ellos rían.
──¡Mamá! ──gritan cuando ven a Athenea, ella no lo piensa dos veces y sale tras ellos. Me acerco a donde se encuentra parada Leah.
──Estaré en deuda contigo.
──Tranquilo, fue fácil traerlos. ──susurra. ──. Ella realmente arriesgo todo por ti. ──se gira a verme. ──. Fue muy valiente al regresarse con poco equipo.
──Lo es. Por eso es mi esposa.

──Este mundo no es nada fácil, tenemos mucho que perder y pagamos cuentas altas. Pero ella puede tolerarlo. Conseguiste tu otra mitad. Me alegro por ello. ──dice muy calmada. ──. La interpol no ha emitido ningún reporte sobre lo sucedido, y no creo que lo hagan ante lo fallido que fue.
──Ese hijo de perra Federer, casi me atrapa.
──Lo importante es que lo mataron. Ese idiota estaba loco por atrapar a alguien de peso.
──Eso si. ¿Los negocios?
──Todo sigue, el dinero se sigue lavando, y la droga sigue siendo comprada. En New York fueron cerrados todos los casinos de Gambi, y acabaste con todas las casas que podían de alguna forma perjudicar nuestra alianza o negocio. Menos mal que mi madre se salió hace años de esa unión de casas. La hubieses matado también y adiós a nuestra alianza.
Sonrío.
──Lo mejor que pudo hacer tu madre al tener el mando fue desligarse de ellos.
──A esos malditos machistas les hervía que una mujer tuviese poder y voz. Ornella quería matarlos a todos, le quitaste esa satisfacción. 
──Dile que no lo siento. Tenía que acabar con ellos. Fácil y sencillo.
──Y ahora podrán tener sus rutas. ──susurra.
──Exacto. Negociaré con Ornella. 
──Hazlo. ──susurra, la castaña niña se acerca y me observa de reojo, parándose junto a su madre. ──. Debo irme. Espero que se sientan cómodos. Cualquier cosa, en el teléfono que te di esta mi número.
──Gracias, Leah.
Asiente. Se marcha con la niña a su lado. Detallo lo feliz y calmada que se le ve a Athenea. Ellos la centran.
Viene hacia mi, los niños caminan tomando sus manos, me sonríen y es Enzo el que salta a abrázame.
──¡Hola!
──Hola… ──froto su cabello. ──. ¿Cómo están?
──Bien. Ya extrañábamos a mamá.
──Lo sé. Mamá debe darse un ducha, y descansar. Prometo que estará con ustedes pronto.
──En un rato nos vemos. ──les dice Athenea poniéndose a su altura. ──. Ya estamos juntos, y nada va a separarnos. Ya todo acabó.
Ambos sonríen emocionados.
La besan y corren hacia la niñera que los espera para seguir jugando. Athenea me extendió la mano, y entramos a la mansión, podía verse su calma, incluso sentirse. Fuimos llevados a una suite amplia y cómoda. Ella se dejó caer en una silla, agotada por todo. Me acerqué y la abracé, respirando profundamente.
──Todo saldrá bien ──le dije──. Solo tenemos que esperar unos días.
Ella asintió, confiando en mis palabras. Sabíamos que Leah no nos fallaría. En este refugio, lejos del alcance de la Interpol, podíamos planear nuestro siguiente movimiento con calma. Solo nos quedaba esperar, resguardados en el corazón de la fortaleza polaca, hasta que la atención se desviara y pudiéramos regresar a casa, a Irlanda.
Ya todo había acabado. 
Mientras el agua caliente caía sobre nosotros, sentí cómo Athenea se acercaba. La puerta de la ducha se abrió cuidadosamente, y antes de que pudiera reaccionar, ya estaba allí, justo a mi lado. Con un gesto suave, sus manos encontraron mi espalda. Era un roce ligero pero poderoso en su forma de comunicarme su presencia.
Giré mi rostro hacia ella, y al mirarla, me invadió una paz que no sabía que podía experimentar. Ver su figura esculpida por las gotas de agua, iluminada por la luz tenue del baño, era un recordatorio de todo lo que habíamos superado juntos. Athenea no solo era hermosa, sino que su mirada transmitía una convicción que desarmaba cualquier duda que pudiera surgir en mi mente.
Había experimentado el dolor y la traición en el mundo de la mafia, y siempre había creído que vínculos profundos eran un lujo que no podía permitirme. Pero ella se había adentrado en mi vida de manera inesperada, desafiando mis defensas cuidadosamente construidas. Ya no solo representaba una chispa de luz en la oscuridad, sino que se había convertido en mi razón de ser.

