capítulo 45

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Capítulo 45
Red
Volver a ella.

Las explosiones aún resonaban en mis oídos mientras Tony aceleraba a toda velocidad por las calles de Verona. Estábamos resguardados en el vehículo, escoltados por nuestro dron de avanzada, con su red digital protegiendo nuestro escape. Mi mente, sin embargo, estaba centrada en una única cosa: la llamada que tanto había esperado.
Tomé un respiro profundo y marqué el número de los Balcanes. La línea sonaba, y en esos pesados segundos, mi corazón parecía una bomba de tiempo. La tensión en el aire era palpable, y solo el sonido de los neumáticos abrazando el asfalto quebraba el silencio.
Finalmente, una voz respondió al otro lado, una voz que reconocería en cualquier lugar, en cualquier tiempo. Su tono tenía ese poder dual de calmar mi mente y agitar mi corazón simultáneamente.
──Lo recuerdo todo, a ti y a mí. Nuestra boda… tu promesa de incendiar el mundo por mí, de hacerme sentir amada y protegida, tu juramento de lealtad a mi, a tu reina, a tu esposa, a tu todo… eso fue lo que dijiste.
Cada palabra me golpeaba con la fuerza de mil recuerdos. Cerré los ojos por un segundo, tratando de contener la oleada de emociones que amenazaba con desbordarme. Fue como si el aire desapareciera de mis pulmones y me dejara sin aliento. La realidad se difuminó por un instante, solo existíamos ella y yo, incluso en medio del caos y la velocidad.
Finalmente, logré encontrar mi voz.
──Te amo, nena. Volviste a mí.
──Y lo haría mil veces… ──su suspiro llenó el silencio. ──. siempre volveré a ti, aunque me arranquen el corazón.
En ese momento, ningún peligro, ninguna guerra, ninguna distancia importaba. Ella estaba de vuelta, y con esas palabras, el mundo podía arder a nuestro alrededor. Nos teníamos el uno al otro, y eso lo era todo.
──¿Estás bien?
──Lo estoy…
Siento que miente. No puede estar bien, aún no.
──Iré a Balcanes.
──No. ──sentencia. ──. Yo iré a donde tú estás, lo quiero muerto, ahora. No puedo seguir esperando. Nos separó por un año, por un condenado año. 
Tony no soltaba el acelerador, y el paisaje de Verona pasaba en un borrón de destruidas fachadas y calles vacías. Seguía sosteniendo el teléfono con una mano, aferrándome con la otra al asidero del vehículo. La voz de Athenea era mi único ancla en medio del caos.
──Lo sé, créeme que lo sé. Pero justo ahora, necesito ver qué estés bien.
──Me siento bien, de verdad. ──dijo, pero algo en su tono me resultaba desafinado. Aquellos que pasan por las sombras tan profundas no salen sin cicatrices. Sabía que Athenea había estado en coma más de una semana. Nadie regresa de un abismo así completamente ileso.
Intenté mantener mi voz firme y reconfortante.
──Athenea, iré a los Balcanes. Solo espérame un poco más.
──Red, no hace falta que te preocupes tanto. Estoy bien… ──Pero el temblor en su voz traicionaba sus palabras.
──No. No estoy dispuesto a arriesgar ni un segundo más sin verte. ──respondí mientras el helicóptero apareció en el horizonte, sus aspas girando con un ritmo casi hipnótico.
El dron lideraba la marcha, ya tomando altitud para asegurarse de que la zona de aterrizaje estaba despejada. Tony viró bruscamente y detuvo la camioneta justo al lado del helicóptero. Todos salimos rápido, cada uno siguiendo el plan  en situaciones de emergencia. Manteniendo el teléfono pegado a mi oído, subí al helicóptero seguido del resto del equipo.
──Voy para allá ahora. ──prometí a Athenea, mi voz cargada con tanto amor como urgencia. ──. Espérame.
Lo último que escuché antes de que el ruido ensordecedor cortara la comunicación fue su susurro, ligero pero lleno de promesas.
──Siempre.