Cada cicatriz en su piel contaba una historia de lucha, de resistencia. Cada una de esas marcas era un eco de su fortaleza, un recordatorio de que conocía la batalla, no solo de la vida, sino también de nuestro amor. Me había mostrado que lo que pensaba que era una debilidad, el amar y ser amado, podía ser mi mayor fortaleza.
El sonido del agua en nuestros cuerpos era lo único que rompía el silencio entre nosotros. Athenea me miraba con una devoción y pasión que me desarmaban. Su entrega emocionaba mi corazón, y en ese momento supe que no podía imaginar una vida sin ella. Ella había cambiado el rumbo de mi existencia y, por primera vez, entendí que había algo que realmente quería proteger: nuestro amor, nuestra conexión.
Mientras el vapor llenaba la ducha, me di cuenta de que estaba dispuesto a enfrentar cualquier desafío que pudiera venir, mientras ella estuviera a mi lado. Había encontrado en ella más que una compañera; había encontrado a mi guerrera, y estaba listo para luchar a su lado, sin importar lo que el futuro nos deparara.
La calidez del agua envolvía nuestros cuerpos.  Me giré completamente hacia ella, tomando su rostro entre mis manos y permitiéndome disfrutar de esa conexión tan íntima que compartíamos. Athenea me sonrió, un gesto pequeño pero lleno de significado, y en sus ojos vi reflejada la misma seguridad y amor que yo sentía por ella.
La intensidad de lo que sentíamos el uno por el otro abrumaba en ciertas ocasiones, sobre todo en la intimidad porque sentíamos que no era suficiente, las ganas de tocarnos, de besarnos, y de sentirnos nunca se acababan.
Cada vez que estábamos juntos de esta manera, era un recordatorio de la razón por la que valía la pena luchar. En el mundo de la mafia, las alianzas y las lealtades eran tan frágiles como una hoja en el viento. La traición acechaba en cada esquina, y el poder podía cambiar de manos en un instante. Pero con Athenea, todo era distinto. Nuestra relación no estaba construida sobre acuerdos temporales ni promesas vacías, sino sobre una devoción mutua que era inquebrantable.
Paseo mis dedos por su cabello mojado, apartándolo de su rostro. Sus ojos me hablaban de un millón de cosas sin que tuviera que pronunciar una sola palabra. Las gotas de agua descendían por su cuello, Ella llevaba su nombre con orgullo, como la diosa guerrera que era.
──Te amo. ──murmuré contra sus labios, y sentí cómo una paz absoluta llenaba mi ser. Athenea cerró los ojos y apoyó su frente contra la mía. La cargué con facilidad, pegue su espalda en los azulejos entre en ella con violencia, duro y desesperado. Su gemido eriza mi piel, y mi rostro se contrae cuando hunde sus uñas en mi espalda.
Moví mis caderas deseoso, su estreches era una de las cosas más deliciosas que existían en el mundo. Mi boca se hacia agua ante sus gemidos y jadeos, quería fundirme en ella, impregnar hasta su alma con mi ser, sus manos me acariciaban, mientras sus labios se desvivían por mis besos, podía sentir lo excitada que estaba al igual que yo, disfrutábamos de esto, de sentirnos, de tomarnos y apoderarnos del cuerpo del otro.
Mueve sus caderas, buscando su placer… y volviéndome loco a mi con esos movimientos que permiten sentirla a fondo, jadea mi nombre y me repite muchas veces que es delicioso sentirme, que le encanta y que me ama.
Nuestros sensaciones nos hacen sucumbir y ambos llegamos al placer. Un placer puro y carnal.
Ella es dueña de mi.
Tuvimos que salir del baño eventualmente. El mundo no iba a esperar, y había responsabilidades que atender. Pero el breve respiro que teníamos, la intimidad compartida en esa ducha, era suficiente para recordarme por qué estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para proteger ese amor.
Una vez fuera, mientras nos vestíamos, nuestros movimientos parecían sincronizados en una danza silenciosa. Nos preparamos para enfrentar el día, cada uno consciente de sus tareas, pero unidos por la promesa implícita de que, pase lo que pase, siempre estaríamos allí el uno para el otro.
Miré a Athenea mientras se cepillaba el cabello, su figura marcada por una fuerza interior que no podía ser cuestionada. Ella levantó la mirada y me atrapó observándola. Sonrió, y en esa sonrisa vi reflejada toda la promesa de nuestro futuro juntos. A veces, el amor era el arma más poderosa que podíamos poseer.
Salimos de la habitación tomados de la mano, listos para enfrentar lo que fuera. La fortaleza y el amor de Athenea me daban la certeza de que cualquier desafío podía ser superado. Ella era mi ancla y mi inspiración. Y mientras estuviéramos juntos, no había nada en el mundo que pudiera derrotarnos.





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