Los motores del helicóptero rugieron alzarse del suelo. Tony, desde una distancia segura, detonó la carga explosiva que habíamos dejado en la camioneta. Una explosión iluminó el crepúsculo, pintando de naranja todo a nuestro alrededor, mientras la pequeña ciudad de Verona se veía envuelta en el caos que habíamos dejado atrás.
Observé el desastre desde la ventana del helicóptero, las llamas reflejándose en mis ojos. Cada batalla dejaba marcas, tanto en el campo de combate como en nuestras almas. Pero ahora, la distancia entre Athenea y yo se acortaba, cada giro de las aspas nos acercaba más. No importaba cuán rotos llegáramos, mientras tuviéramos el uno al otro, podíamos sanar.
Dirigí una última mirada a la devastada Verona antes de centrarme en el horizonte. No había vuelta atrás, solo adelante. Hacia los Balcanes. Hacia Athenea.
Tony estaba a mi lado, su rostro concentrado y alerta. No había tiempo para palabras, no se necesitaban. Ambos sabíamos que cada segundo contado era un paso más cerca de verla.
De repente, el helicóptero empezó a descender con rapidez. Un proyectil de largo alcance se dirigía directo a nosotros. El piloto, con una habilidad que solo los veteranos poseen, giró la aeronave, esquivando el ataque por milímetros. La navegación esquiva me lanzó contra el asiento; me sujeté con una mano mientras la otra buscaba algo que pudiera usar para apoyar a Tony.
Las alarmas del helicóptero chillaban como advertencias de lo que estaba por venir. Miré a Tony, que ya había agarrado con firmeza una metralleta y se dirigía decidido hacia la puerta lateral. Aquí estamos otra vez, pensé, empujando los límites, sobreviviendo al margen.
El dron que nos acompañaba pasó zumbando junto a nosotros, intentando localizar al atacante. Las posibilidades de que alguien intentara abatirnos me hizo rechinar los dientes.
──Tony, abre la puerta. ──ordené, sintiendo la adrenalina y la determinación mezclarse en mi voz. Él asintió, sujetando la metralleta con fuerza mientras el viento rugía al abrirse la compuerta. ──. ¡Fuego hacia el horizonte, ahora!
Los disparos retumbaron en el aire, una furiosa respuesta al ataque. Y entonces, algo peor: otro proyectil se perfilaba en la distancia, bramando con una tenacidad inhumana. El piloto escaneó el terreno, y en un último intento desesperado, descendió en picada, buscando algún abrigo natural en la silueta del terreno.

Todo dentro del helicóptero se tambaleó, y fue necesario aferrarse aún más fuerte para no ser arrojados por la fuerza de la gravedad .
──¡No nos rendiremos tan fácilmente! ──grité, asegurándome de que Tony y el piloto también creyeran en el mismo juramento silencioso.
El proyectil pasó sobre nosotros, silbando como un presagio de muerte no cumplido.
El alivio fue efímero. Apenas habíamos esquivado el proyectil cuando lo vi venir: otra amenaza mortal en forma de misil, cortando el cielo con siniestra precisión. Este viaje al infierno estaba lejos de terminar. El proyectil se acercaba rápidamente, demasiado rápido para esquivarlo.
──¡Sujétense! ──grité, aunque todos sabían lo que eso significaba. El impacto fue devastador, y el helicóptero se sacudió con una violencia que dobló el metal y agitó nuestra esperanza. La explosión resonó como un trueno, y la cola de la aeronave se convirtió en una bola de fuego ardiente.
El calor y el humo invadieron la cabina. Sentí el mordisco del fuego en la parte trasera, su calor intenso y peligroso haciendo que cada segundo contara.
El piloto luchaba con los controles, la expresión de su rostro una mezcla de concentración feroz y desesperación. Nos estábamos cayendo en espiral, y el horizonte giraba de un lado a otro en un vaivén aterrador. Pero mis pensamientos, a pesar del caos, volvían a Athenea. No podía fallarle.
Tony, seguía disparando hacia cualquier amenaza visible, pero el viento y el fuego complicaban su precisión.
Me acerqué a los extintores de emergencia, mientras el crepitar del fuego aumentaba y el humear del humo se volvía espeso. Con cada gota de adrenalina, todos actuábamos, sabiendo que cualquier esfuerzo podría ser nuestra última oportunidad.
La temperatura en la cabina subía a niveles insoportables, y el humo dificultaba la respiración.
──¡Estamos perdiendo altitud, rápido! ──grité.






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